Villalobos, Elías


Nació en Villanueva de los Ojos del Guadiana (Ciudad Real) o según otras fuentes más fiables en Villarrubia de los Ojos del Guadiana hacia 1769 y murió en Madrid en 1924-1925. Fue alumno de arquitectura en la Academia de San Fernando y obtuvo el 1º premio de 2ª clase por la Arquitectura en el concurso de Premios Generales de 1796. A esta convocatoria también se presentaron Juan Gómez, Bernardo Segundo Badía, Mateo del Castillo, Mariano del Río y Santiago Casanovas, este último galardonado con el 2º premio.  Al igual que ellos, Villalobos elaboró como prueba de pensado una «Bolsa ó Casa de Contratación en esta Corte; demostrando la idea en plan topográfico del sitio donde se proponga hacer y con escala de mayor tamaño los particulares, fachada y cortes, todo geométrico» (del A- 1155 al A- 1159) y como ejercicio de repente «Una puerta de entrada de ciudad con arco al medio, y huecos de quadrado á los lados, adornada del orden Dórico con triglifos» (A- 3458).

El 25 de noviembre de 1798 solicitó de la Academia su admisión a los ejercicios para la clase de maestro arquitecto, exponiendo sus estudios y la certificación de práctica librada por el director de arquitectura Francisco Sánchez. Fue admitido en la Junta Ordinaria del 2 de diciembre, momento en el que se le señaló como asunto a desarrollar «Un  Quartel de Caballeria con todo lo necesario, Planta Vaja, Principal, y Segunda, fachada y dos cortes, Calculo, ynforme facultatibo» (del A- 3107 al A- 3111) y «el modelo De yeso De un Cañon de Bobeda con Circulos Desiguales».

No volveremos a saber de él hasta pasados tres años, cuando en atención a su aptitud, su aplicación y el proyecto de «un Colegio de Niñas» S.M. le concedió en 1801 una pensión temporal de ocho reales de vellón diarios librados sobre el fondo de arbitrios, el cual  era administrado por la dirección general de Correos. A finales de este año de 1801 se dedicó a delinear «todo el dia dentro de la Academia los planos para su examen de Mtro. Arquitecto, y emplea las horas de noche en la lectura de las obras de su Arte qe necesita estudiar para el mismo examen, por lo qual suplica á la Academia se digne de dispensarle la asistencia á los estudios nocturnos el tiempo que tarde en examinarse».

Tuvo los ejercicios concluidos el 4 de febrero de 1802, momento en que notificó haber finalizado los asuntos que se le habían señalado en 1798 y solicitaba día para ser examinado. La Junta Ordinaria del 7 de febrero le señaló el 20 del mismo mes, junta extraordinaria a la que asistieron los profesores Arnal, Cuervo, Aguado, Varas y Bosarte, este último en calidad de secretario. Examinadas las obras de pensado y de repente, el modelo de yeso, así como el informe facultativo y el avance del coste de la obra calculada en 23.131.651 reales y 17 maravedíes, se le cuestionó acerca de sus ejercicios, la teoría y práctica de la arquitectura. Los examinadores le vieron con mérito para ostentar el título de maestro arquitecto, grado que le fue concedido en la Junta Ordinaria del 7 de marzo de 1802.

A partir de este momento comenzó a enviar a la corporación madrileña diversos diseños y proyectos de obras para su aprobación: el diseño del pórtico y la torre de la ermita de Jesús Nazareno en la villa de Urda (Toledo) perteneciente al priorato de San Juan, aprobado por la Comisión de Arquitectura el 1 de septiembre de 1803; el retablo, la mesa de altar y tabernáculo de la iglesia parroquial de Monovar (Alicante), cuyo diseño en borrador fue aprobado por la Comisión de Arquitectura el 1 de abril de 1806 y el diseño en limpio el 4 de mayo. Asimismo, el  3 de septiembre de 1807 lo fueron dos diseños para la iglesia parroquial de Rebordechán (Pontevedra), con la advertencia de que suprimiese la linterna que proyectaba sobre la bóveda del crucero de la capilla mayor.

