Utrilla, Mariano


Hijo de Jacinto Utrilla y Alberta Lores, nació en Zaragoza el 2 de febrero de 1820, siendo bautizado ese mismo día en la iglesia parroquial de San Gil Abad. Estudió arquitectura en la Real Academia de San Luis de Zaragoza, matriculándose en los cuatro cursos de Matemáticas correspondientes a los años 1837, 1838, 1839 y 1840, en los cuales obtuvo la calificación de «notablemente aprobados». En esta academia delineó y estudió los cinco órdenes de arquitectua de Vignola, los templos de Vitrubio, las casas de Paladio, el Panteón de Agripa, los edificios de Desgodetz, así como otros tantos antiguos y modernos.

Posteriormente se trasladó a  Madrid  a fin de  perfeccionar sus conocimientos y con este objeto pasó a ser discípulo particular del académico de mérito Atilano Sanz, bajo cuya dirección permaneció por espacio de tres años consecutivos. Durante este tiempo realizó pequeños proyectos de invención hasta edificios de primer orden y disertó sobre varios puntos de la arquitectura al tiempo que se aplicó durante dos años en  la práctica constructiva asistiendo a las obras a cargo de su maestro realizando tasas, mediciones y demás operaciones que le fueron encargadas.

El 6 de junio de 1845 solicitó de la Academia de San Fernando su admisión a los ejercicios para la clase de maestro arquitecto, presentando como  prueba de pensado el proyecto de Un hospital general con arreglo al sistema de Poyet (del A- 2571 al A- 2574) con el informe facultativo y el avance del coste de la obra, la partida de bautismo, la certificación de los cursos de Matemáticas aprobados, la certificación de práctica librada por su profesor Atilano Sanz  y la justificación de su conducta moral y política.

La Junta de la Comisión de Arquitectura celebrada el día 17 de junio de 1845 examinó la obra y los documentos aportados, acordando el pase del interesado al resto de los ejercicios de reglamento. Fue admitido en la Junta Ordinaria del 29 del mismo mes, fecha en la que le sortearon los programas de repente. Le tocaron en suerte los números 24, 62 y 17 nuevos, los cuales respondieron respectivamente: «La Hermita de un Santuario con habitación para el Patrono ó Administrador Eclesiastico. Planta, fachada y corte», «Un Arca principal de repartimiento de aguas para todas las fuentes publicas y particulares, de una población tan grande como Madrid; adornada con la Arquitectura que corresponde en el supuesto de hacer monumento publico dentro de la población. Planta, alzado y corte» y «La Fachada principal de un Real Palacio, y su planta». De los tres asuntos escogió el número 24, es decir, la Ermita de un santuario con habitación para el patrono o administrador eclesiástico (A- 4057), elección que comunicó a la corporación el 10 de julio.

La Junta de Examen tuvo lugar la mañana del 24 de julio de 1845, asistiendo a ella como vocales los profesores Marcial Antonio López, Custodio Moreno, Antonio Conde y González, Atilano Sanz, Aníbal Álvarez, Narciso Pascual y Colomer, Eugenio de la Cámara y Juan Miguel de Inclán. Cotejada la obra de pensado con la prueba de repente que el interesado explicó una vez entrado en la sala, se procedió a la realización del examen teórico. Utrilla comenzó este nuevo ejercicio tratando las ciencias matemáticas como las superficies y los volúmenes en general, deteniéndose en la esfera y los cuerpos que resultan por las diferentes secciones dadas en ella, para pasar al empleo y el uso del grafómetro y su aplicación en las operaciones prácticas sobre el terreno. Después explicó el sentido de la palabra «ventilación», que usó en las salas de su proyecto de hospital; los medios para adquirirla, el uso de los «calorifríos» y otros particulares que se le propusieron. Seguidamente se introdujo en las maderas, su preparación y cortes; la piedra y sus calidades; la arena y las tierras para la fabricación del ladrillo; los órdenes de arquitectura, su aplicación y diferencias entre los antiguos y modernos; lo que se entendía por Greco-Romana, dando por terminado el ejercicio contestando a otras preguntas que le hicieron los profesores sobre la teoría y práctica de la profesión.

