Pascual y Colomer, NarcisoMadrid, 1808 - Madrid, 1870


Hijo de Juan Pascual y Colomer y Josefa Martínez, nació en Madrid el 12 de abril de 1808 siendo bautizado el 16 del mismo mes en la iglesia parroquial de San Luis, y murió en la misma ciudad el 9 de junio de 1870. Su relación con la Academia de San Fernando le vino desde muy niño ya que su padre fue conserje, bibliotecario y archivero de la corporación. Dentro de la Academia y con aprobación del Infante Carlos fue nombrado por la Real Orden del 26 de junio de 1824 oficial de la Biblioteca con agregación de su Archivo en la Junta Particular del 30 de junio de 1824 y una dotación de 200 ducados. A la muerte de su padre fue nombrado oficial de la Biblioteca con destino al Archivo por la Real Orden del 12 de abril de 1826, cargo que ostentó con un sueldo de 3.300 reales hasta el 12 de febrero de 1843, en que renunció por creer incompatible el cargo con su nombramiento de académico de mérito.

Fue discípulo de Custodio Teodoro Moreno y durante su etapa formativa pasó del estudio de Figuras al Yeso en mayo de 1824. Optó al concurso de Premios Generales en 1831 por la 2ª clase de Arquitectura, convocatoria que también firmaron Pedro Blas de Uranga y Francisco Javier Berbén. Al igual que ellos, Pascual y Colomer proyectó como obra de pensado «En la línea de la manzana 277 comprendida entre el ángulo de la calle Real del Barquillo y el de la Inspección General de Milicias, que mide 589 pies, se proyectará una Galería abierta y transitable, distinguiendo su centro con una glorieta de un solo cuerpo que sirva de entrada principal al palacio de Buenavista y con grupos en los estremos. Para este proyecto se presupone la esplanación del terreno entre la galeria y el Palacio en planos inclinados; y esta idea se demostrará en una planta que comprenda la linea principal de la galeria y la del costado á la fuente de la Cibeles, que se supone partir en ángulo recto hasta la posesión de las monjas de San Pascual, dejando á beneficio del paseo el terreno deficiente del correspondiente alzado de la fachada, y una sección por el centro de la glorieta: todo geométrico» (A-3551 y A-3552) y como ejercicio de repente «En el recinto de un cuadrado, cuyo lado sea de 32 pies, formar la planta y alzado de una torre para colocar un relox en la principal fachada del Buen- Suceso de esta muy heróica villa» (A-3600). Los programas habían sido elegidos respectivamente en la Junta Ordinaria del 19 de diciembre de 1830 y 28 de septiembre de 1831. En la Junta General del miércoles 28 de diciembre de 1831 los 20 vocales asistentes adjudicaron el 1º premio de 2ª clase a Francisco Pascual y Colomer y el 2º premio a Pedro Blas de Uranga, galardones distribuidos el 27 de marzo de 1832 por orden del Rey.

En 1833 solicitó su admisión a los ejercicios para la clase maestro arquitecto, presentando como prueba de pensado el proyecto de una Casa de campo para el recreo de un soberano (del A-1774 al A-1778), con su informe facultativo y el cálculo del coste de la obra. Fue admitido y el 22 de julio le sortearon los asuntos de repente. Le tocaron en suerte los números 14, 38 y 68, los cuales respondieron respectivamente: «Nº 14) Almacen en un Puerto de mar con Porticos y diversas separaciones para géneros. Planta, fachada y corte./ Nº 38… Diseñar una Puerta Pral. De Registro y entrada a la Corte en planta, fachada y corte. /Nº 68… Una capilla principal para un Palacio Real, demostrando en planta y corte los arranques de sacristía y tribunas». De los tres asuntos escogió el nº 38, es decir, una Puerta principal de registros y entrada a la Corte (A-3475), elección que comunicó a Juan Miguel de Inclán el 26 del mismo mes.

La Junta de Examen tuvo lugar el 9 de agosto, momento en que los profesores cotejaron la obra de pensado con la de repente, que el pretendiente explicó una vez entrado en la sala. A continuación, se procedió a la realización del examen teórico que el interesado comenzó contestando a las preguntas que le hicieron los profesores sobre la regla de proporción y sus propiedades, aplicando su doctrina a la regla de tres que resolvió. También otras aplicaciones de la aritmética y geometría, para pasar a explicar las propiedades de los paralelogramos, deduciendo por su doctrina las aplicaciones y operaciones que facilitaban su paso a la ejecución de los planos, además de la medida y replanteo de los terrenos. Explicó y midió asimismo superficies, deduciendo métodos para su transformación, la medida de los sólidos y las doctrinas de la elipse; lo que era la arquitectura, su división y las ciencias que la auxiliaban. Reiteró la aplicación de la geometría para la formación de los planos y las bóvedas, y contrayéndose a la esfera dedujo las que resultaban de sus secciones en cúpulas, bóvedas vaídas, pechinas y casquetes, de las que halló luego su medida superficial y sólida. Se centró posteriormente de manera explícita en los requisitos de la nueva construcción y en las tres principales partes de un edificio (belleza, comodidad y solidez).

