Villanueva, Diego deMadrid, 1715 - Madrid, 1774


Hijo del escultor Juan de Villanueva y Barbales, y hermanastro de Juan de Villanueva, nació en Madrid el 12 de noviembre de 1713, falleciendo en la misma ciudad el 23 de mayo de 1774. Recibió las primeras enseñanzas de Dibujo, Geometría y Arquitectura en casa de su padre, profesor de mérito de escultura. Fue uno de los doce discípulos aprobados y recibidos en la Academia en 1745, año en el que le fue otorgada una pensión en Roma a la que no pudo incorporarse. Opositó a las plazas de Roma por las Tres Artes al tiempo que lo hicieron el pintor Antonio Velázquez, el escultor Francisco Gutiérrez y los también arquitectos Alejandro González Velázquez y Miguel Fernández. Como pruebas de habilidad para esta oposición, los arquitectos elaboraron el 3 de febrero de 1746 «la portada de un Palacio con su vestíbulo, de orden Jonico, el que avian de dibuxar ligeramente en planta, alzado, y corte; todo lo qual se executó puntualmente, dando el asumpto el Sor Viceprotector al Conserge […]» y el lunes 14 del mismo mes «una Capilla mayor, con su Presbiterio, y con pilastras del Orden Corintio, retablo de colunas aisladas, con estatuas y Custodia, y con puertas â los lados del Presbiterio, demostrando sus fachadas y perfiles», asunto dado por el maestro director Juan Bautista Sachetti.

Después de las votaciones quedaron aprobadas en primer lugar la obra de Villanueva, quien debía gozar el sueldo de 500 ducados de vellón y en un segundo la de Alejandro González Velázquez, pero existió la particularidad que también quedó aprobada la de Miguel Fernández, otro de los cuatro opositores que se presentaban por este arte. Se acordó entonces que en caso de que por algún motivo no pudiese pasar a Roma uno de los aprobados en primer y segundo lugar fuese Fernández quien ocupase su plaza, dado que tenía 19 años de edad y había asistido frecuentemente a los estudios con notoria suficiencia.

El 20 de junio de 1746, S.M. acordó que Fernández fuese a Roma en lugar de Alejandro González Velázquez, ya que era arquitecto aprobado por la Junta Preparatoria. El 19 del mes siguiente se concedió a los pensionados una ayuda de costa de 50 doblones de oro para el viaje. Según un escrito, debían viajar bajo la dirección de Alfonso Clemente de Aróstegui, auditor de la Sacra Rota por la Corona de Castilla y embarcarse en la escuadra naval de la Religión de San Juan que, según se decía, estaba próxima a pasar desde el puerto de Cartagena a Barcelona. El 9 de enero de 1747 partieron de Madrid y el 16 de febrero de 1747 llegaron a la ciudad de Marsella, embarcándose en un navío maltés para continuar su viaje hacia Italia. El 3 de mayo Carvajal y Lancaster dio cuenta que habían llegado todos los pensionados excepto Villanueva y que solicitaban en un memorial una ayuda de costa.

            Respecto a la no incorporación de Villanueva a la pensión de Roma por permanecer en Madrid con «protestas desagradables a S.M.», el 3 de mayo de 1747 Bernardo Liviño hizo mención que la plaza vacante por «desercion, ó dexacion voluntaria de Dn Diego de Villanueva» podía ser ocupada por un considerable número de alumnos, siéndolo finalmente por Hermosilla. Debido a que este último estaba casado y con hijos, el Rey acordó que se le otorgase el sueldo que gozaba como delineador de Palacio por término de 3 meses a contar desde el 2 de mayo de 1747 y que se le instruyese para que supiera lo que debía hacer en la Ciudad Eterna.  

            Durante la Junta Preparatoria (1744-1752), habían sido nombrados profesores de la Academia tres arquitectos italianos que trabajaron en las obras de Nuevo Palacio, Juan Bautista Sachetti, Giacomo Pavia y Giacomo Bonavia junto con el español Francisco Ruiz, que moriría al mes de su nombramiento siendo sustituido por Ventura Rodríguez. Pero el aumento de los alumnos en las aulas obligó a buscar nuevos profesores, siendo elegidos en 1752 Ventura Rodríguez y José de Hermosilla (directores), Diego de Villanueva y Alejandro González Velázquez (tenientes directores), además de Sachetti (director honorario).

            El método alterno de los profesores planteaba graves problemas en la enseñanza porque cada profesor aplicaba el suyo propio, lo que provocaba grandes rivalidades entre ellos, siendo una de las más conocidas la surgida entre Ventura Rodríguez y Diego de Villanueva en 1762. Estaba claro que era imposible poner de acuerdo a los profesores y era necesaria la publicación de un solo libro que contuviese toda la enseñanza de la arquitectura con el contenido de tratados útiles publicados a los que se le añadirían otros considerados imprescindibles. Este sería el Curso de Arquitectura que se estudiaría en las clases, un curso para cuyo desarrollo fue necesario el establecimiento de un calendario de trabajo para los profesores y la compra de múltiples obras.

Desde 1744 la institución había reunido un material didáctico nada desdeñable, pero insuficiente para dar una buena instrucción a los discípulos. Poseía planos, elevaciones y cortes de todas las iglesias y palacios de Roma, como la de otros edificios pertenecientes a diversas ciudades italianas, pero a partir de 1758 recibiría las obras de Luigi Vanvitelli, Giovanni Battista Piranesi, Giovanni Battista de Rossi, Marco Vitruvio Polión, Jacopo Vignola, Lorenzo Sirigatti, Andrea Palladio, Fray Lorenzo de San Nicolás, Andrea Pozzo, Sebastiano Serlio, Leon Battista Alberti y Domenico Fontana. Pero ahora se creían básicos para la enseñanza de la arquitectura las obras del Padre Vicente Tosca, Wolfio, Bélidor Roffi, Desgodetz, Chambrey y Davillier; no obstante, aparte de ellas, el teniente de arquitectura José de Castañeda presentó una lista con otros libros imprescindibles para que, con ellos, él y Villanueva pudieran redactar el curso sin la inclusión de aportaciones personales. Este trabajo fue distribuido también entre el director Ventura Rodríguez, el teniente Miguel Fernández y otros profesores, sin embargo, llegado el año de 1768 la Academia siguió sin tener aprobado el curso deseado.

            Los profesores no se dedicaban exclusivamente a la enseñanza, de hecho, en el caso de Villanueva había conseguido por oposición, en 1749, la plaza de delineador de Palacio y en 1754  había elaborado el Libro de diferentes pensamientos unos imbentados y otros delineados. Gracias a la Junta Ordinaria del 11 de julio de 1755, tenemos constancia que Tiburcio Aguirre presentó en una junta varios dibujos de las vistas de algunos edificios ejecutados por Villanueva «con el designio de remitirlos a París a fin de que se graben por los pensionistas del grabado que residían en aquella Corte». También sabemos que el 19 de noviembre de ese mismo año había mandado unos dibujos preliminares para el Ayuntamiento de Badajoz; en 1756 renovó el interior de las Descalzas Reales en Madrid y firmó los planos definitivos para el Ayuntamiento de Badajoz, al tiempo que obtuvo la plaza de director de Arquitectura. Asimismo, en la Junta Ordinaria del 30 de noviembre de 1757 se vieron las láminas del Puente de Toledo, el Acueducto de Segovia y una vista de Aranjuez, dibujadas por él y grabadas por los pensionados Hermenegildo Víctor Ugarte, Juan Minguet y José Murgía.