Satisfechos los examinadores con el mérito de las obras ejecutadas y las explicaciones dadas a las preguntas formuladas le hallaron hábil para ostentar el título de maestro arquitecto, grado que le fue concedido en la Junta Ordinaria del 3 de agosto de 1845, a los 25 años de edad.

En 1853 remitió desde Zaragoza a la censura de la Academia el proyecto de un monumento que, a expensas de los aragoneses residentes en Cuba, se intentaba construir en la Capilla del Pilar de Zaragoza para perpetuar la memoria del teniente general don Manuel de Enna y Sas. Dichos planos fueron aprobados por la Sección de Arquitectura el 22 de febrero y por la Academia en la Junta General del 6 de marzo de 1853.

A mediados de 1865 llegó a linforme de la Academia el proyecto de la cúpula para el crucero del Santo Templo Metropolitano de Nuestra Señora del Pilar formado por Yarza y los arquitectos Mariano Utrilla, Juan Antonio Atienza, Pedro Martínez Sangrós y Mariano López. El proyecto contenía una memoria descriptiva, el presupuesto que ascendía a la cantidad de 2.200.096, 70 reales de vellón, el informe de las obras de la iglesia y varios planos del exconvento de San Ildefonso, además de 4 planos en borrador y 3 en limpio, correspondiendo estos últimos a la planta de la cúpula, la vista geométrica y la sección longitudinal.

Para poder examinar acertadamente este expediente se nombró una subcomisión encargada de estudiarlo, la cual creyó conveniente analizar todos los proyectos existentes en el Archivo del Cabildo. Dicha comisión encontró que los relativos a las obras que faltaban eran muy pocos y que la composición del edificio se había tomado del arte pagano, lo que lamentaban sus miembros porque era imposible terminar las obras adecuándolas a la representación de la idea cristiana. La subcomisión dividió las obras en:

 

A) Interiores: la cúpula principal, transformación de las bóvedas que cubrían las naves menores y que circundaban el coro y la de los espacios intermedios; el coro, el altar mayor, el pavimento de las naves y capillas; el cerramiento de las capillas y el santuario de la Vírgen como los accesorios de la decoración.

 

B) Exteriores: el ensanche y arreglo de las avenidas del templo, la fachada del mediodía y sus torres, además de las fachadas norte, este y oeste. 

 

C) Cúpula principal: existía un proyecto de Ventura Rodríguez que representaba el alzado exterior con el que se podía hacer una idea de los ornamentos exteriores, pero no de los interiores.

 

D) Sobre la transformación de las bóvedas: sustitución de las bóvedas de arista por las de cañón con lunetos debido a sus buenos resultados; la censura de la multiplicidad de cúpulas en base a su dificultad de construcción y perjudicar el efecto artístico como su gran coste, no obstante, la subcomisión no estuvo de acuerdo con su supresión al caracterizar tanto la fisionomía de la arquitectura de esa época.

 

E) Variación del coro y altar mayor: se reprueba la ubicación del coro en el centro de la nave principal al destruir el efecto óptico y perspectivo del templo y reducir su capacidad, de hecho, la subcomisión sabía que Ventura Rodríguez había  propuesto trasladar el gran retablo mayor al testero de Poniente reemplazándole por un tabernáculo y llevar el coro desde el sitio donde estaba al espacio llamado de la  Adoración, es decir, aquel detrás del altar mayor hasta el llamado Cuadro de la Virgen. Respecto a este apartado, no se hallaron suficientes datos para poder emitir un informe razonado, ya que tan sólo obraba en el expediente media planta de la iglesia y no estaba orientada ni marcada en ella la situación de la Capilla del Pilar.

 

F) Pavimento de las naves y capillas: la subcomisión aprobó este proyecto.

 

G) Cerramiento de las capillas y del Cuarto de la Virgen: la subcomisión fue de la opinión que se redujese el existente, construido en la Capilla de San Juan y de Santiago, introduciendo en él ligeras variaciones.