Satisfechos los examinadores con las obras ejecutadas y las explicaciones dadas le vieron con mérito para ostentar el título de maestro arquitecto, grado que le fue concedido el 25 de agosto de 1833, a los 25 años de edad.

El Archivo de la Academia conserva un escrito de Pascual y Colomer fechado el 4 de marzo de 1835 bajo el título «Antecedentes sobre el establecimiento de la Comisión de Arquitectura» (Sig. 1-30-4), que recoge desde la instauración de dicha comisión a principios de 1786, sus miembros y funciones hasta la opinión del vicesecretario de la misma José Moreno acerca del nombramiento de los académicos de mérito y su asistencia a dicha comisión expuesta en diciembre de 1789. Este escrito fue leído en la Junta Particular del 17 de octubre de 1835, momento en que, una vez discutido su contenido, se acordó reestablecer la antigua práctica que había regido en la Academia hasta 1817 a propuesta de José Moreno y que había sido aprobada en las Juntas Particulares del 6 de diciembre de 1789 y 3 de enero de 1790. Respecto a la propuesta de Moreno, el 5 de diciembre de 1789 este vicesecretario de la Comisión de Arquitectura había dado su parecer sobre lo importante que sería que «el nombramiento de Academicos de merito en la Comision y su asistencia fuese bienal de modo que todos los años se mudasen dos, quedando los ultimos como modernos, y los otros dos como antiguos; de que resultaba ser cuatro los vocales agregados». Asimismo, «que pues los Academicos adelantan con su asistencia á las Juntas, no será fuera de proposito que alcance este beneficio á los demas individuos del Cuerpo, ni tampoco lo será que el trabajo se reparta entre todos». También el inconveniente que «podrá haver en las vacantes de tenencias; pues si proponía la Junta á estos Academicos de continua asistencia, como parece razonable, se vería tal vez privada de promover á otros que sin asistir á la Comision, pueden ser talvez mas dignos de las plazas. Verian entonces estos que de nada les habia servido la asistencia para ser propuestos y promovidos y acaso ellos se escusarian de asistir ó lo harian con desamor, viendo que el largo merito de sus compañeros en la Comision de nada les sirvió para sus ascensos. Por tanto, el nombramiento de Academicos para la Comision debe ser uno ó dos años para que turnando entre todos á todos alcance la servidumbre y beneficio y ninguno particularmente alegue meritos que puedan atar las manos á la Academia en perjuicio de otros mas benemeritos del publico y del Cuerpo». La exposición de Moreno fue aprobada en las Juntas Particulares celebradas el 6 de diciembre de 1789 y 3 de enero de 1790.

En 1835, Pascual y Colomer solicitó también su admisión a los ejercicios para el grado de académico de mérito. Este oficial encargado del Archivo de la Academia expuso entre sus méritos el haber obtenido el 1º premio de 2ª clase en el último concurso de Premios Generales y hallarse incorporado en la Real Academia de San Carlos de Valencia como académico de mérito, distinción a la que aspiraba por la de San Fernando. Ante lo expuesto, fue admitido a los ejercicios de reglamento en la Junta de la Comisión de Arquitectura celebrada el 30 de junio y posteriormente en la Junta Ordinaria del 5 de julio, a la vez que lo fue Narciso Renart y Arús. Al primero se le dio como prueba demostrativa la «planta, fachada y corte de la Ermita de Sn. Nicasio en el lugar de Leganés [...]» mientras que al segundo «El Real Colegio de Medicina y Cirugía de Barcelona», ambas obras del célebre Ventura Rodríguez. Sin embargo, no le sería concedido el grado de académico de mérito hasta 1844.

En 1836 hizo presente a S.M. los motivos que le impulsaban a verificar un viaje artístico a los principales puntos de Francia e Inglaterra, solicitando con ello la concesión de algún auxilio monetario «conforme á las ventajas que puede reportar y crecidos gastos que debe hacer, agraciandole ademas con la calidad y consideracion de pensionado que le recomiende á los Sres Embajadores para poder con su apoyo adquirir en los establecimtos cientificos y practicos de aquellos paises las noticias y conocimientos que no le seria dado conseguir como simple viegero». Dicha solicitud fue apoyada por la Comisión de Arquitectura celebrada el 21 de junio y por la Academia en su Junta Ordinaria del 26 de este mismo mes.