En octubre de 1762 se le pidió que preparase el curso de arquitectura para la Academia de San Fernando junto con José de Castañeda, Ventura Rodríguez y Alejandro González Velázquez en vista de que existían diferencias entre los métodos pedagogicos de unos y otros profesores. A los pocos días, Villanueva envio varios dibujos para el curso que se le haía pedido y que respondían a la «delineación de los cuerpos de arquitectura y de carpintería», encargándosele el curso de arquitectura junto con José de Castañeda. El  8 de marzo de 1765, por la Real Orden del 11 de febrero y en calidad de director de Arquitectura, dio su parecer acerca de cual era el método más apropiado para el mayor aprovechamiento de los alumnos pensionados en Madrid y Roma. También dieron su parecer otros profesores, tales como Ventura Rodríguez, el director general Felipe de Castro, José de Castañeda y Miguel Fernández. Para Villanueva, era necesaria la suspensión de las pensiones por su escasa utilidad con el fin propuesto, creyendo más conveniente repartir su gasto en premios particulares y proponer los asuntos sobre conocimientos del arte. Pero estos asuntos no debían basarse en trazar una cornisa, un capitel o un templo entero, ya que por sí solos no eran arquitectura sino figuras que adornaban y se usaban en diferentes ocasiones. Para él, el arte comprendía desde la casa más rústica hasta la del hombre más grandioso, y su estudio comprendía tres partes fundamentales: la comodidad, la firmeza y la hermosura porque eran el objeto, el sujeto y el lugar, siendo divididas a su vez cada una de ellas en otros tantos conocimientos imprescindibles para el futuro arquitecto. Los premios debían repartirse según las partes que componían este estudio, ya que si no fuese así se estaría premiando a delineadores y no a arquitectos. A su parecer, era necesaria la colección de unas doctrinas generales de las que se componía el cuerpo de estudio de la arquitectura y una vez formado éste, la publicación de premios empleando en ellos el gasto de las pensiones. En cuanto a las becas en Roma, no se podían elegir sujetos porque ninguno había estudiado las doctrinas propias de la arquitectura, formado un buen gusto según el antiguo, o era capaz de sostener en cualquier parte el crédito de la Nación. En Roma no había estudios públicos ni metódicos de la arquitectura, por lo que era imposible la concesión de  pensiones en Madrid o Roma, ni premios particulares, incluso generales.

La opinión a este respecto del director de Arquitectura Ventura Rodríguez la había expuesto anteriormente en la Academia el 20 de septiembre de 1755, pero volvería a exponerla el 5 de mayo de 1765. En su opinión, los pensionados en Roma debían practicar los ejercicios conducentes a adquirir el pleno conocimiento de la arquitectura, tanto teórica como práctica, bajo las reglas fundadas en la doctrina de Vitruvio. Para conseguirlo, debían agregarse a un maestro/s y tratar de comunicarse con los profesores de pintura y escultura dado que estas tres artes se ayudan mutuamente. Era fundamental para el alumno el conocimiento de las tres partes de la matemática: geometría, aritmética y perspectiva, base de todas las demás partes de la arquitectura, siempre que fuesen aplicadas sus reglas a la práctica. Debía ejercitarse en el dibujo, delineando los monumentos en su todo y en sus partes (plantas, elevación y cortes), así como en los perfiles de todas sus molduras, cornisas, arquitrabes y capiteles con los ornatos tallados; también en los frisos, plafones y lacunarios o techos, señalando los cortes, despieces y la colocación en que estuvieran construidos, sujetándolo todo a la medida del pie castellano. Con el «Dibujo, fabrican, y se archivan una memoria con que lograrán conocer y tener siempre á la vista las buenas proporciones, estylo, buen gusto, y Construccion de los Antiguos Romanos, y les quedarán firmes los exemplos para autorizar conellos las óbras que se les ófreciere egecutar como la practicaron Bramante, Alberti, Bonarroza, Petrucio, Serlio, Viñola, Paladio, Bernino, y todos los que hán immortalizado su nombre con el acierto que sus óbras publicas dejandonos preceptos, en ellas, yero sus escritos». Asimismo, señalaba la importancia de la distribución de los edificios privados o particulares, debiendo ser proporcionados a los sujetos que han de habitarlos; la obligación de los becarios de remitir un dibujo cada año a la Academia de Madrid para que se observen sus adelantamientos; su asistencia y  práctica en alguna fábrica de consideración a cargo de algún gran arquitecto para hacer prácticas, experimentos y así aprender el modo de unir con solidez los materiales en cimientos, paredes, arcos, bóvedas, cornisas y techos; el estudio de la maquinaria y estática para mover, elevar y conducir los pesos; la gravedad de los cuerpos y el empuje de las bóvedas y arcos; el conocimiento de todo tipo de materiales; el cálculo de las fábricas para averiguar su coste; tener conocimientos de albañilería, cantería, carpintería, oterrería, cerrajería, vidriería, jardinería y la fundición de metales. En el último año, los discípulos pensionados tomarían a su cuidado y dibujarían una de las obras de los antiguos remitiéndola a la Academia de San Fernando para que sirviese de ejemplo a los alumnos de Madrid y se vieran sus adelantamientos, pero al tiempo que realizasen los ejercicios se instruirían en la costumbre de la antigua y moderna edificación de los romanos, por lo que leerían libros de historia como los de Felipe León Maffey, Bernard de Montfaucon, Guillermo Choul y otros, aunque particularmente el de Vitruvio.

Respecto a los pensionados en Madrid, Ventura Rodríguez indicó la necesidad de que cada discípulo trabajase bajo la dirección de un arquitecto académico de mérito que le instruyera de todas las doctinas que le fueran necesarias y la obligación de asistir todas las noches al estudio del dibujo en la Academia por ser una de las partes más dificultosas que debía saber; la presentación de un dibujo en la junta ordinaria que la corporación tuviera establecida y que hubiera ejecutado en el mes precedente, para ver su aplicación y si era digno de merecer la beca del mes siguiente. Esta parte teórica se complementaría con la práctica que  podía obtenerse con la asistencia  a alguna obra junto a su director a fin de poder medir, delinear, practicar operaciones y conocer las partes de la construcción. Para finalizar, puntualizaba que aquellos pensionados en Roma que dejasen de enviar obras, descuidasen, omitiesen o se retrasasen en sus adelantamientos y observancia de las leyes que se les impusiese, se les podría privar de su beca a la tercera amonestación y serle concedida a otro alumno. En cuanto a los pensionados en Madrid, proponía la concesión de dos premios en dinero de 1ª y 2ª clase a los discípulos que mejor desempeñasen los asuntos que se les propusiesen, los cuales deberían ser partes de la arquitectura proporcionadas.