Su nombre volvió a reseñarse en las juntas académicas con motivo de la reedificación de la iglesia parroquial de Alconchel (Badajoz). Para el estudio de esta obra debemos remontarnos al mes de octubre de 1806, fecha en la que la junta de vecinos de lavilla comenzó a movilizarse a fin de construir su nuevo templo. Se partió de los planos ideados por el arquitecto Manuel Blanco y Rodera, vecino de aquella ciudad, los cuales a través del Consejo de Castilla fueron remitidos a la Academia de San Fernando para su evaluación. Los planos iban acompañados por otros diez formados para la reedificación de dicho templo: 4 de ellos firmados por Fernando Rodríguez manifestando el estado en que se encontraba la obra, además del proyecto de ampliación que conservaba la capilla mayor, mientras que los 6 restantes suscritos por Cayetano Gallitia, tres de los cuales habían sido reprobados por la Academia en noviembre de 1805.

Dicho expediente, junto con los planos de ambos arquitectos fueron censurados por la Comisión de Arquitectura el 2 de enero de 1807, momento en el que se aprobó el informe que había desarrollado sobre esta obra el difunto Blas Cesáreo Martín, quien manifestaba la necesidad de construir la iglesia «en parage cómodo y saludable porque el que ocupa en la actualidad es húmedo hasta el extremo de pudrirse los ornamentos». También cambiar la ubicación de la obra, a ser posible hacia el medio del pueblo, prever el fututo aumento de la población y dotar al templo de la capacidad y el decoro propios en obras de esta clase. Por este motivo, la Comisión reprobó el proyecto de Fernando Rodríguez y el de Gallitia porque «ademas de ser defectuosos y faltos de elegancia, son inadmisibles quando la iglesia debe construirse en distinto sitio del qe ocupa la actual, y estos se han hecho para el mismo en donde está al presente».

Ante este dictamen se solicitó de la Academia el nombramiento de un arquitecto académico de mérito que pasase a Alconchel a señalar el sitio donde debía construirse dicha iglesia, levantase los planos del templo y dirigiese la obra. Es en este momento cuando entró Villalobos en escena al ofrecerse para esta comisión. El proyecto delineado por Villalobos fue censurado por la Comisión de Arquitectura el 3 de diciembre de 1807, pero «Constandole  á la Comision que se ha mandado elegir parage conveniente para situar esta iglesia, no pudo dar su dictamen sobre estos planos por carecer de las demostraciones del terreno donde se ha de edificar». Los nuevos diseños, junto con el plano topográfico, el informe de situación y otros documentos serían remitidos a la corporación para su nueva censura, siendo aprobados en su totalidad por la Junta de la Comisión de Arquitectura el 4 de febrero de 1808. No obstante, en este mismo año de 1808 la Academia examinó otros tres diseños suyos para la reforma de la iglesia parroquial de Nigüella (Zaragoza), en vista de que los anteriormente presentados por Yarza habían sido reprobados.

El 29 de junio de 1814 solicitó de la Academia su admisión a los ejercicios para el grado de académico de mérito exponiendo el haber sido premiado con el 1º premio de la 2ª clase en Concurso General de 1796 y realizado varias obras públicas aprobadas por la Academia, adjuntando además una memoria sobre el empuje de los arcos y las bóvedas, cuya materia era sumamente delicada y controvertida por la canidad de conocimientos elementales y prácticos que abrazaba su resolución. En dicho estudio había procurado simplificar al máximo las fórmulas algebráicas, deduciendo en ellas reglas útiles para la práctica.