Gracias a la Junta Ordinaria del 7 de agosto de ese mismo año tenemos constancia que S.M. le concedió por la Real Orden del 29 de julio la realización de dicho viaje por el extranjero, dotándole con 5.000 reales para ayuda de los gastos indispensables a este objeto. Del mismo modo, que fue recomendó por el Ministerio de Estado a los embajadores de París y Londres a fin de que lo protegiesen. En función de lo reseñado en la Junta Ordinaria del 13 de agosto de 1837, se le concedió un año más de licencia para permanecer en París a fin de que pudiera perfeccionar sus conocimientos en la arquitectura. Antes de marcharse y como encargado del Archivo de la Real Academia, hizo presente a la corporación que la obra de pensado ejecutada por Manuel de la Peña y Olarría para su recepción de arquitecto en el año anterior era una copia exacta de la ejecutada por Silvestre Pérez para su aprobación en 1790, pues «no se hallaba en ella la mas pequeña diferencia ni variación», hecho que exponía «para que en ningun tiempo pueda su silencio hacerle responsable en esta parte, y tome la Academia las medidas que crea oportunas».  La Comisión de Arquitectura reunida el 2 de agosto de 1836 respondió a Pascual y Colomer que la obra referida no había sido tomada de los Archivos y que esto corroboraba la idea que se tenía de que «el benemerito Perez repitió sus producciones y pudo tenerse una copia exacta de la que se trata en Sevilla, en donde fue egecutada. Sin embargo, cree, que sea cual fuese la practica observada hasta ahi respecto á las obras archivadas, se prevenga en que de modo alguno sean reconocidas por Discipulo ó Profesor ni aun por los mismos tenientes y directores de la Academia una vez archivadas sin expuesto conocimto y orden de la misma».

El 7 de diciembre de 1837 envió desde Bruselas una carta a Marcial Antonio López explicando sus estudios y peripecias desde que había salido de España. Le comunicó lo mucho que había estudiado la parte científica de la arquitectura, concretamente aquellas construcciones que podían ser de mayor utilidad. En París se había formado en la mecánica industrial y después en Bélgica había puesto en práctica lo aprendido en Francia. Notificó el haber sido destinado por la Dirección de Caminos de Hierro a cargo del Gobierno, para tomar parte en los trabajos de la sección de Lieja con la frontera de Prusia, obras muy interesantes por la dificultad que ofrecía su construcción. Esta generosidad del gobierno belga hacia un extranjero la había querido transmitir a la Academia a fin de que fuese consciente de la consideración que merecían los discípulos españoles y para que viese que no era infructuosa la protección de la que hasta ese momento había sido objeto.

Tras su vuelta del extranjero realizó un estudio detallado de los materiales de construcción españoles, esperando mejorar su calidad. Para este objeto estableció reglas para su empleo y no cometer errores que pudieran malversar los caudales públicos y particulares en detrimento de la seguridad y comodidad pública. Con ello pretendía agradecer los gastos que había supuesto su permanencia en el extranjero y solicitar los fondos necesarios para poder cubrir parte de los gastos que había tenido y que tendría en el futuro en caso de querer terminar este trabajo.

El 20 de junio de 1838 envió a la Academia una carta especificando los progresos que la física y química habían experimentado en los últimos 30 años dentro del arte de la construcción, en cuanto a las exigencias sociales, «[…] Haciendo olvidar a los Arquitectos la parte Metafísica que un tiempo los ocupó exclusivamente, […]. Lógica que nada han producido de positivo, y solo se ocupan ya de la realidad, de los males industriales capaces de aumentar nuestra riqueza». En su opinión, la economía y solidez de los edificios de entonces comparado con las de los dos siglos anteriores eran consecuencia de esta ventajosa variación, de ahí que sólo se hubiese dedicado a estudiar en el extranjero la parte científica de la arquitectura y su aplicación en el arte de la construcción. De entre los materiales que más había estudiado se encontraba la cal, el yeso y ladrillo. El arte de calcinar las piedras calcáreas y el yeso había sido objeto de estudio por parte de un gran número de sabios, pero fundado su estudio en los principios de la química moderna, ciencia poco estudiada en España, no así en Inglaterra o Francia, donde pudo comprobar que podían elaborarse morteros, argamasas y betunes tan duros, aún más que los romanos, sin aumentar el precio de las cales comunes. Puso de relieve como en Madrid se construía con la misma cal un muro de fachada que debía sufrir altas como bajas temperaturas o un estanque que constantemente debía estar mojado, así como un revoco o un cimiento que está siempre resguardado de las inclemencias climatológicas. Añadía que no se descuidaba menos la fabricación de los yesos y el modo de emplearlos, como la fabricación de los ladrillos y baldosas, de excesivo coste debido a la ignorancia y la mala fe de los fabricantes. Pero para realizar este trabajo de investigación necesitaba fondos a fin de poder viajar a las cercanías de Madrid, reconocer el suelo para buscar materiales, hacer los análisis correspondientes y construir hornos de diferentes especies para determinar la elaboración de estas sustancias.