El teniente director de Arquitectura José de Castañeda expuso su opinión acerca de la consecución del fruto de la enseñanza y el aprovechamiento de los discípulos y pensionados que debían concurrir  a la sala de arquitectura en un escrito fechado el 12 de junio de este mismo año de 1765. A su entender, nunca se podría conseguir este objetivo sin un acuerdo y estatuto que determinase las materias que pendían de otras ciencias diferentes a la arquitectura y que concurrían como principios y elementos a perfeccionar a un buen arquitecto, así como de todas las partes de la arquitectura que debían enseñarse. Mencionaba el curso propio a la enseñanza de este arte, del que se habían compuesto ya algunos tratados a fin de que existiese una sola doctrina, aunque los profesores que la enseñasen fuesen diferentes, ya que la confusión que existía venía dada por la diversidad de métodos de enseñanza de dichos profesores. Esto conllevaba el que los alumnos concurrieran a las aulas fuera de la Academia para instruirse en matemáticas y en física experimental, con el consiguiente retraso y aburrimiento de los discípulos, de los cuales solo la mitad de ellos llegaban a terminar la carrera. El método de enseñanza voluntaria entre los profesores debía cambiar, así como las pensiones que se estaban concediendo. En su lugar, se debían distribuir por clases de tiempo unos premios equivalentes a dichas pensiones para los alumnos más aventajados, no concurriendo más que aquellos cuya asistencia constase a los directores. Respecto a las pensiones en Roma, debían ir aquellos sujetos con una edad proporcionada, estudios complementarios de la arquitectura y cuyas facultades contribuyesen a perfeccionar las artes, aparte de una buena educación para poder tratar a los sujetos de mérito que se encontrasen en países extranjeros. Del mismo modo, creía en la necesidad de que el pensionado, además de estar en Roma, viajase al resto de las ciudades principales de Europa, donde podría estudiar no sólo los monumentos antiguos sino también los modernos, e hiciese otro por España donde había tanto que observar y aprender.

Por último, quedaba por exponer el parecer del también teniente de Arquitectura Miguel Fernández, que lo hizo en un escrito fechado el 16 de abril de ese mismo año señalando estar de acuerdo tanto con las pensiones en la corte como en Roma en la forma en que se estaban llevando a cabo. No obstante, puntualizaba que las obras de los pensionados en Madrid no debían votarse conjuntamente por los profesores sino cada uno de por sí y dar su voto antes de que pudiesen comentar algo referente a ellas con otros profesores. Las pensiones en el extranjero debían también subsistir, pero serían concedidas a los alumnos galardonados con premio en la Academia. No creía conveniente que los becados estuvieran bajo la dirección de un pintor porque este no podría explicar ni darles reglas oportunas para su adelantamiento y cada dos años enviarían a la Academia de Madrid un diseño de su invención trabajado  sin auxilio de otra persona, para luego ser votados en una junta de profesores.

Mientras que estuvo trabajando en la enseñanza de la Academia, Diego de Villanueva se ocupó también en las obras del interior de la iglesia de las Descalzas Reales en 1756, templo de nave única y buenas proporciones cuyas trazas se debían al italiano Francisco Pacciotto, mientras que  las gradas del altar mayor, el coro y la sacristía a Fray Alberto de la Madre de Dios y Juan Gómez de Mora en 1612.

No podemos dejar de reseñar su intervención en la construcción de la Iglesia de San Francisco el Grande de Madrid. El 28 de abril de 1761 Ventura Rodríguez comunicó al Reverendísimo Padre Guardián de San Francisco su más profunda alegría al saber que había sido elegido para idear la nueva iglesia que necesitaba su convento. Pronto se puso a levantar el plano del terreno y ejecutar sobre él los diseños de una iglesia proporcionada a la comunidad religiosa y la disposición de las calles que debían servir a su uso. Diseñó la fachada frente a la Carrera de San Francisco y cortó algunas habitaciones del convento para dar la debida extensión al nuevo templo.

            El 13 de septiembre de ese mismo año José de Hermosilla comunicó que había examinado la planta de la nueva iglesia  ejecutada por el religioso fray Francisco Cabezas, de cuyo examen indicó que la iglesia «es un circulo mui capaz, y bien dispuesto; comprende en su periferia (ademas de la Capilla maior, y Portico) otras seis capillas de proporcionada magnitud, dispuestas entre si con diferente Yconografia y conservando su ingreso uniforme a lo principal de la Yglesia./ La Capilla maior es mui hermosa, y despejada; comunicase con oportunidad a la sacristia, y otros parages, quedando con una extension mas que suficiente para la colocacion del altar, y demas usos de su titulo./ El Portico ó Atrio sobre que se situa el coro: ademas de su magnificencia es de mui buena diosposicion; comunicandose con el combrento ê Yglesia sin embarazo. [...] La elevacion de la Yglesia es de dos ordenes de Architectura mui bien colocados: en el primero se contiene vajo su Architectura las seis capillas laterales, y ademas un espacio competente para teivunas con que quedan decorados los espacios de los Machones: sobre su cornisa (sirviendo de Ymposta) nace el arco de la Capilla maior, y el del coro de igual magnificencia, y simetria./ El Segundo orden que con su Pedestal carga sobre el primero, abrazando los dos arcos referidos, forma el tholo para sostener la cupula en que se remata el edificio./Estos dos ordenes de Architectura son el corintio, y el compuesto [...]./ El Coro (que como ya he dicho) esta sobre el Atrio, ademas de su  extension, tiene la excelencia de no deformar la Yglesia, como sucede en todas las que tienen coro alto [...]./ La elevacion exterior es de tres Cuerpos ó ordenes de Architectura; Dorico, Jonico, y Corintio. [...] / En quanto a su fortificacion, aunque se me ofrecio el reparo (y lo propuse al autor) de que la Boveda o cupola con que cubria la Yglesia empezaba a disminuir con delicadeza y terminaba con la misma; me satisfizo modestisimamente con algunas razones que me hicieron fuerza/ La primera, Que no le ponia linterna o cupulino, aunque parecia en la Planta su demarcacion, en cuio caso no teniendo este peso que sufria, no era tan precisa la crasicie de la cupola como le daria si hubiese de llevarles./ La segunda, Que no siendo la mencionada cupola semiesferica, y si aguda (como se ve en el Perfil) podia mui bien mantenerse con menos grueso./ La tercera, que dandole una competente elevacion a los estribos, Vgª hasta el primer tercio, y disminuiendolos insensiblemente vajo el cubierto ô emplomado, quedaria aun con demasiada fortaleza./ La quarta, que atendiendo a la estructura, y enlace de todo el edificio, comparando los vanos y mazizos respective, y formando un calculo de su proporcion y empuje, resultaria lo vastante y aun algo mas para su subsistencia, mucho mejor construiendolo con buen material, como es de creer; no siendo regularmente el mas o menos grueso de los muros, lo que sostiene el empuje de las vobedas sino la buena construccion y los buenos materiales, y de esto la experiencia es el mejor testigo [...]». Ante estas observaciones, Hermosilla fue de la opinión que el proyecto del religioso era bueno en todo, aunque aún no se hubiesen terminado los perfiles y la elevación. También que el religioso era un buen geómetra, arquitecto teórico y práctico e instruido en la buena construcción, por lo que era capaz de desempeñar la dirección de esta obra y de otra cualquiera de mayores dimensiones.

            Por el contrario, el 16 de septiembre de 1761 Diego de Villanueva  fue de la opinión que el religioso se encontraba más instruido en la práctica que en las reglas y preceptos de la arquitectura, opinión que basaba en la falta del grueso de la media naranja que había encontrado en los borradores presentados y que al no poder formar un juicio exacto del proyecto con el  plan de tierra y algunos otros borradores de diferentes alzados que habían sido ejecutados por no estar claros, creía necesario el que fueran remitidos de nuevo, pero ya concluidos.