La petición de Villalobos fue vista en la Junta Ordinaria del 3 de julio de 1814, momento en que se notificó al interesado que debía sujetarse a las pruebas establecidas. En vista de que no fueron verificados los méritos expuestos por el pretendiente y no había hecho la solicitud en el tiempo reglamentario se prorrogó dos años más su admisión a los ejercicios para recibirse en este grado, ya que presentaría un nuevo memorial el 4 de febrero de 1816. La nueva solicitud fue vista en la Junta de la Comisión de Arquitectura del 28 de febrero, cuyos miembros acordaron el pase del pretendiente al resto de los ejercicios de reglamento. Dicho dictamen fue aprobado por la Junta Ordinaria del 3 de marzo, momento en que le fueron sorteados los tres programas para disertar, de los cuales escogió el nº 12:  « ... sobre los perjuicios o ventajas que podrá ocasionar el uso de las maderas en los edificios públicos y privados», el cual tuvo concluido en octubre de 1817 porque en esta fecha solicitó día para su lectura.

Si consultamos la disertación realizada por Elías Villalobos en 1818, el arquitecto constataba el uso generalizado del «método combinado» consistente en la combinación de varios materiales en la construcción de las paredes, tabicones de crujía y divisorios sobre entramados de madera por su pronta ejecución, ahorro de materiales, tiempo, gruesos, jornales y ofrecer un mayor ensanche a las habitaciones. Del mismo modo, el abuso que se hacía de este método, incluso en los pisos bajos, sótanos y lugares húmedos sin examinar sus calidades, la naturaleza, robustez y el grueso de las maderas como las cargas que debían sufrir, lo que había tenido como resultado la construcción de casas sin solidez, enlace y trabazón, con una ligereza extrema en cuanto a su grueso en todas sus alturas y alejadas de las reglas de la buena construcción que pronto sufrían pandeos y desplomes.

En su opinión, esto era debido a que los carpinteros conseguían las obras de fuera y a que los asentistas no hacían sólidos los enlaces y ensamblajes, los empalmes a cola muesca y a diente, a espera y cola de milano, como los demás trabazones esenciales que servían para sujetar las maderas y los entramados entre sí.

Insistía en que la codicia había hecho que los entramados se hiciesen rápidamente «poniendo los puentes horizontales, y oblicuos como al tope con los pies derechos, tornapuntas y demas maderos solo con unas miserables esperas de cualquier modo y clavos y mas clavos; sin atender á la sujeción y trabazon necesarios de dichos puentes metidas á espera y cola, á lo menos en los pies derechos de los ángulos entrantes y salientes y sus inmediatos; como tamen en todos los tabiques que estan al descubierto […]».

A su entender, la madera era un material de poca durabilidad, aunque poseía otras condiciones ventajosas, por ello, para conseguir la duración de los edificios era necesario elegir materiales sólidos y resistentes, hacerlos con el menor número de piezas de madera que fuera posible y excluir de ellos los entramados en las paredes, suelos y armaduras a fin de sustituirlos por arcos y bóvedas de mampostería, piedra cortada o ladrillo, tal y como lo habían hecho los constructores de la Antigüedad cuyas obras y ruinas así lo atestiguaban.

Reseñó la importancia de las bóvedas de ladrillo de rosca y tabicadas de los templos góticos, la iglesia y convento de San Francisco El Grande, la parte nueva del hospital General de Madrid y la Real Casa de Aduana, cuyas bóvedas de fábrica de ladrillo eran de gran solidez. También las bóvedas de las Salesas o la Visitación, la Nueva Regalada, la Casa del nuevo rezado de los PP. Jerónimos, el desgraciado pórtico de los Mostenses, la iglesia del Oratorio de Caballero de Gracia y el magnífico Museo del Prado y el Observatorio Astronómico. Con este sistema de bóvedas de verdadera solidez constructiva, tanto en edificios públicos como privados y religiosos, la madera era inexistente o casi había desaparecido.