La década de los años cuarenta fue muy fructífera para Pascual y Colomer. Por un lado, levantó en 1840 junto con Aníbal Álvarez el mercado de Caballero de Gracia que desaparecería a mediados de siglo y la Junta de la Comisión de Arquitectura celebrada el 1 de junio de 1841 censuró su proyecto de reposición del puente de Almaraz formado de tres planos con la demostración de las cimbras y el apeo del arco principal, que sería aprobado por la Academia en la Junta Ordinaria del 6 del mismo mes. Por otro lado, en 1842 ganó el primer premio del concurso para la edificación del Palacio del Congresos en el solar antes ocupado por el ex convento de PP del Espíritu Santo, edificio que no se concluiría hasta 1850. Se trataba de uno los edificios más emblemáticos de la capital, instalado en un primer momento en el convento de Clérigos Menores del Espíritu Santo en la Carrera de San Jerónimo, casi destruido por un incendio en 1823, pero reconstruido posteriormente sobre el mismo solar debido a problemas en la cimentación, su insalubridad y la amenaza de ruina que evidenciaban algunas de sus partes.

Por la Real Orden de 28 de noviembre de 1841, el Gobierno había encargado a la Real Academia de San Fernando la apertura de un concurso público para la construcción del nuevo edificio para Congreso de Diputados. Las Comisiones de Pintura, Escultura y Arquitectura se reunieron el 13 de abril de 1841 para poner de manifiesto el plano topográfico del local, las calles y las manzanas que debían circunscribir el edificio, como la nueva calle que debía aislar la casa medianera del duque de Híjar. Pero además de la ubicación, se ocuparon de definir las características del edificio en su distribución: las salas para las secretarías; el archivo y la biblioteca; la portería mayor; los salones de descanso y conferencias; el despacho del presidente y secretario; las salas de recibo y de audiencia; la contaduría; el salón principal capaz para 242 diputados y 146 senadores, que aparte de contener la tribuna pública debía poseer otras estancias destinadas al cuerpo diplomático español y extranjero, los senadores y demás cargos funcionarios, el de las personas invitadas y las habitaciones para los diputados del Consejo.

Comenzada la demolición del convento el 21 de marzo de 1842, la Academia convocó el correspondiente certamen público, cuyo programa salió publicado en la prensa el 16 de junio de 1842. Las obras de los concursantes se presentaron en la Secretaría de la corporación académica, acordándose la adjudicación de dos premios para mayor estímulo de las artes. La primera medalla se adjudicaría al 1º premio de 1ª clase en concurso general con la remuneración de 8.000 reales, mientras que el accésit a la medalla correspondiente al 2º premio de la 1ª clase con 6.000 reales de vellón.

Tras enviarse el programa a todas las academias de España y publicarse en los respectivos medios nacionales y provinciales, se presentaron un total de 12 proyectos. El autor ganador fue Narciso Pascual y Colomer, cuyo lema había respondido a «Nihil est ese omnibus rebus humanis praclarius aut praestantius quam de republica bene Merari» mientras que el accésit le fue concedido a José María Guallart y Sánchez, autor de la letra F y el lema «Simplese ac grave». No obstante, dado que Antonio de Zabaleta, opositor con la letra C y lema «Aunque el anuncio me llegó tardío etc.» había empatado a votos con Guallart y el empate se había resuelto a favor de este último, la Academia acordó proponerle para un premio especial en vista del mérito de su obra.

El proyecto de Pascual y Colomer, presupuestado en 14.800.00 reales, sería modificado en el transcurso de las obras. Tuvo en cuenta la correcta distribución interior del edificio, la luz y la acústica que le eran necesarias, como la funcionalidad y la ornamentación que eran requeridas. Hizo resaltar su pórtico de entrada a través de seis columnas corintias y estriadas con sus contrapilastras, siendo los autores de la talla de los capiteles y demás adornos de las molduras los tallistas José Panuchi y Francisco Pérez. Aparte de estos artistas, hubo otros escultores relevantes que participaron en la decoración de la obra, entre ellos José Piquer y Sabino Medina, que se encargaron en 1850 de las cuatro cariátides del salón de sesiones representando las Ciencias, el Comercio, la Marina y la Agricultura, o Bergeret, artista que cinceló los famosos leones de bronce bajo el modelo de Ponciano Ponzano.