 

H) Accesorios: se acordó que el estudio de los detalles se dejase al arquitecto director.

 

I) Obras exteriores. Variación y  arreglo de las avenidas del templo: no se halló clara la parte del plano de la ciudad de Zaragoza remitido a censura, puesto que era confuso al no estar orientado, indicarse nombres de calles inexistentes, etc., pero lo mas defectuoso eran las dos fachadas pequeñas del edificio del Pilar que quedaban encerradas en estrechos callejones, sin desahogo, luz y puntos de vista, motivo por el que se proponía el ensanche de estos dos sitios, la regularización de la plaza y sus avenidas, reformas algo costosas, pero muy ventajosas a la larga, aunque los proyectos de Rodríguez y Sevilla se hubiesen realizado bajo la conservación de la estrechez de las calles laterales siendo el acceso principal a través de la fachada sur que es la que daba a la plaza.

 

J) Fachadas: en este punto la Sección de Arquitectura fue consciente de que el plan de alineación efectuado por el Ayuntamiento de Zaragoza adolecía de defectos que eran difíciles de corregir. Creía que la ubicación de la torre nueva en la plaza de San Felipe era nefasta si se consultaba el plano, pues era un estorbo y ademas quitaba las luces y vistas a los edificios próximos careciendo ella al mismo tiempo de puntos de vista desde donde pudiese ser vista. Por otro lado, estaba desviada de la vertical y se habían desprendido parte de su cornisa y el revestimiento exterior de su cuerpo inferior por las inclemencias del tiempo. En este punto se creyó conveniente mejorar el aspecto de la plaza tomándose como base la iglesia de San Felipe y que la distancia perpendicular existente desde su fachada al lado opuesto de la torre se tomase como tipo para los demás lados de la plaza a fin de que la torre quedase en el centro, al menos con relación a los tres de los cuatro lados de la misma. Asimismo, se creyó necesario el ensanche de algunas calles, la apertura y la condena de algunos callejones sin salida.

 

 

En estos momentos también se trataron otros aspectos no menos importantes de la obra como eran la decoración y los órdenes empleados, el peralte de la cúpula y el espesor de sus claves, el muro del cimborrio y los arcos torales, la decoración interior, el cálculo de los espesores de los muros, el precio de los materiales, el coste de las obras de pintura y escultura, así como los precios que debían adjudicarse en caso de que la obra se sacase a concurso público.

Este proyecto sumamente importante por tratarse de una obra excepcional fue censurado por la Sección de Arquitectura el 27 de octubre de 1865, junta que quedó constituída por los arquitectos París, Enríquez, Colomer, Cámara, Ríos, Piscina, Sanz y Peyronnet, este último en calidad de vocal secretario. Podemos resumir diciendo que la junta reprobó el proyecto de la cúpula como definitivo al ser insuficientes los documentos enviados y no existir datos suficientes para formar un juicio completo porque como ya había indicado la subcomisión quedaban sin hacer los estudios de detalle. En cuanto a tomarlo como anteproyecto o programa que fijase las bases que determinase el pensamiento general que debía desarrollarse después por el arquitecto director, se consideró demasiado concreto, lo que significa que al arquitecto director no se le dejaría libertad para expresar su propia opinión  y un arquitecto de valía no se encargaría de la obra en tales circunstancias. Para la Sección de Arquitectura el problema que debía resolver el artista que tomase a su cargo la obra para su conclusión eran las siguientes: «idear el mejor modo de concluir el edificio armonizando todo lo mas que sea posible la obra nueva con los que existe, a fin de obtener la unidad artística del conjunto»,  lo que significaba que tendría que formar un proyecto completo señalando en él lo que existía, lo que debía de conservarse y lo que había que hacerse de nuevo, acompañado de los detalles constructivos y decorativos necesarios