Continuó su disertación explicando que el hombre había visto en la madera un material rico para cuantas formas quisiera darle, por ello, eran pocos los edificios que no la tuvieran, ya sola o combinada con otros materiales. De hecho, sus infinitos usos en la arquitectura civil, hidráulica, militar o religiosa eran apreciativos en los empalmes, ensamblajes, apeos, castillejos, armazones, andamios, entramados de todas clases, zampeados y emparrillados para las cimentaciones asentadas sobre malos terrenos, como también en las ataguías, azudes en los ríos, pilotajes y estacados en terrenos flojos de las calzadas, cepas de los puentes fijos y de barcas, molinos, chapiteles, cúpulas y linternas encamonadas, obras de carpintería, etc.

Hizo referencia a Vitrubio en cuanto al uso de los entramados de paredes y tabicones como a las leyes públicas de Roma que no permitían dar a las paredes exteriores más de pie y medio de grueso habiendo sido mejor no haberla empleado por estar expuestas las obras a los incendios y quiebras, aunque se ahorrase en el espacio, pues su utilización perjudicaba al erario público por ser continua la desaparición de edificios civiles pasto de las llamas, cuyo número asombraba y estremecía.

Fuera de España habían sufrido incendios multitud de teatros como el de Viena, Milán, Estocolmo, Venecia, Bolonia, León de Francia, París o Ámsterdam mientras que dentro de España el de Zaragoza o el del Príncipe en Madrid, en 1803. A ello cabría añadir el gran incendio de las armaduras de El Escorial acaecido en 1617, el Palacio de El Pardo, el antiguo Palacio de los Austrias en 1734, la iglesia de Santo Tomás, Santa Cruz, San Millán, la Real Cárcel de Corte en 1794, el Palacio del duque de Alba en dos ocasiones, la Plaza Mayor en tres ocasiones siendo la última en 1790 y en este mismo año el de la iglesia de San Miguel o el de la Puerta del Sol en un periodo más reciente.

Todos estos incendios no habrían ocurrido si en su lugar se hubieran empleado bóvedas de ladrillo de rosca o tabicadas en vez de los entramados de madera en los suelos y armaduras. Es más, Villalobos citó la madera de lárice, solo conocida en las riberas del Po y mar Adriático, ya recogida por Vitrubio en sus Diez Libros de Arquitectura por sus características incombustibles que distaban mucho de la naturaleza y propiedades generales del resto de las maderas. Según el tratadista romano no ardía mientras que Alberti afirmaba que ardía como cualquier madera, aunque con alguna resistencia.

No obvió las maderas más comunes en la arquitectura: el roble, excelente en los pilotajes por su firmeza dentro del agua; la encina por su solidez y poca porosidad, resistencia a la humedad y de larga duración en obras subterráneas; el álamo negro, sauce, tilo, pino, olivo y otros frutales cuyas maderas habían sido utilizadas en zampeados, estacados y emparrillados en malos terrenos. De todas las señaladas, la madera de pino había sido la más útil en la construcción madrileña, pudiendo diferenciar entre ellas la de Cuenca por su mayor calidad, aunque padecía mucho por ser conducida embarcada por el Tajo hasta Aranjuez; la del valle de Iruelas, madera durísima que era conducida por el río Alberche hasta el desembarcadero del paraje llamado el Santo, cerca de Chapinería; la de Valsaín y Robledo, inmediata a la garganta del Espinar; las Navas, a tres leguas de El Escorial y también de muy buena calidad; la de Hoyo Pinares y San Bartolomé de Pinares, ambas procedentes de la provincia de Ávila, madera serradiza a la que se conocía con el nombre de «alfargía»; la del Tiemblo y el Barco de Ávila o las de El Paular y el valle de Lozoya.

Dentro de las de inferior calidad reseñaba la madera «Liñonera» procedente de Cajigas junto al Escorial; Guisando, cerca de San Martín de Valdeiglesias y Cebreros, ambas de la provincia de Ávila; «venturera» que se extraía de Cercedilla, Navalcarnero, Los Molinos y otras zonas de Guadarrama, y por último la madera de Gálvez procedente de Toledo y la de Cantalejo de Segovia.