            José de Castañeda expuso también su opinión sobre la suficiencia de este religioso y la solidez de la obra del templo el 17 de septiembre. Por un lado, no dudaba de su profesionalidad por cuanto que tenía noticias de que había trabajado con satisfacción en otras muchas obras fuera de la corte y, por tanto, podía desempeñar satisfactoriamente la ejecución de esta nueva iglesia, mientras que respecto al segundo punto, encontraba bastante robustez y solidez en algunas partes, pero debilidad en otras que sufrían el mayor empuje. 

En este mismo día Ventura Rodríguez contestó a estos mismos puntos comunicando que no podía informar en pro o en contra del religiosos porque no conocía obras de su mano y en cuanto a la solidez de la iglesia «[...] no se da en muchas partes toda la fortificacion que se necesita, por que los pilares, y paredes de las dos Capillas de los lados de la mayor, que dan á los pasos que salen de ella señalados en la planta num. 5, no tienen el cuerpo que necesitan para resistir el empuje de los arcos de las ornacinas, y el peso que encima ha de cargar, faltando por consiguiente el fundamento necesario a dar los gruesos proporcionados a la elevacion del pie derecho, ó cuerpo de luces de las mismas Capillas [...]. Las paredes del pie derecho, o cuerpo de luces de las seis capillas de los lados del Templo no tienen suficiente grueso, como se vè por los cortes, ó perfiles de lineas simples a lapiz que se me han manifestado, donde solo hái la duodecima parte del vano, ó diametro de las cupolas que han de substentar, debiendo al menos tener la decima parte, como advierte Carlos Fontana en la Descripcion del Templo Vaticano libro 5. Cap. 24. [...]  dar los gruesos correspondientes ès la parte mas principal para la firmeza de qualquier edificio, no basta esta sola, por que es menester igual atencion a la calidad de los materiales [...], advirtiendo unicamente, que por ser la obra proyectada un Templo circular de 120 pies de diametro, su vano, y 205 de altura, con los agregados de capillas, de diferentes formas, y coro, cuvierto de una Boveda de 80 pies de diametro, pide el todo de ella, que en su construccion no se omita dilixencia alguna para su seguridad [...]».

            Al día siguiente, 18 de septiembre, Francisco Sabatini comunicó que había realizado el examen de los diseños en el propio convento junto con Hermosilla y que al igual que este ingeniero de los ejércitos creía necesario dar algo más de grueso a las paredes sin variar la idea principal, además de creer al religioso suficientemente capaz para poner en práctica su diseño.  Por otro lado, Christian Rieger aprobaba el proyecto, aunque no entraba en el particular examen de las paredes al no estar instruido en las calidades de los materiales de Madrid y sus cercanías.

            La Junta Particular celebrada el 19 de septiembre de 1761 fue convocada para ver los dictámenes de los directores de arquitectura, Rodríguez, Villanueva y Castañeda, así como la de los académicos de honor José de Hermosilla y Francisco Sabatini o el de Christiano Rieger, de cuyos dictámenes resultó que el religioso Cabezas era hábil para hacer la obra, pero con la prevención de que aumentase su fortificación.

            El 5 de noviembre de 1768 fueron remitidos a la Academia los diseños de Cristóbal Álvarez y dos planos, dos perfiles y dos alzados de Antonio Pló en los que se demostraban los métodos que podían elegirse para continuar la iglesia de San Francisco conducentes a reducir la altura del templo, los cuales fueron reprobados el 12 de febrero de 1769.

            Cumpliendo con lo que le había mandado la Academia, Diego de Villanueva reconoció y midió la obra que se estaba construyendo bajo la dirección de Francisco Cabezas y continuada por Antonio Pló a finales de 1768, de cuyo reconocimiento ejecutó un plano y los perfiles demostrativos. Observó que los cimientos estaban hechos de buena mampostería y buen  firme en todas sus partes; las bóvedas con la misma mampostería y buen ligazón; los basamentos firmes hechos de mampostería pisada y revestidos sus frentes de ladrillo en forma de dientes; los arcos exteriores de las capillas con los que formaban los interiores y las pechinas para formar los anillos estaban construidos con yeso y ladrillos, mismo material con el que estaban ejecutadas algunas bóvedas detrás de los pilares del medio de la iglesia.

             Los mismos pasos fueron dados por Francisco Sabatini, quien tras la Junta General celebrada por la corporación el 23 de diciembre en la que se solicitaba a los profesores su dictamen acerca de la marcha de las obras, indicó su parecer en febrero de 1769. Una vez reconocida la obra se percató de algunas quiebras en diversas partes del edificio, lo que le había inducido a hacer unas calas para examinar los cimientos. Encontró que algunos macizos cargaban sobre vano y por consiguiente sobre falso suelo, posiblemente por haber cambiado el pensamiento Fray Francisco después de tener hecha la fábrica a la altura de las bóvedas, ya que había hecho un nuevo replanteo de la iglesia. Podía deberse también a los materiales y el mecanismo de la construcción adoptado, pues en cuanto a los primero se habían empleado sin ningún rigor de uniformidad, una misma regla y método, utilizándose la cal en unas partes y en otras el yeso, mientras que, respecto al segundo, los machones estaban levantados en mampostería y con parte de guijo, teniendo una camisa exterior de ladrillo fino de medio pie de grueso, fábrica a su entender no muy segura si se quería recibir peso en ella. Por otro lado, Sabatini incidió en el poco gusto de la arquitectura de la obra, por lo que creía que el tal fray Francisco no había seguido en todo la planta presentada y aprobada por la Academia, ni había tenido en cuenta las prevenciones y advertencias que los profesores le habían indicado.

            Seguidamente, fue Ventura Rodríguez quien reconoció la fábrica de la iglesia llegando a las mismas conclusiones a las que había llegado el profesor anterior. Pero después hubo otros maestros que midieron en común y en particular los pilares más estrechos que formaban el recinto de la iglesia como José Feliz Palacios, Diego José de Ochoa, fray Felipe de Yebes y fray Francisco Javier Gutiérrez, quienes presentaron el plano con las medidas obtenidas el 5 de abril de 1769.

El 16 del mismo mes la Academia celebró su junta en la casa del marqués de Sarriá, momento en que con la asistencia de Ventura Rodríguez y Diego de Villanueva se trataron las disputas de ambos arquitectos acerca de la firmeza del nuevo templo. Más tarde se solicitó permiso para que los arquitectos del Reino de Aragón, Julián Yarza y Pedro de Cevallos, reconocieran la obra, la cual describieron como sólida, firme y constante sin los defectos que algunos arquitectos habían señalado. No obstante, en agosto de 1769 Villanueva y Juan Tami presentaron a la Academia sus respectivos proyectos para el templo, que serían reconocidos por Hermosilla, Ventura Rodríguez, Sabatini, Miguel Fernández y Luis Lorenzana. Es más, Villanueva realizaría un informe sobre las deficencias constructivas observadas en la planta y dos perfiles de la obra de San Francisco El Grande, presentando asimismo unos planos a la corporación académica con la corrección de dichas deficencias.

Una vez reconocidos, Ventura Rodríguez no estuvo de acuerdo con las ideas de Villanueva porque a su entender el arquitecto no había remediado la solidez del edificio, aunque el proyecto no dejaba de tener su mérito, mientras que Sabatini reprobó enteramente la propuesta de Tami, creyendo más asequible la de Villanueva siempre que el profesor diese fortificación a las partes que lo necesitaban, mismo parecer de Miguel Fernández. Años más tarde la Academia recibió seis planos de Ventura Rodríguez en plantas, fachadas y secciones del convento y la iglesia, cuyos marcos de cristal fueron costeados por dos de sus discípulos, los directores Juan Antonio Cuervo y Julián Barcenilla (12 de noviembre de 1824).