El nombre de Utrilla volvió a reseñarse en las juntas académicas con motivo del fallecimiento de Francisco Enríquez Ferrer y Aníbal Álvarez, momento en que se procedió a cubrir dichas vacantes para las que fueron propuestos varios candidatos. Entre ellos figuraban Simeón Ábalos, cuya propuesta fue suscrita el 26 de abril de 1870 por los académicos Peyronnet, Eugenio de la Cámara, Joaquín Espalter y Antonio de Cachavera en vista de que era el arquitecto director de la Escuela Superior de Arquitectura, presidente de la Comisión de Publicaciones de los Monumentos Arquitectónicos de España, individuo de varias comisiones oficiales y propuesto en terna para catedrático por oposición en la misma Escuela.  Aunque esta propuesta fue realizada en un principio para cubrir la vacante de Aníbal Álvarez se pensó después para la de Pascual y Colomer como ocurriría más adelante.

Otro de los candidatos era Antonio Ruiz de Salces, cuya candidatura fue firmada el 27 de septiembre de 1870 por los académicos Eugenio de la Cámara, Peyronnet y Lucio del Valle a fin de cubrir la vacante de Francisco Enríquez Ferrer. Entre sus méritos destacaba haber sido pensionado para seguir la carrera, primero por el cuerpo de profesores y después por el gobierno en atención a su brillante comportamiento; ayudante profesor por oposición de la cátedra de Física en la Escuela Preparatoria, opositor propuesto en primer lugar por la Academia para la plaza de Arquitecto de Zaragoza, opositor a la cátedra de Geometría Descriptiva de la Escuela Preparatoria y a la de Construcción en la Especial de Arquitectura; autor del proyecto de edificio para la Exposición Hispano-Americana en la que obtuvo un primer premio en el gran Concurso Internacional celebrado a tal efecto. También del proyecto aprobado por el gobierno para el nuevo edificio de Escuelas de Ingenieros de Caminos y de Minas, así como de otras muchas obras dentro y fuera de Madrid.

El 28 de noviembre de 1870 sería propuesto Luis Cabello y Aso por los académicos Sabino de Medina, Francisco Bellver, Francisco de Cubas y Bernardo López, atendiendo a que residía en Madrid y haber sido pensionado por el gobierno en 1858. También por haber sido premiado con el primer premio por la Arquitectura en la Exposición de Bellas Artes de 1856 y 1860; haber obtenido una mención honorífica en las restantes y haber opositado en 1860 a la cátedra de Teoría e Historia de las Bellas Artes en la Escuela Superior de Pintura. Del mismo modo, por ser el arquitecto del Ensanche en 1861 en virtud de la Real Orden y a propuesta del director de la Escuela Superior de Arquitectura, en cuyo cargo había presentado varios proyectos de Fielatos y Barreras. Por último, por haber concurrido en 1862 al certamen público abierto para el Palacio de Exposición Hispano-americana, por cuyo proyecto sería premiado después en la Exposición de Bellas Artes de 1864; su nombramiento como profesor-ayudante para auxiliar la enseñanza artística de la Escuela Superior de Arquitectura en 1864; haber sido jurado en la Exposición de Bellas Artes de 1866 y profesor libre de Teoría del Arte, habiendo explicado en 1869 un curso gratuito de «Teoría estética de la Arquitectura» en las referidas Escuelas con el beneplácito del rector de la Universidad y el director de aquella. Por último, haber sido nombrado por el director de la Escuela para desempeñar en 1869-1870 la clase de «Dibujo de monumentos antiguos y modernos» a fin de sustituir al profesor de Teoría del Arte, ser juez del tribunal de exámenes, practicar durante 12 años su profesión dirigiendo algunas fincas urbanas y publicar varios trabajos literarios referentes a la misma.