A partir del 29 de octubre de 1817 los directores y tenientes de arquitectura fueron examinando la disertación de Villalobos, los cuales la fueron devolviendo corregida. Antonio López Aguado y Juan Antonio Cuervo la devolvieron respectivamente los días 11 y 24 de noviembre;  Barcenilla y Alfonso Rodríguez el 12 y 30 de diciembre; Manuel de la Peña y Padura e Isidro González Velázquez el 23 y 26 de enero de 1818, mientras que Antonio de Varas y Juan Miguel de Inclán los días 3 y 9 de febrero de ese mismo año.

Al tiempo que se estaba examinando en la clase de académico de mérito remitió a censura de la institución académica dos oficios y tres dibujos en planta, fachada y corte longitudinal para la reparación y aumento de la torre de la iglesia parroquial de Villarrubia de los Ojos del Guadiana (Ciudad Real), que serían aprobados por la Comisión de Arquitectura el  25 de mayo de 1816. Del mismo modo, aprovechó la ocasión para realizar una exposición manifestando que habiéndosele encargado en el año 1803 la ejecución de los planos para el atrio y la torre del santuario o ermita de Jesús Nazareno a extramuros de la villa de Urda (Toledo), los cuales habían sido aprobados por la corporación el 4 de septiembre de ese año, era él quien había dirigido dicha obra por espacio de cinco años hasta que fue suspendida por la invasión enemiga en 1808. Que terminada la contienda quiso continuarla, pero se encontró con la sorpresa de que el asentista ensamblador o tallista Juan Manuel Damiana la estaba concluyendo infringiendo así las reales órdenes.  Por este motivo suplicó la defensa de los derechos del Estatuto y se librase el exhorto correspondiente a fin de que la obra fuese continuada y concluida por el arquitecto nombrado anteriormente y bajo un diseño aprobado por la Academia, para cuyo objeto remitía el plano original.

La Comisión de Arquitectura reunida el  3 de diciembe de 1817 examinó el expediente y acordó pedir explicaciones al encargado con el fin de que informase sobre los motivos que le habían movido a nombrar a Juan Manuel Damiana para la ejecución de esas obras contraviniendo todas las reglas y sin la presencia de un plano censurado por la Academia, como también las razones que habían mediado para separar al verdadero aquitecto. Finalmente, la Comisión de Arquitectura acordó exigir 100 ducados de multa como quedaba prevenido en el Estatuto. No obstante, se vio por segunda vez dicho expediente el 7 de enero de 1818, momento en que en contestación a lo solicitado por la corporación a finales de 1817, fray Pío Rafael Sánchez de León manifestó que el nombramiento de Damiana para finalizar las obras provenía de las reales órdenes del Infante Don Carlos, hecho por el que la Comisión de Arquitectura asintió con respeto a esta determinación pasando todo el expediente a sus manos para su justa y real resolución.

El examen para la graduación de académico de mérito tuvo lugar en la Junta Extraordinaria celebrada el miércoles 25 de febrero de 1818, reunión a la que acudieron Pedro Franco (viceprotector), Juan Antonio Cuervo, A. Rodríguez, Manuel de la Peña, Antonio de Varas y Juan Miguel de Inclán (secretario). Todos vieron al opositor con mérito para recibir la graduación solicitada, pero conforme al estatuto de la Academia el dictamen tenía que hacerse presente en la junta ordinaria siguiente, es decir, la del 8 de marzo de 1818, fecha en la que se acordó por unanimidad (27 votos) la aprobación de Villalobos en la clase solicitada.