Muy destacada fue la intervención de Diego de Villanueva en la Real Casa de la Panadería, sede de la Academia desde 1745 hasta 1773, en que la corporación se trasladó al antiguo palacio de Goyeneche de la calle Alcalá, nº 13. Desde un primer momento, muchas fueron las reformas acometidas en el inmueble para que sirviera de Academia de Nobles Artes, muestra de ello es la relación que se hizo en 1746 sobre los gastos causados en el edificio y callejón que llamaban del Infierno y Zaguanete a la bocacalle que salía a la calle Mayor.

El 26 de noviembre de 1758, la junta académica acordó como medida para el decoro y ornato de la obra suprimir todo lo que en el frente de la plaza había a fin de adornarlo con pinturas y estatuas como lo estaba la Sala de Juntas. Al año siguiente, concretamente el 12 de febrero de 1859, el consiliario Francisco Luján Arce habló sobre la necesidad de desocupar una de las viviendas del inmueble para habitación del conserje y así aumentar las extensión de las piezas de estudios, a cuyo objeto se ordenó a Pedro Álvarez de la Fuente que se marchase del cuarto tercero en donde residía. Con esta medida se pretendían derribar algunos tabiques divisorios, la fortificación de las soleras con nuevas maderas y hierro, al tiempo que proyectar un corredor alrededor de todo el patio para comunicar todas las habitaciones de una y otra parte de las dos grandes salones, librándoles de ser piezas de paso forzoso como lo eran entonces. Asimismo, en abril de este año Mateo Medina se encargó de ejecutar dos estantes o librerías según la planta que le había proporcionado Diego de Villanueva, librerías bien entabladas de pino seco pero al exterior de nogal, con columnas, capiteles, basas y cornisas.

El que el 11 de abril de 1760 el protector Ricardo Wal acordó con la junta académica comprara las casas que unían este edificio por la calle Mayor, al tiempo que el académico de honor Pedro Valiente tomó como comisión un extra fiscal de la Junta de Comercio y Moneda para que se pudieran tasar y medir dichas casas.

El 29 de septiembre de 1760 fue Juan Moreno Sánchez quien informó como desde hacía dos años se estaban produciendo daños en la fábrica de la sede académica debido a la reververación que hacían los canalones por las paredes entrando el agua en todos los lugares deteriorando los cuartos y los suelos. Ya desde entonces se habló de la necesidad de ampliar la Casa de la Panadería y despedir a sus inquilinos, a fin de  acomodar a los dependientes de la Academia, asunto que continuó siendo un objetivo a perseguir durante los años siguientes; es más, en la Junta Particular del 3 de marzo de 1761 se acordó que S.M. mandase vender las casas contiguas a la de la Panadería para ensanchar todas sus servidumbres y hacer de la calle Mayor una entrada decorosa para las funciones a las que concurrían los Reyes. Algunas de estas casas pertenecían a mayorazgos, comunidades religiosas y otras tantas a particulares que de ningún modo querían venderlas, de ahí que se exigiera a S.M. que les obligase a ello, tal y como lo había hecho con las del sitio destinado a la Casa de Correos y  las que había tomado para los Hospitales.

La junta académica reunida el 7 de marzo de 1761 vio con orgullo el aumento del número de alumnos que asistían a los estudios, aunque también las dificultades que existían para darles el debido acomodo, ya que las grandes ampliaciones que se habían hecho en el segundo y tercer cuarto de la Panadería que la Academia tenía alquilados y pagaba anualmente eran insuficientes. El aumento de la extensión superficial de la Academia era necesaria también para ubicar las pinturas, esculturas, diseños y modelos que cada día iban siendo recibidas para contribuir al aprovechamiento de los alumnos. Además, era vital para colocar sobre un piso sólido el volante para el grabado «[…] que para los adelantamientos del Grabado en hueco dignó V.M conceder a la Academia, que havitando en el Quarto principal son pasar al piso de tierra pieza alguna, no tiene donde colocarlo».  Del mismo modo, era indispensable porque al considerarse la Casa de la Panadería como la única decorosa en la Plaza Mayor para que los reyes pudieran disfrutar de las funciones públicas, siempre accedían a ella a través de un callejón oscuro e indecente, por lo que era preferible ampliar la Academia hacia la calle Mayor para colocar en ella la entrada principal y hacer factible otras comodidades necesarias.

Esta necesidad de extensión llevó a la Junta Ordinaria del 1 de abril de 1761 a dictaminar la compra de dichas casas por la coporación y nombrar a Diego de Villanueva y Ventura Rodríguez para hacer el reconocimiento y la tasación de las mismas en la Junta Particular del 18 de diciembre de 1764. Los arquitectos emitieron el informe correspondiente el 16 de agosto de 1772, previo encargo del conde de Pernía y el consiliario de la Academia Andrés Gómez y de la Vega. En dicho informe reseñaron que «la  linea de la espalda dela Rl Casa de la Panaderia de esta Villa (enque reside la Acadmª) que tienen un uso por la Calle mayor, y hallamos consta la linea de todas ellas, que hace fachada àla Calle mayor de 154. pies y ½: la linea del fondo de mano drâ pr el Callejon del Ynfierno de 50 ps y ¼: la del mismo fondo de mano siniestra de 60 pies: y la que cierra el sitio hazdo espalda á estas casas, y àla Rl de la Panaderia de 117 ps, las cuales lineas forman un Trapecio irregular, è incluyen en si la Arca de 8130 ps y ½ de sitio quadrado superficiales, coloque corresponde delas medianerias, enque se incluye pr entero el Vano del Portal y havdo dado su justo valor al referido sitio, y àla fabrica, de que constan las refras diez casa en el estado, que se hallan; todas juntas, enque se incluyen, laque está sobre el paso àla Calle mayor, que llaman de Callejon del Infierno: Tasamos, qe valen novecientos mil seteos y ocho Rs Vn que es su intrinseco importe, de cuya cantd se deben revajar las cargas, que sobre si tuviesen dhas casas perpetuas, ò al quitar».  

El 30 de agosto de 1772 el marqués de Grimaldi remitó desde San Ildefonso un escrito dirigido a Ignacio de Hermosilla comunicándole el haber visto los planos censurados por la Junta Particular del 2 de agosto a fin de acomodar las viviendas de los pisos segundo, tercero y buardillas de la Panadería, así como la representación remitida el 18 de ese mismo mes a través del marqués de Santa Cruz e Ignacio de Hermosilla para pedir al rey 900.728 reales, cifra en que los directores Ventura Rodríguez y Diego de Villanueva habían tasado las 10 casas unidas a la de la Panadería por la calle Mayor.

A continuación, puso de manifiesto su desacuerdo en cuanto a consumir 100.000 reales en obras de reforma cuando la Academia no era la propietaria y seguiría teniendo las mismas necesidades una vez hechas. Por este motivo era partidario de que los diputados aprobasen el acomodo de las viviendas a las nuevas necesidades, pero con el menor coste posible. Tampoco estaba de acuerdo en pedir al rey esa cantidad, pero en el caso de que fuera para la compra de las casas lo aprobaría a fin de disponer sobre su sitio y unido al Cuarto Principal para la servidumbre la extensión y las comodidades que eran necesarias.