El 10 de octubre de 1843 la Reina Isabel II colocó la primera piedra del edificio, un edificio que sería en su conjunto de ladrillo sobre bóveda de rosca y con una fachada principal en piedra: de granito los fustes de las columnas, contrapilastras, friso, tímpanos, recuadros, escalinata y todos los entrepaños, mientras que de piedra calcárea de Redueña las basas, capiteles, impostas, pilastras, repisas, jambas, dinteles, friso, guardapolvo y el frontón.

Las robustas columnas corintias de la fachada principal contrastaban con las esbeltas columnas de hierro fundido del Salón de Sesiones diseñado en semicírculo con 110 pies de diámetro y una cubierta con bóveda rebajada. Sobre las columnas se enlazaron por orden alfabético los escudos de las 49 provincias de España, quedando el salón ricamente decorado y el trono elevado sobre tres gradas revestidas de tableros de palo santo, con molduras en el mismo material.

Dada la envergadura de la obra, muchos fueron los profesionales que intervinieron en su ejecución: desde administradores, escultores, tallistas y escayolistas hasta marmolistas, pintores, doradores, tapiceros y alfombristas. Sabemos que el director de las obras fue Narciso Pascual y Colomer, pero también que entre los arquitectos auxiliares figuraban Manuel de Mesa (ayudante de arquitecto), Miguel Mendieta, Francisco Pablo Gutiérrez y Juan José de Urquijo (delineante), y como aparejadores Manuel Sánchez Blanco (en el derribo del antiguo edificio), Francisco Febrer (aparejador general), Ramón Corral (aparejador de carpintería) y Juan José Sánchez Aguilera (aparejador de cantería).

El Archivo de la Academia conserva dos planos de este concurso: uno anónimo bajo el título Palacio del Congreso de los Diputados (Madrid). Medición de terrenos, fechado en 1842, y otro de Narciso Pascual y Colomer, Palacio del Congreso de los Diputados (Madrid). Frontón, obra datada en 1847 (Sig. 2-7-4).

En la Junta Ordinaria del 18 de febrero de 1844 Pascual y Colomer fue recibido en la clase de académico de mérito habiendo presentado tres planos con marcos y cristales de una ermita de San Nicasio en el lugar de Leganés (Madrid) y la disertación académica que respondía al «Programa sobre la historia de la Arquitectura, demostrando su utilidad, la necesidad que hay en toda república bien ordenada de edificios correctos, cuáles sean indispensables y qué carácter y orden requieren». En este mismo año fue nombrado arquitecto mayor de Palacio, en cuyo cargo y como extensión de la obra palacial introdujo diversas plataformas en los jardines con parterres de influencia española, resultado de los grandes desniveles de terreno donde se asentaba. Ideó diversas alamedas en el Campo del Moro, nombre que le venía desde tiempos de Aben Yucef, posteriormente ampliado al oeste del antiguo Alcázar por Felipe II.  Levantó un pórtico de granito formado por arcos de medio punto con columnas adosadas al muro de orden rústico. Logró ejecutar el trazado de un viaje de agua para recoger los manantiales de la calle Escalinata y antigua fuente de la Priora, hoy plaza de Isabel II, y construyó una gran estufa, la primera que hubo en su género en España.

A raíz de la desamortización de 1836, las religiosas de la Encarnación habían salido del convento en 1842 para desplazarse al de las Góngoras y Santa Isabel, momento en que parte del monasterio fue demolido para remodelar la plaza de Oriente y sus alrededores, reduciéndose así su superficie y pasando su iglesia a ser la parroquia ministerial del Palacio Real. Sin embargo, los derribos propiedad del convento habían comenzado en 1810 durante el breve reinado de José Napoleón y desde esta fecha hasta 1843 se habían desarrollado numerosos proyectos para enlazar el Palacio Real con el Teatro de la Ópera, el monasterio de la Encarnación y sus aledaños. Algunos quedaron en el olvido y otros influyeron en su realización definitiva.