Agustín Felipe Peró se encontraba igualmente entre los candidatos, siendo propuesto el 30 de septiembre de 1870 por los académicos Amador de los Ríos, Pedro de Madrazo y Francisco de Cubas. Pero este era el caso también de Utrilla, quien en vista del anuncio que convocaba a los de su clase para prever estas dos plazas solicitó una de ellas exponiendo el 2 de diciembre de 1870 ser arquitecto domiciliado en Madrid y morador en la calle Leganitos, nº 17; haber sido nombrado en 1848 ayudante de las clases de Geometría y Dibujo de Imitación en la Escuela Preparatoria para los especiales de ingenieros de caminos, minas y de arquitectura, habiendo ejercido el cargo hasta 1851 y 1852 en que dimitió tras su traslado a Zaragoza hasta junio en que regresó a Madrid y se dedicó al ejercicio de su carrera profesional llevando a cabo encargos para corporaciones y particulares, como la reparación de algunos templos de las diócesis de  Tarazona (Zaragoza) y Jaca (Huesca), habiendo dirigido las obras respectivas a las de  del Río (Teruel) y Murillo de Gállego (Zaragoza). Igualmente se había ocupado del anteproyecto de un seminario conciliar para Jaca, encargo del obispo; el anteproyecto del hospital para Fraga (Huesca) por encargo del ayuntamiento; la reforma de las oficinas de Hacienda pública de la provincia de Zaragoza; el anteproyecto de un edificio para dependencias del Estado y la Escuela de Veterinaria para la ciudad de Zaragoza; el proyecto de las escuelas de instrucción primaria para la villa de «Calaceyes»; el proyecto y la dirección de las obras del palacio y anexos para la Exposición Aragonesa de 1868, cuyos trabajos había verificado gratuitamente; el proyecto y las obras de reforma del local del Casino de Zaragoza, así como el proyecto y la dirección de las obras de la casa del conde de Fuentes y de otras muchas en la ciudad. Incluía su pertenencia a multitud de corporaciones académicas de bellas Artes (académico de número de la Academia de San Luis en Valladolid el 30 de diciembre de 1862; individuo de la Diputación Arqueológica de Zaragoza el 1 de enero de 1863; vocal arquitecto de la Junta Auxiliar de Cárceles el 1 de diciembre de 1863, en cuya virtud presentó gratuitamente sus servicios en la reforma y reparación de las cárceles de aquella audiencia; miembro de la Junta de Obras del Pilar y su Comisión Facultativa el 13 de julio de 1864, en cuyo concepto tomó parte en el estudio y redacción de la memoria sobre la reforma general del templo, concretamente en la del proyecto y obras del tras coro y la cúpula principal; socio de número de la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País el 26 de enero de 1861, desempeñando el cargo de vicesecretario desde 1863 y de secretario general desde el 1 de enero de 1866 hasta junio de 1870 en que renunció debido a su traslado de domicilio a Madrid; vocal secretario de la Junta Directiva de la Exposición Aragonesa y arquitecto director de las obras construidas para el certamen), los títulos obtenidos (corresponsal de diversas Sociedades Económicas de Amigos del País como los de Barcelona, Cádiz, Cervera, Córdoba, Granada, Jerez de la Frontera, Las Palmas de Gran Canaria, Lérida, Málaga, Manila, Murcia, Santa Cruz de Tenerife, Santiago, Tudela y Valencia) y estar desempeñando el cargo de Arquitecto del Estado en la provincia de Madrid para el que fue nombrado por el ministro de Fomento el 26 de julio de 1870.

Los candidatos eran realmente excepcionales y, por tanto, era muy difícil la elección de los que debían cubrir las plazas. En la Junta de la Sección de Arquitectura celebrada el 10 de diciembre de 1870 se procedió a verificar la calificación numérica de los candidatos y en la Junta Extraordinaria del 12 de diciembre salieron los siguientes resultados: 17 votos para Ruiz de Salces, 11 para Peró, 15 para Cabello y Aso y 4 votos perdidos, lo que dio como resultado que Ruiz de Salces cubriese la plaza de Narciso Pascual y Colomer y Ábalos la de Enríquez Ferrer.