En su opinión, para la compra de las casas se debían tomar 1.500.000 reales, encargándose él de que los gremios los aportasen a los réditos más acomodados. Para este fin se ordenaría a Ventura Rodríguez y Diego de Villanueva la formación de un plano exacto y puntual con la ubicación de las 10 casas que tasarían junto con lo que en la Panadería perteneciera a la Academia. Hecho el plano, se entregaría a Ignacio de Hermosilla  para que cada director idease y proyectase sobre él las salas, oficinas y viviendas oportunas, de modo que con ello se liberase a la Academia de pagar arrendamiento. Para la formación de estos proyectos, Hermosilla instruiría a los dos directores sobre las prevenciones y particularidades que le fuesen comunicadas, diseños que debían ser concisos y entregados al marqués de Grimaldi para hacer de ellos el uso conveniente.

El 22 de septiembre de 1772 se habló de que eran 10 las casas que debían ser compradas como las condiciones constructivas que debían seguirse a la hora de reformarlas. Por un lado, debían hacerse sin ningún tipo de madera y sus divisiones con muros de fábrica sólida, misma fábrica con la que debían estar ejecutadas las medianerías con las casas contiguas. Tan sólo quedaba duda de que padeciese un incendio el Cuarto General de la Panadería porque estaba unido con madera a las casas contiguas y todo él era de ese material. No obstante, se mencionó la posibilidad de que la Academia eligiese alguno de los palacios o casas grandes construidas como la Casa del Excmo. Sr. Duque de Alba en la calle de su título, en la forma en que se puede componer para colocar en ella la Real Academia de San Fernando cuyo proyecto de adaptación fue realizado por Ventura Rodríguez en 1773 (A-146 y A-147), pero desechado en pro del palacio de Goyeneche de la calle de Alcalá, nº 13 que servía para los Tabacos y pertenecía al conde de Saceda, pues los propietarios no estaban recibiendo del palacio la renta necesaria y querían vender la finca, no siendo su coste demasiado grande. Por otro lado, se acordó que los diputados hablasen con el conde de Saceda al respecto, ya que los dos millones y medio que debían gastarse en la compra de las casas de la Panadería se podían gastar en adquirir este palacio como así se hizo.

Después de múltiples obras de reforma y numerosos intentos por comprar varias casas que unían el edificio de la Casa de la Panadería con la calle Mayor, la Academia decidió finalmente la compra del palacio de Goyeneche, propiedad del conde de Saceda, el 24 de junio de 1773 para convertirlo en una auténtica academia de bellas artes. Durante la época de su máximo esplendor, este industrial y financiero había encargado al arquitecto José Benito Churriguera su palacio urbano en la calle Alcalá, nº 13 sobre el solar de la Casa de la Miel, para morada, oficinas de administración y lugar de almacenaje y venta de productos elaborados en el Nuevo Baztán, su ciudad preindustrial. Las obras comenzaron en 1722, pero Churriguera murió en 1725, motivo por el que sus hijos Matías, Jerónimo y Nicolás acabaron la obra hacia 1732.

Al palacio se le dio una planta trapezoidal, dos patios, tres pisos en altura, una capilla en el eje principal, magníficas escaleras y dos fachadas, la principal mirando a la calle Alcalá y la posterior a la calle Ancha de San Bernardo, hoy Aduana. La fachada principal, único acceso que poseía el edificio, se caracterizaba por el barroquismo castizo de su autor y las influencias de los palacios de Bernini en Roma. No faltaba en ella un basamento a nivel de la calle cuyos huecos correspondientes al sótano estaban flanqueados por rocas o peñascos de pedernal, un acceso en arco mixtilíneo, un almohadillado rústico en la primera planta, pilastras cajeadas uniendo los dos pisos superiores, estípites anillados, angelotes sustentando un gran cogollo de hojas recortadas y como remate una balaustrada decorada con bustos escultóricos sobre pedestales. Encima de la puerta de entrada se situaba el balcón principal de la planta noble con una ventana en forma de nicho y un enmarcamiento característico del barroco que culminaba en un frontispicio ondulado sobre el que se disponía un angelito recostado. Estas características de la fachada, la resolución de la cubierta a la francesa con buhardillas y su terminación con teja, se puede apreciar en el dibujo de colección particular publicado en la revista Academia por el académico Alfonso Rodríguez G. de Ceballos en 2011.

Como entre las potestades de la Academia se encontraba la difusión del «buen gusto», cuyas tres condiciones básicas eran el aseo, la proporción y la simetría, lo que llevaba implícito la solidez, la regularidad y la hermosura como el señorío en los adornos exteriores e interiores a fin  de acabar finalmente con el estilo barroco tan arraigado en la vida madrileña y en general en todo el país, la decoración de la nueva sede fue modificada por Diego Villanueva una vez comprado el edificio en 1773 para instalar los estudios de las Tres Nobles Artes.

En las fachadas, concebidas como parte integrante de la vía pública debía existir proporción en las ventanas, balcones uniformes con las casas de medianería y no portar adornos caprichosos o extravagantes, ni molduras e impostas de desproporcionada anchura, de ahí que el control se circunscribiese a la composición de la fachada y la correcta alineación de la calle, siendo inexistentes las reglas relativas a la habitabilidad, salubridad y calidad constructiva.

Diego de Villanueva reformó la fachada principal de «gusto perverso» por lo alejado que estaba del estilo neoclásico que se quería implantar. Picó todos los ornatos churriguerescos e introdujo el orden clásico que hoy se alza en su portada, pero a su vez llevó a cabo una nueva distribución interna, teniendo en cuenta que el inmueble había acogido en el pasado la imprenta y las oficinas de la Gaceta de Madrid, además de los uniformes y sombreros del ejército. También que había servido como depósito de tablones y maderas para la armada y se habían instalado en él las oficinas de las Rentas Reales y el Real Estanco de Tabaco, aparte del Real Gabinete de Historia Natural ocupando las dos plantas superiores, lo que puede constatarse en el proyecto de reforma del inmueble en 1773. Todas estas modificaciones son apreciativas en varios dibujos conservados en el Gabinete de Dibujos del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que responden a la planta de sótano, baja, principal, segunda y de buhardillas, unos originales de Diego de Villanueva y otras copias de estos (del A- 0148 al A-0153; del A- 0155 al A- 0158; del A- 0161 al A- 0166); dos diseños de la fachada firmadas por el mismo arquitecto: una con la representación de la mitad de la fachada de Churriguera y la otra mitad con la reforma proyectada por Villanueva (D-2216), además de una última con la reforma definitiva (D-2376).

No obstante, las obras de reforma más relevantes en la sede de la Academia se acometerían a lo largo del siglo XX. Las primeras de mano de Pedro Muguruza Otaño entre 1918 y 1933, conducentes a reparar las viviendas y los departamentos que afectaban al servicio de la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado, como los detrozos de los faldones de zinc y plomo de la calle de la Aduana; ubicar los relieves en los paños lisos contenidos entre las jambas del Salón de Actos; disponer las rejas en los huecos de la escalera principal y llevar a cabo otras mejoras diversas.

A estas le siguieron las realizadas entre 1955 y 1966 por Enrique Huidobro Pardo, arquitecto que se encargó de la reparación de las cubiertas, la capilla, las salas de la planta baja y de sótanos; la construcción de varias vitrinas murales en el Salón de Actos; la sustitución de la instalación eléctrica y la caldera de calefacción, además de la ejecución de múltiples obras menores.