Para llevar a buen puerto esta magna obra, se decidió en 1843 la ampliación de la plaza de Oriente a costa de los terrenos de la huerta de la Encarnación, de ahí que cuatro años más tarde dichos terrenos fueran subastados, trayendo consigo la apertura de la calle San Quintín, la creación de jardincillos y la construcción de nuevas casas. Pero antes de que esto sucediera, Narciso Pascual y Colomer elaboró un proyecto circunscrito a la zona que sería derribada y reducida en superficie, aprobado por la Reina en agosto de 1844. Propuso varias soluciones, ratificándose en todas ellas el perímetro del solar con las nuevas alineaciones estipuladas. Una propuesta era sobria, neoclásica y con tres puertas de ingreso al jardín mientras que una segunda era barroca y ecléctica frente a la calle de San Quintín con los mismos huecos y alturas. Ninguna de ellas se llevó a cabo, porque el cierre de esta fachada se resolvió con cajones de mampostería encintada tal y como hoy podemos apreciarla. También intervino en la dirección del desescombro procedente del derribo de parte del convento, la realización de la restauración del mismo, sobre todo en la zona de los patios del Torno y del Horno, y desarrolló la redacción de las ordenanzas de los edificios que debían conformar el nuevo espacio urbanístico.

En la Junta Ordinaria del 1 de diciembre de 1844 S.M. le concedió los honores y la graduación de director de la Academia y por la Real Orden del 23 de marzo de 1845 el nombramiento de profesor de Construcción de la Escuela Especial de Arquitectura con una dotación de 12.000 reales anuales, plaza a la que renunció por Real Orden del 8 de febrero de 1855. El mismo 23 de marzo de 1845, S.M. acordó también otros nombramientos en las distintas enseñanzas de los estudios de arquitectura: Juan Miguel de Inclán director y profesor de Composición (15.000 reales anuales de sueldo); Eugenio de la Cámara profesor de Cálculo diferencial e integral (10.000 reales); José Jesús Lallave profesor de Mecánica racional aplicada a la construcción de máquinas (12.000 reales); Juan Bautista Peyronnet profesor de Geometría descriptiva (12.0000 reales); Aníbal Álvarez profesor de Teorías generales del arte y decoración (12.0000 reales); Antonio de Zabaleta profesor de Arquitectura legal y práctica de la construcción (12.0000 reales) y Atilano Sanz y Pérez, Pedro Campo Redondo y Mariano Calvo y Pereira profesores agregados con 6.000 reales, al tiempo que Antonio Conde y González quedó relegado de sus funciones por jubilación. Dichos nombramientos fueron notificados en la Junta Ordinaria Extraordinaria del 14 de septiembre de 1845, pero en la Junta General del 13 de diciembre de 1846 Aníbal Álvarez sería elegido para cubrir la plaza de teniente director de S.A.

Gracias a una carta enviada por Mariano Calvo a Pascual y Colomer el 28 de octubre de 1845 tenemos constancia que se le encargó el estado del edificio destinado por S.M. para el establecimiento de la Escuela de Arquitectura. La Junta de Profesores de la Escuela Especial de Arquitectura había terminado de corregir los exámenes de las materias científicas para el ingreso de los alumnos en los diferentes años de la carrera, pero a los discípulos les faltaba por ejecutar los ejercicios de dibujo y los profesores no sabían aún donde tendrían lugar los mismos. Ante este interrogante, Pascual y Colomer respondió que el edificio no se encontraba en disposición de poder acoger la celebración de estos exámenes porque no había sido desocupado por el Conservatorio de Artes y porque en «este Establecimiento se habian incomunicado varias piezas que imposibilitaban la ejecucion de la obra como estaba proyectada».

A mediados del siglo XIX, el Ensanche hizo factible la construcción de palacios y palacetes propiedad de la burguesía y la nobleza. Uno de ellos fue el palacio de José de Salamanca ubicado en los terrenos que ocupaba una casa de recreo propiedad de los condes de Oñate, entre el convento de Recoletos y la fábrica del Pósito. En 1845, el marqués le encargó el proyecto a Pascual y Colomer, arquitecto que lo ideó con cuatro plantas y la fachada principal con cara al paseo de Recoletos. Diseñó una portada rematada por una balaustrada cuyo primer cuerpo tenía tres ingresos de medio punto decorados con pilastras al gusto del renacimiento y un segundo cuerpo superpuesto al anterior más decorado con otros tres arcos del mismo tipo asentados sobre impostas y columnas apoyadas sobre pedestales. El resto de la decoración lo constituían labores y conchas de yeso situadas en los guardapolvos de los balcones y las enjutas de los arcos. Sin duda, mereció el estándar de belleza palaciega.