El 25 de septiembre de 1872, la Academia nombró a los académicos Antonio Ruiz de Salces, Espalter y Sabino de Medina para informar acerca de los daños causados en el templo de Santo Tomás de Madrid con motivo del incendio acaecido en el edificio el 13 de abril anterior. Ruiz de Salces y Sabino de Medina rechazaron ser peritos tasadores de los desperfectos ocasionados por el incendio, lo que tuvo como consecuencia la duda de si en este caso como en otros análogos era potestativo en los individuos de la Academia poder admitir o rehusar este tipo de comisiones. Finalmente se demostró que ni la Ley de Instrucción Pública del 9 de septiembre de 1857, ni los Estatutos de la Real Academia consideraban a organismo más que como un cuerpo consultivo, por lo que según estas bases la Academia no estaba obligada, ni aún autorizada, para imponer a sus individuos la obligación de aceptar cargos que no fuesen informes solicitados por el gobierno.  En vista de la renuncia al cargo de Sabino de Medina y Ruiz de Salces fueron nombrados en su lugar los académicos Juan Bautista Peyronnet y Francisco Bellver en enero de 1873, quienes junto con Espalter dieron cuenta de los desperfectos relativos a las pinturas, decorado escultural y arquitectura de la iglesia, pero no como una comisión académica sino a título personal.

            Pero el 25 de abril de 1874 un nuevo suceso ocurriría en el templo, un posible hundimiento del edificio, lo que motivó solicitar el parecer de la Academia para su resolución. El director dispuso que se citase con urgencia a la Sección de Arquitectura para que el lunes por la mañana se personase en el edificio, pero volvió a existir el problema de siempre: que al ser un trabajo puramente pericial no era de la competencia de la corporación, pues como cuerpo consultivo supremo en materia de arte sólo le incumbía por sus Estatutos dar al gobierno su parecer sobre los dictámenes de otros peritos o corporaciones de orden menos elevado y nunca informar en tal concepto antes de que estuviesen apurados todos los trámites facultativos. Sin embargo, la alarma que se había extendido sobre este asunto por Madrid fue de tal magnitud que en esta ocasión, y a modo excepcional en sus reglas ordinarias de conducta, la Academia se encargó del asunto.

            A las 11 de la mañana del lunes 27 de abril de 1874 la Sección de Arquitectura practicó el primer reconocimiento de la obra, a excepción de tres de sus individuos que se hallaban ausentes de Madrid. Se hizo un reconocimiento del exterior e interior de la iglesia, tanto de sus muros y fábricas antiguas como en las nuevas de reparación, apeos y andamiajes. Pero no contenta con esto, la sección nombró una subcomisión formada por tres individuos de su seno para que estudiase el negocio, tomasen los datos, las medidas y demás necesarios a fin de realizar el informe correspondiente, teniéndolo concluido el 2 de mayo de 1874. En dicho estudio quedó reflejada la existencia de un expediente que había sido remitido por el alcalde en el que aparecía un oficio fechado el 5 de marzo de ese mismo año suscrito por el arquitecto municipal de la 2ª Sección, Joaquín María Vega, quien había practicado un reconocimiento ocular del edificio observando quiebras antiguas al exterior y otras nuevas que se estaban formando en el interior. No obstante, Vega no emitió un dictamen pericial y razonado que por su posición oficial debía haber emitido, sobre todo cuando la gravedad y la inminencia de ruina eran supuestamente inminentes. Igualmente, el 5 de marzo se había oficiado al arquitecto director de las obras Federico Aparici, quien había contestado el día 6 con las siguientes palabras: «que con las precauciones y apeos llevados a cabo con felicidad desde que notó algun indicio de ruina, no había peligro alguno de hundimiento por entonces. Mas, no habiendo remitido la certificacion que se le exigia, se le volvió á pedir en el mismo dia 6; y el 7 la remitió el expresado Arquitecto, manifestando quedar garantizada la seguridad de los operarios con los apeos practicados, y no haber peligro alguno para el tránsito público por las calles contiguas al edificio, ni para las casas nos 1 y 3 de la calle de Sto. Tomás». El 8 de marzo se pasó esta certificación a informe del arquitecto municipal, el cual contestó que en atención a la responsabilidad del citado profesor quedaba garantizada la seguridad de la obra.