A su muerte, fueron importantes las llevadas a cabo por el arquitecto conservador del edificio, Julio Bravo Giralt, quien aceptó el cargo el 8 de noviembre de 1966 y desarrolló el proyecto de demolición de la casa nº 8 de la calle Aduana lindante con la Academia y el antiguo Casino. Comprada la casa por el Estado en junio de 1955 y cedida a la Academia para ampliar su Museo y dependencias, el solar sobre el que se asentaba tenía la forma de un trapecio rectangular con una superficie de 171,00 m2 y un patio cuadrangular en la 4º crujía. El inmueble poseía una planta baja, tres pisos de una sola vivienda, otra con dos y por último un sotobanco con una sola vivienda. Dichas viviendas mantenían una distribución anticuada con cocinas de fogón, retretes enclavados en las mismas y pilas fregadero sin lavabo, careciendo en su mayoría de las condiciones higiénicas indispensables, como de la luz y la ventilación necesarias. Al tratarse de una obra de 1852 sus muros de fachada eran de fábrica de ladrillo macizo sobre un zócalo de granito y el resto de la fábrica entramada de madera. También de madera eran la escalera, los forjados horizontales rellenos de yesones y la armadura de cubierta resuelta con tabla de ripia y poblada de teja curva. Contenía balcones y antepechos con barandillas de hierro en cada uno de los huecos de fachada a excepción de la 4ª planta, en la que se apreciaban ventanas retranqueadas.

Desde que la casa fue comprada por el Estado y los vecinos desalojados estuvo abandonada, lo que provocó el hundimiento del suelo de la planta baja y el patio por la rotura de la red de desagües; los pies derechos del entramado quedaran al aire y sin apoyo, produciendo asientos y quiebras con desprendimientos en parte de los muros del patio y el alero de la fachada; el hundimiento de los faldones de la cubierta que destrozaron parte del techo y el forjado de las plantas 4ª y 5ª; el deterioro de los últimos tramos de la escalera  por el agua de lluvia y el quiebro de los vidrios del lucernario. En este estado ruinoso se hallaba la casa, con humedades en las medianerías y socabones en sus cimientos produciendo importantes daños en las fincas colindantes, motivo por el que que se acordó su demolición por un coste de 225.000,00 ptas.

Pero las obras de Giralt no fueron las últimas, ya que entre 1973 y 1993 el arquitecto Chuca Goitia redactó un proyecto global del edificio conservando la integridad del mismo. La reforma estructural se centró en los elementos de carga, constituidos por muros, pilares y pies derechos de madera, algunos de los cuales fueron sustituidos por una estructura metálica. Esta nueva estructura que arrancó desde los cimientos, obligó a abrir en los muros del sótano varias cajas y pozos para llegar con las zapatas a terreno firme, zapatas y pilares que fueron ejecutados en hormigón armado, elevándose sobre ellos en la planta baja los soportes metálicos de la nueva estructura. 

No podemos dejar de señalar la intervención de la arquitecta Emanuela Gambini en la Academia entre 1999 y 2003 relativas al proyecto del centro de transformación electrógeno, la pintura e iluminación de la Biblioteca, la reparación de la fachada y el patio. Tampoco las que en 2012 tuvieron como objeto el cerramiento del patio principal a través de una armadura perimetral acristalada dispuesta sobre la cornisa superior, proyectada por Fernández Alba, Valentín Berriochoa Sánchez-Moreno y Valentín Berriochoa Hausmann. Esta nueva cubierta formada por triángulos isósceles de aluminio y vidrio transparente se abre y cierra al 100% mediante un sistema motorizado, que a su vez controla los rayos solares, el aislamiento térmico, la seguridad contra impactos y los incendios que puedan producirse en el inmueble.

Volviendo a retomar la actividad profesional de Villanueva, tenemos constancia que al tiempo que estuvo ocupado en las obras de San Francisco El Grande y en las obras de remodelación de la sede de la Academia en la Casa de la Panadería publicó en 1766 la Colección de diferentes papeles críticos sobre todas las partes de la arquitectura para la instrucción de los estudiantes, obra formada por 9 cartas y compuesta de diversos artículos de diferentes contenidos, en los que trataba desde la elección del arquitecto para las obras hasta la arquitectura en España y los autores que habían escrito sobre este noble arte, mismo año en que fue nombrado académico de San Carlos de Valencia.

 El arquitecto había obtenido la plaza de director de Perspectiva en 1772, pero dentro de la enseñanza de la arquitectura siguió teniendo serios enfrentamientos con Ventura Rodríguez por el método a seguir. También problemas con la Academia, pues como crítico y teórico de la arquitectura la corporación le puso dificultades a la hora de publicar varios tratados de su arte como en 1768, cuando al querer sacar a la luz su tratado Delineación de los órdenes de arquitectura y ser estudiado por varios especialistas de arquitectura y matemáticas, ninguno fue fevorable a que dicha obra saliera a la luz (Junta Ordinaria del 14 de abril).

Mientras tanto, en la iglesia madrileña de San Ginés de la calle Arenal se habían realizado obras de mantenimiento y el trazado para la continuación del callejón hasta la plazuela para poder sanearlo en vista de que la calle pegada a la Capilla Mayor había quedado cerrada. Se compraron las casas ubicadas en su frente y se levantaron de nuevo bajo el proyecto de José Arredondo a fin de alquilarlas y usar otras dependencias para la parroquia, momento en el que también se trazó el arco que hoy subsiste con objeto de unir la iglesia con las nuevas casas y aumentar así la superficie del templo.

En vista de que el neoclasicismo era el estilo imperante y el barroco era aborrecido por las mentes más ilustradas, el antiguo altar fue criticado severamente, al tiempo que se alabó el nuevo retablo mayor de arquitectura corintia con dos columnas, el lienzo de Francisco Rizi vuelto a colocar en su centro y los dos Santos Obispos a los lados del altar con los ángeles encima, esculturas de Alonso Bergaz y José Guerra. También eran dignos el nuevo sagrario situado en medio del presbiterio, aunque fuera de madera imitando mármoles, como la capilla dedicada a San José en el lado del Evangelio. Entre las capillas destacaba principalmente la del Santo Cristo y Nuestra Señora de los Remedios, esta última con una bóveda pintada por Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia.

El templo había sido renovado y mejorado considerablemente habiendo intervenido en dicha renovación Diego de Villanueva, su hermanastro Juan de Villanueva, Ángel Fernández Noseret, los escultores Juan Domingo Olivieri, Juan Adán y Pedro Antonio Hermoso. Aparte, poseía realizaciones de otros artistas de excepción como Lucas Jordán, Andrea Vaccaro, Nicolás Fumo, Alonso Cano, Juan Carreño, Claudio Coello y Antonio Arias.

Sin duda, durante el siglo XVIII se introdujeron modificaciones importantes en la iglesia tendentes a acomodar el templo a los postulados del nuevo neoclasicismo, entre ellas la reforma del altar mayor, el tabernáculo, la sillería de coro, el molduraje de los costados del presbiterio y la supresión de las decoraciones inapropiadas. En cuanto al exterior, se llevó a cabo el enlosado de todo el perímetro del templo para mayor higiene, se revocó toda la fachada imitando piedra berroqueña, se suprimieron los balconcillos y las rejas, se abrieron dos ventanas en el crucero y se reparó el chapitel de la torre además de otras obras menores.