Pero al tiempo que se encontraba ocupado en la obra anterior llevó a cabo entre 1844 y 1846 la de reforma del palacio de Vista Alegre en Carabanchel Bajo, cuyo origen se remontaba a 1802 cuando era propiedad de Higinio Antonio Llorente, médico del rey Carlos IV. Durante muchos años, el edificio sufrió obras de reforma y modificaciones múltiples, siendo las acometidas por Pascual y Colomer el gran vestíbulo central a modo de rotonda cubierto con una cúpula de media esfera; la capilla, la decoración del frente principal con pilastras y su coronamiento con un antepecho de piedra, los balaustres entre pedestales, los bustos de mármol y las seis estatuas de tamaño natural de influencia renacentista. Posteriormente, y bajo el nuevo propietario del palacio, el marqués de Salamanca, el mismo arquitecto ejecutó entre 1859 y 1863 la introducción de nuevos espacios interiores ricamente decorados como el Salón Árabe, de planta rectangular y dotado de columnas pareadas nazaríes sustentando arquerías profusamente decoradas con yeserías de estilo mudéjar.

En respuesta a los deseos del alcalde-corregidor de la villa de Madrid para que dos académicos se asociasen a la comisión especial nombrada por el ayuntamiento con objeto de formular unas ordenanzas municipales, la Junta de la Sección de Arquitectura celebrada el 29 de mayo de 1846 nombró para dicha comisión a los arquitectos Antonio de Zabaleta y Narciso Pascual y Colomer. En estos momentos eran necesarias unas ordenanzas acordes con la moderna legislación, la ilustración y las costumbres del siglo que dejasen sin efecto las hasta hora establecidas. Para llevar a cabo esta empresa se había consultado a ilustrados concejales, peritos en la materia y la comisión especial nombrada para ello, pero era necesario no sólo circunscribir el asunto a la deliberación del cuerpo municipal sino darle la ilustración necesaria para otorgarle la perfección deseada. Para logran este fin, se acordó la asociación de dos individuos académicos a esa comisión especial designados por la Sección de Arquitectura, un arquitecto de Madrid y tres propietarios mayores contribuyentes a fin de que estuviesen representados la generalidad de intereses materiales y científicos.

Por la Real Orden del 25 de octubre de 1848, S.M. acordó la creación de una comisión compuesta por Inclán, Atilano Sanz y Narciso Pascual y Colomer para realizar el informe del Tratado de Arquitectura Legal, obra de Pedro de Madrazo, abogado fiscal del Consejo, y el arquitecto Antonio de Zabaleta, quienes lo habían presentado al Ministerio de la Gobernación a fin de que se difundiera por todas las poblaciones como ordenanza general de construcción. El informe favorable fue redactado el 8 de marzo, siendo presentado y aceptado por la Junta de la Sección de Arquitectura celebrada el 3 de julio de 1849. Se trataba de una obra versada en  «[...] una materia de tan conocido  interes é importancia, de obra original en su genero entre nosotros, tanto con respecto á la ciencia administrativa qe abraza, como por lo tocante á la administracion practica de la misma, [...] encierra un conjunto de doctrina muy apreciable, observandose en su esposicion un orden y metodo muy á proposito para facilitar su comprension, y reuniendose en un solo cuerpo las disposiciones relativas ála arquitectura hasta el dia esparcidas y diseminadas en gran numero de leyes que reunidas de este modo proporcionan su estudio mas facil y comodamente». Era un trabajo que daría servicio tanto a los arquitectos, maestros de obras, propietarios y abogados como a jueces, magistrados, corporaciones municipales y autoridades administrativas, de ahí que tuviese que ser aprobado, publicado y servir de texto para la completa enseñanza de una asignatura establecida en la Escuela Especial de Arquitectura.

En la Junta de los Sres. Profesores del 1 de octubre de 1849, a las 10 de la mañana, y debido a la necesidad de que los profesores asistiesen diariamente a la Escuela Especial de Arquitectura, se acordó su asistencia a las clases con la siguiente distribución horaria: Narciso Pascual y Colomer, Aníbal Álvarez y Camporedondo de 9 a 11 de la mañana; Antonio de Zabaleta y Mariano Calvo y Pereira de 11 a 13:00 h: Juan Bautista Peyronnet y Atilano Sanz de 13:00 h a 15:00 h, mientras que el director tenía la potestad de asistir cuando lo creyera oportuno.