Pero el 23 de abril los arquitectos José Aguilar y Mariano Utrilla emitieron un nuevo informe que constituía el mas «luminoso» de todos los obrados en el expediente. Reseñaron la existencia de ruina de algunos pilares del templo y su marcha progresiva, además de cuáles podían haber sido sus causas, los medios que podían emplearse para prevenir sus consecuencias y sus posibles reparaciones definitivas.  A su entender, las causas provenían de defectos graves en la construcción primitiva, defectos que nadie podía haber sospechado y que habían salido a la luz gracias a las calas y rozas que se habían llevado a cabo para recomponer y colocar los apeos. Todo ello ponía de manifiesto la inexistencia de trabazón de algunos puntos entre el machón de la capilla y el botarel que de ella arrancaba. Por otro lado, alarmaba el estado en que se hallaba uno de los cuatro machones en que descansaban los arcos torales, por lo que se tuvieron que cimbrar dichos arcos, dos de los torales, sostenidos por apoyos que partían del suelo, como la introducción de acodalamientos por medio de grandes puentes para alejar el temor de una ruina. Observaron también grietas, incrementándose las del muro exterior que databan desde muy antiguo, posiblemente debidas al resentimiento de los cimientos y los zócalos de la fachada.

El propio 23 de abril se pasó este dictamen a informe del arquitecto municipal, quien no hizo nuevo reconocimiento del edificio, tan sólo algunas observaciones sobre algunos párrafos del informe de Utrilla y Aguilar. Como el peligro de ruina no estaba claro se creyó oportuno que la autoridad local adoptase las medidas pertinentes, entre otras desalojar las casas contiguas al templo, cortar el tránsito público y llamar a los arquitectos que de una u otra manera habían intervenido en el edificio para tomar una resolución definitiva.

En vista de todos estos antecedentes, la Sección de Arquitectura echó de menos en el expediente un razonado parecer pericial y facultativo del arquitecto municipal del 2º Distrito, pues en ninguno de los tres informes emitidos por este arquitecto daba su opinión acerca de la importancia, gravedad y consecuencias de los indicios de ruina, ni tampoco sobre los apeos y medidas preventivas. También que este facultativo con cargo oficial sólo había insistido en indicar que se exigiese la responsabilidad de las obras al arquitecto director, los arquitectos de las Junta de Obras que habían emitido su dictamen y contribuido con su consejo a la ejecución de las medidas preventivas y a aquellos que interviniesen en sucesos posteriores. Por otro lado, la Sección de Arquitectura creía conveniente que el presidente del Ayuntamiento de Madrid hubiese oído en junta a todos los arquitectos municipales antes de acudir a la Academia, ya que era la que tenía que dar la última palabra sobre las opiniones emitidas por los peritos. Del mismo modo, la propia subcomisión creada para tal objeto había recorrido y examinado todas las partes del edificio, desde los cimientos hasta el asiento de la cruz sobre la cúpula, percatándose de la existencia de quiebras cubiertas con guarnecidos posteriores a la época y otras muy visibles como la que aparecía en la fachada a la calle Atocha en sentido vertical hacia el medio de la capilla de Santo Domingo o de los Veteranos que era la más notable. Existían otras en el muro oeste, en el machón derecho del crucero y en los dos contiguos a este que sostenían los arcos torales de las capillas de las Nieves y de la Correa.  Igualmente, la cúpula recientemente construida se encontraba en perfecto estado de conservación como la bóveda que cubría el presbiterio, el crucero y las capillas de la izquierda, y mientras las quiebras de los muros de las fachadas a las calles de Atocha y San Tomás no presentaban desplomes notables no ocurría lo mismo con las del muro que daba a la última calle. Todo ello daba como resultado que una parte pequeña del templo se encontraba en estado grave, pero sin constituir un daño irreparable si se actuaba inteligentemente.