Durante 1819 diseñó el dibujo de un altar dedicado a Santo Tomás de Villanueva para colocarlo en el crucero de la iglesia de P.P. Agustinos Calzados de San Felipe El Real de Madrid. Como la Academia había aprobado otro igual para su frente dedicado a Santo Toribio de Mogrovejo, la Comisión de Arquitectura celebrada el 25 de septiembre de 1819 lo aprobó siempre que su forma fuese igual a aquel, lo que significaba que debía colocase al santo sobre un zócalo a la altura de las basas y proporcionar al escudo como a los flameros del mismo dibujo que el altar dedicado a Santo Toribio de Mogrovejo.

Años más tarde presentó a informe el proyecto de reforma y aumento de la casa Ayuntamiento de Navahermosa en los Montes de Toledo (Toledo), el cual fue aprobado  por la Comisión de Arquitectura el 8 de marzo de 1831, así como los de un puente que se intentaba construir en el mismo lugar y otros sobre el arroyo Toscón, todos ellos aprobados por la Academia en la Junta Ordinaria del 13 del mismo mes.

Para llevar a cabo una real orden, el decano de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte Andrés Oller consultó a la Academia el 10 de junio de 1833 sobre el nombramiento de cuatro arquitectos que reconocieran todos los tendidos, alzados, toriles y demás localidades de la plaza de toros de Madrid en las funciones reales, en unión con el arquitecto mayor de la villa Francisco Javier de Mariátegui. Concretamente, estos nombramientos eran necesarios para la próxima fiesta real de toros que debía celebrarse el día 22 de junio con motivo de la jura de la infanta María Isabel como heredera de la corona española. Y siguiendo las directrices del ayuntamiento, la Academia nombró el 12 de junio de 1833 a los académicos Pedro Nolasco Ventura, José Joaquín de Troconiz, Juan Francisco Rodrigo y Elías Villalobos para desempeñar dicha comisión.

Con motivo del oficio enviado el 4 de septiembre de 1834 a la corporación académica por el gobernador civil de la provincia de Guadalajara Rafael Pérez de Guzmán, relativo al deseo de la reina en rescindir la escritura de arrendamiento que tenía hecho de las Reales Fábricas de esa villa, se solicitó de la Academia el nombramiento de un arquitecto que pasase a reconocer los desperfectos de sus fábricas en vista de que no podía hacerlo el arquitecto mayor de Guadalajara por el fallecimiento de unos y la ausencia de otros. Pablo Torrents y Miranda había elegido a Juan José Guallart y Sánchez para que en unión con otro arquitecto nombrado por la corporación llevase a cabo estos trabajos. La Junta celebrada la tarde del 6 de septiembre acordó designar al académico Elías Villalobos por ser el más apropiado para su desempeño, resolución que sería aprobada por la Academia en la Junta Ordinaria del 12 de octubre de 1834, no sin antes advertir al gobernador civil que los honorarios a percibir por este profesional ascenderían a 150 reales de vellón por día, incluso los de salida y regreso de su casa, sin perjuicio de los trabajos que después pudiera hacer en diseños y escritos. En esta misma junta y a través de la Real Hacienda se notificó también que el gobernador civil de Guadalajara había designado a Villalobos para estudiar los desperfectos acaecidos en sus Reales Fábricas. 

Al poco tiempo llegó a la Academia una carta remitida por el presidente de Arquitectura de Inglaterra con los estatutos que habían formado para su funcionamiento y progresos, demostrando su deseo en ponerse en contacto con la dirección de arquitectura española a fin de ayudarse mutuamente sobre la historia de la arquitectura, sus progresos, etc. Ante este hecho se propuso que los arquitectos españoles e ingleses cooperasen juntos a fin de que intercambiasen sus conocimientos y se auxiliasen mutuamente en sus honrosos trabajos, «mucho más teniendo ya gran copia de ellos con que poder acreditar a los extranjeros el esmero con que en España ha sido mirada la Arquitectura en todos los tiempos». Para llevar a cabo esta labor, en la Junta Ordinaria del 8 de noviembre de 1835 se nombraron a los académicos José Segundo Izquierdo, León Gil de Palacio, Elías Villalobos, Antonio Conde y González, José García Otero, Martín López Aguado, José París, Luciano de Olarieta y Andrés Bazán, con el fin de reunir más datos.