Todos estos trabajos fueron censurados y aprobados por la Academia de San Fernando siempre que fueran ejecutados bajo la dirección del maestro mayor de Madrid Juan de Villanueva, pero también con el visto bueno del Arzobispado de Toledo, ya que tanto la villa como su entorno pertenecían a la diócesis metropolitana de Toledo y las parroquias e instituciones eclesiásticas estaban subordinadas al cardenal-arzobispado de Toledo.          

En la Junta Ordinaria y General del 6 de febrero de 1774 se puso de relieve la grave enfermedad que padecía Diego de Villanueva y que le llevaría a la muerte, hecho por el que tuvo que ser sustituído en su sala por Ventura Rodríguez. Se dio cuenta de su defunción en la Junta Particular del 8 de julio de 1774, fecha en la que también se señaló la venta de varios planos del arquitecto por parte de sus herederos, entre ellos, los referentes a los de la calle Alcalá: «Pero haviendo yo [el secretario, José de Hermosilla y Sandoval] advertido, que entre los dibujos vendibles, hay 10 que se expresa, pertenecen a la nueva Casa de la Calle de Alcala: y que faltan los borradores, que para acomodar la Acadª en la Panaderia hizo Villanueva: lo hice todo presente, y que la Acadª tiene pagados todos estos diseños, no solo con las gratificaciones dadas al difunto, sino ademas de esto con cantidades dadas a los delineadores, que sirvieron para ellos a Villanueva. La Junta en vista de ellos acordó se recobren los referidos diseños persuadida, á que los testamentarios, si hubiesen tenido estas noticias, los habrían ya entregado».

En la Junta Particular del 7 de agosto de 1774 José de Hermosilla hizo presente que, en cumplimiento con lo acordado, se había llevado a cabo la recogida  de los siguientes diseños: «Cinco planos originales de la Nueva Casa de la Calle de Alcala, y obras proyectadas en ellos con las aprobazes  del Protor de 25 de Junio, y de las Juntas particulares de 28 del mismo mes, y 8 de Julio del año proximo paso de 1773= Otros Cinco planes borradores de la misma Casa = Otros cinco planes borradores, los dos del quarto bajo, y los otros tres del pral de la misma Casa = Cinco planes dela Panadería, el uno deloque la Acadª ocupa en ella al piso de tierra: otro del quarto pral, como lo ideó Villanueva: Otro del quarto segundo; y otro de las guardillas. Todos quedan en la Secretaría». Asimismo señalaba «[...] un plano, y un alzado dela primera sala del Gabinete de historia natural su entrada desde la nueva Escalera, y otro plan, y elevación delos Estantes, según los proyectó  D. Diego Villanueva [...]. Todos estos diseños que eran los únicos que en la testamentaría de Villanueva pertenecían a la corporación académica fueron entregados por el secretario al conde de Pernia, quedando a partir de entonces en su poder.

Respecto a los planos de la nueva sede de la Academia, en la Junta Particular del 9 de octubre de 1774 se notificó la necesidad de pagar a José Moreno los cuatro diseños que había realizado de los cuatro pisos del edificio; que elaborase un plan de las buhardillas, cuya distribución ya estaba concluida, además de un alzado de la fachada principal en la forma en que se encontraba, para después ponerlos en marcos con cristales y colocarlos en el lugar donde se juzgase más oportuno.


Fuentes académicas:

Arquitectura. Altares, 1770-1831. Sig. 2-34-3; BERCHEZ GÓMEZ, Joaquín, «Noticias en torno a Diego de Villanueva en la Academia de San Carlos de Valencia: Láminas del Tratado de Delineación de los Órdenes de Arquitectura», Academia, nº 50, 1980, pp. 187-207; Comisión de Arquitectura. Informes. Conventos. Convento de San Francisco El Grande de Madrid, 1761-1770, 1824. Sig. 2-32-3; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1757-1769. Sig. 3-82; Libro de actas de sesiones particulares, 1757-1769. Sig. 3-121; Libro de actas de sesiones particulares, 1770-1775. Sig. 3-122; MOLEÓN, Pedro, «Don Diego de Villanueva y su Tratado de decoración y hermosura de las fábricas», Academia, nº 71, 1990, pp. 223-248; RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, Alfonso, «José de Churriguera, Juan de Goyeneche y la sede de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando», Academia, Madrid, nº 112 y 113, Primer y Segundo Semestre de 2011, pp. 57-86; Secretario general. Académicos. Arquitectos, 1814-1818. Sig. 1- 43-3; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la calle de Alcalá. Obras y reparaciones, 1924-1989. Sig. 7-83-1; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la calle de Alcalá. Obras y reparaciones, 1761-1844. Sig. 1-5-2; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la calle de Alcalá. Obras y reparaciones, 1924-1989. Sig. 7-83-1; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la calle de Alcalá. Obras y reparaciones. Actualización del sistema de supervisión RSWIN del Museo / por el Estudio de Diseño E.G.S.L, 1999. Sig. 7-90-9; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la calle de Alcalá. Obras y reparaciones. Fachada principal y patio, 2001-2003. Sig. 7-104-4; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la calle de Alcalá. Obras y reparaciones. Pintura e iluminación de la Biblioteca/ por el Estudio de Diseño E.G.S.L, 1999. Sig. 7-90-8; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la calle de Alcalá. Obras y reparaciones. Proyecto de reforma del centro de transformación electrógeno / por el Estudio de Diseño E.G.S.L., 1999. Sig. 7-90-7; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la Panadería, 1745, 1756-1802. Sig. 1-5-1; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la Panadería, 1761-1772. Sig. 1-5-11; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Casa de la Panadería. Obras y reparaciones, 1758-1766. Sig. 1-5-10; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Escritura de la venta de la casa de la calle Alcalá. Madrid, 24 de julio de 1773. Sig. 2-59-1; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Obras de reforma, 1960-1964. Sig. 6-30-1; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Obras de reforma, 1982-1986. Sig. 6-111-5; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Obras y reparaciones, 1992-1993. Sig. 6-113-1; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Obras y reparaciones (Muguruza), 1933. Sig. 2-222-2; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Reformas, 1987-1993. Sig. 7-142-2; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Reformas y obras, 1964. Sig. 3-490; Secretario general. Edificio sede de la Academia. Reformas y obras, 1973-1979. Sig. del 3-491 al 3-512; Secretario general. Enseñanza. Modelos de yeso, 1744. Sig. 1-3-24, 3; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1744-1807. Sig. 1-48-1; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1761-1878. Sig. 1-50-4; Secretario general Enseñanza. Pensionados, siglos XVIII y XIX. Sig. 1-48-7; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, siglos XVIII y XIX. Sig. 1-50-5; Secretario general. Enseñanza. Planes de estudios. Informes. Plan presentado por los directores de Arquitectura para el curso de esta facultad/ por Ventura Rodríguez, Diego de Villanueva, Alejandro González Velázquez y José de Castañeda, Madrid, 24 de febrero de 1759. Sig. 6-91-12; Secretario general. Inventarios. Inventario general, 1758. Sig. 2-57-1; VILLANUEVA, Diego, Colección de diferentes papeles críticos sobre todas las partes de arquitectura. Madrid: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1979; VILLANUEVA, Diego, Libro de diferentes pensamientos unos imbentados y otros delineados. Madrid: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1979.


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