Para dar por terminado el informe, la Sección de Arquitectura señaló que tras el reconocimiento pericial e incompleto de los cimientos se encontró con que estaban «formados de mampostería de piedras de diferentes clases, muy irregulares en forma y tamaño, abundando en algunos trozos la piedra floja llamada piedra loca, que, como  es sabido, se descompone fácilmente bajo la accion de la humedad y de la presion, causas suficientes por sí solas para producir resentimientos en cualquier edificio cuyo cimiento se componga de esta clase de material». A ello cabría añadir el incendio acaecido en el edificio y el hundimiento de la media naranja que había producido un encharcamiento de agua producido por las aguas procedentes de la extinción del fuego que se habían infiltrado poco a poco, aunque sobre todo en los subterráneos y en el terreno, lo que había producido el reblandecimiento lento de la tierra y daños en parte de los cimientos. Era en este punto de donde procedían todos los males del edificio junto con la mala calidad del ladrillo empleado, la falta de buenos trabazones, las rozas y rompimientos practicados en los muros durante diferentes épocas, la alteración sufrida en los materiales por el incendio y la vibración que sufrían todas las partes del edificio que aún se mantenían en pie.

Una vez vistas las causas del deterioro era necesario: 1º) Reconocer minuciosamente y recomponer después todos los subsuelos del templo, levantar su plano, observar la correspondencia de cargas y macizar los huecos para dar estabilidad a las construcciones superiores. 2º) La higiene pública, y 3º) El decoro y seguridad del templo. Después de todas estas medidas preventivas debía realizarse un estudio razonado de la restauración de la iglesia expresada en planos con las plantas, alzados, secciones y detalles con sus correspondientes presupuestos. En este punto, la Sección de Arquitectura incidió en la conveniencia de reconstruir los pilares con sillería berroqueña, buenos lechos y sobre lechos de nivel, y un buen sistema de despiezo a juntas encontradas, utilizándose este mismo material hasta la altura de los arranques de los arcos. Asimismo, la conveniencia de que los dos arcos torales que habían sufrido algún que otro movimiento descansases sobre arcos de hierro para constituir su cimbra permanente, la cual quedaría permanentemente oculta dentro de la decoración adoptada posteriormente en el templo. Dichos arcos de hierro podrían descansar en apoyos verticales de hierro fundido embebidos en la decoración, adosados y asegurados a los pilares de sillería o de fábrica. El informe emitido por la Sección de Arquitectura fue aprobado por la Academia en la Junta Ordinaria celebrada el 4 de mayo de 1874.

Dos años mas tarde se volvió a remitir el expediente sobre las obras del templo madrileño de Santo Tomás, siendo censurado por la Sección de Arquitectura el 24 de mayo de 1876. En este momento se aplaudió el refuerzo con sillería y la fábrica de ladrillo que se había hecho en parte del cimiento y el muro de la fachada oeste, así como el refuerzo del subterráneo con muros de fábrica de ladrillo en la parte en que descansaba el apeo de los arcos torales, sin embargo, existían indicios de ruina alarmantes donde primeramente habían aparecido, el estado de la iglesia era de próxima ruina en su parte central y eran muchas y cuantiosas las cantidades de dinero que debían invertirse para su reposición, de ahí que se decidiese finalmente su demolición.

Mientras que se estaban ejecutando las obras en el templo de Santo Tomás, Utrilla estuvo ocupado también en el proyecto de la casa de la calle Alfonso, nº 37 de Madrid, propiedad de Manuel Mainar, mientras que entre 1882 y 1883 construyó en el solar contiguo a la casa anterior otra en la calle Manifestación nº 35 según el proyecto del maestro de obras Mariano Pueyo.


Fuentes académicas:

Arquitectura. Edificios religiosos, siglo XIX. Sig. 2-43-2; Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1857-1868. Sig. 2-33-7; Arquitectura. Monumentos públicos, siglo XIX. Sig. 2-28-5bis; Comisión de Arquitectura. Arquitectos, 1845. Sig. 2-12-5; Comisión de Arquitectura. Informes, 1839-1850. Sig. 1-30-5; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1848-1854.  Sig. 3-91; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1816-1900. Sig. 3-154, nº 290; Secretario general. Académicos. Arquitectura, siglo XIX. Sig. 1-53-5.


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