            Tenemos constancia que el 31 de enero de 1836 la junta de arquitectos de Gran Bretaña manifestó que, «con el fin de reunir más datos y noticias que pudieran contribuir al interés que presenta el programa que se ha hecho, convendría que pasasen ejemplares de éste por Secretaria a las Academias Rls. y a las Escuelas de Sevilla, Salamanca, Barcelona, y Segovia, como también a los Profesores y Academicos» que estimasen oportunos.

            Sin duda, el proyecto A. Villalobos de una Escuela británica y extranjera (A- 355) en plantas principal y segunda del cuerpo central y alzado de la fachada principal, firmado en Londres en enero de 1835 muestra el temprano interés que despertó entre nuestros arquitectos el conocimiento, acercamiento y quehacer arquitectónico de los artistas ingleses. Pero dicha relación puede apreciarse también cuando John Soane, arquitecto inglés residente en Londres,  regaló a la Academia un tomo en folio impreso en vitela con láminas y la descripción de su casa y museo, por cuya memoria y mérito la Academia acordó concederle el grado de académico de honor y de mérito por la Arquitectura en la Junta Ordinaria del 28 de mayo de 1837, así como  el grado de académico de mérito al secretario honorario de la junta de arquitectos de Londres Thomas Leverton Donaldson.

            En el Catálogo de los directores, tenientes, académicos de mérito y maestros arquitectos aprobados por la Real Academia residentes en Madrid, el nombre de Elías Villalobos aparece reseñado en la lista de los académicos de mérito y a su lado la palabra «Murió». Esto mismo ocurre con Silvestre Pérez y Manuel Bradi lo que demuestra que los arquitectos murieron entre finales de 1824 y principios de 1825. 
Fuentes académicas:

Arquitectura. Casas consistoriales, 1818-1861. Sig. 2-30-5; Comisión de Arquitectura. Arquitectos, 1796-1802, 1816, 1822. Sig. 4-68-2; Comisión de Arquitectura. Arquitectos, alarifes y maestros de obras 1758-1846. Sig. 2-23-6; Comisión de Arquitectura. Informes, 1803. Sig. 1-28-4; Comisión de Arquitectura. Informes, 1806. Sig. 1-29-3; Comisión de Arquitectura. Informes, 1807. Sig. 1-29-4; Comisión de Arquitectura. Informes, 1808- 1822. Sig. 1-29-5; Comisión de Arquitectura. Informes, 1829-1838. Sig. 1-30-3; Comisión de Arquitectura. Pruebas de acceso al título de académico de mérito, arquitecto, etc. VILLALOBOS, Elías: Disertación sobre los perjuicios o ventajas que podrá ocasionar el uso de las maderas en los edificios públicos y privados, Madrid, 1818. Sig. 3-310-15; Distribución de los premios concedidos por el Rey Nuestro Señor á los discípulos de las nobles artes, hecha por la Real Academia de San Fernando en la Junta pública de 13 de julio de 1796. Madrid: en la Imprenta de la Viuda de Ibarra, 1796; Libro de actas de juntas ordinarias, generales y públicas, 1795-1802. Sig. 3-86; Libro de actas de juntas ordinarias, generales y públicas, 1803-1818. Sig. 3-87; Libro de actas de juntas ordinarias, generales y públicas, 1831-1838. Sig. 3-89; Secretario general. Académicos. Arquitectos, 1814-1820. Sig. 1-43-3bis; Secretario general. Académicos de honor, 1820-1845. Sig. 1-40-7; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1761-1878. Sig. 1-50-4; Secretario general. Enseñanza. Pensionados. Arquitectura. 1748-1807. Sig. 1-49-6; Secretario general. Solicitudes de nombramiento de profesores para reconocimiento de obras de arquitectura, escultura, pintura y grabado, 1779-1862. Sig. 2-27-5.


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