A principios de 1850 la Sección de Arquitectura aprobó los planos ejecutados por Andrés Hernández Callejo para la reposición de la armadura de la iglesia parroquial del Tiemblo (Ávila), la nueva cárcel para el partido de Cebreros (Ávila) y el proyecto de oficinas de provincia para la ciudad de Ávila, previa censura realizada por Narciso Pascual y Colomer (Junta de la Sección de Arquitectura del 15 de enero de 1850). Pero a finales de 1850 Francisco Barba realizaría el plano y el informe facultativo de la nueva construcción de la cárcel de Vendrell (Tarragona), cuyos trabajos serían censurados igualmente por Pascual y Colomer previo nombramiento de la Sección de Arquitectura. El académico elaboró el informe correspondiente de la cárcel poniendo de manifiesto sus buenos principios y la consecución del objeto propuesto, aunque advirtió algunas pequeñas variaciones que podrían hacerse en cuanto a la distribución de algunas dependencias que mejorarían la obra. Pascual y Colomer dio el informe favorable a los trabajos de Francisco Barba, el cual sería aprobado por la Sección de Arquitectura el 28 de enero de 1851.

En colaboración con Antonio de Zabaleta y Matías Laviña fue nombrado por la Sección de Arquitectura en marzo de 1851 para emitir el dictamen correspondiente a los proyectos de arquitectos que se habían presentado al concurso general convocado por el Ayuntamiento de Vitoria y su diputación para construir un instituto de segunda enseñanza en la ciudad. Examinados los proyectos con gran detenimiento llegaron a la conclusión de que debía ocupar el primer lugar aquel cuyo lema era «Grecia», porque su distribución era acertada y su carácter adecuado al objeto al que se destinaba el edificio. No obstante, pusieron de manifiesto que, aunque el proyecto era bastante mejor que los otros, era necesario dar mayor extensión al patio y cambiar algunas armaduras para que fuese mejorado. En cuanto al resto de los proyectos, otorgaron el segundo lugar al proyecto cuyo lema era «Minerva», el tercero a «Provincia y Ciudad», el cuarto a otro que llevaba el mismo lema «Provincia y Ciudad» y dejaron fuera un quinto proyecto por no reunir los requisitos del concurso. En el informe que elaboraron quedó reseñado el desacuerdo de los tres profesores respecto a la 9ª de las condiciones del concurso que decía: «Si no hubiere licitador pª el plano aprobado en primer lugar por la Academia de S. Fernando, quedará retirado, y se pasará á rematar el que venga en segundo, y así sucesivamente, hasta que llegue á causar remate en alguno». Creían que era inaceptable esta condición y debía modificarse por cuanto que si esto se ponía en práctica podría llegarse a adoptar el proyecto peor y más insignificante de todos los admitidos en lugar del más adecuado y perfecto; además, sería injusto que quedase sin remuneración el que mejor hubiese desempeñado su cometido. A su entender, era más conveniente que el autor ganador que se encontrase en estas circunstancias arreglara su proyecto, tanto constructivamente como desde el punto de vista decorativo, para de este modo pudiese llevarlo a la práctica. El informe fue concluido el 29 de marzo, siendo aprobado por la Sección de Arquitectura el 1 de abril de 1851. Tan sólo cinco días más tarde Pascual y Colomer dejó concluido el informe favorable del proyecto de cárcel para el partido de La Cañiza (Pontevedra), obra de José Moreno y Teixeira que sería aprobado por la Sección de Arquitectura el 25/29 de abril de 1851.

En estas mismas fechas llevó a cabo el informe del proyecto de salón para el claustro de la Universidad de Barcelona, obra que calificaría de «absurda en su concepción y en su desarrollo». Teniendo presente que el propio Ribas había afirmado no existir lugar en el edificio donde hacer el salón, Pascual y Colomer fue de la opinión que no debía levantarlo bajo ningún concepto porque de construirse se vería al poco tiempo su inutilidad y la inversión innecesaria de los caudales públicos. Por otro lado, Ribas había cerrado un espacio con una armadura sin arte y sin un estudio previo como lo podría haber hecho un simple obrero, proyectando una armadura de 78 pies de luz con simples pares y sin piezas que contuviesen sus empujes. Al ser el espacio muy amplio y cerrado, necesitaba de otro espacio intermedio para que entrase la luz y la ventilación, así como de un cierre interior que evitase la condensación de los vapores producidos por los asistentes. Aparte de estos fallos, el autor definía su obra como gótica para que armonizase con la obra ya ejecutada, cuando Pascual y Colomer creía que no pertenecía ni al primero gótico, ni al segundo ni al tercero. El informe fue aprobado por la Sección de Arquitectura el 25 de abril de 1851, pasando la censura de la Academia en la Junta General del 11 de mayo.

Por Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública se le concedió licencia para pasar a Londres con objeto de visitar la exposición pública, autorización que también le sería concedida a Vicente Peleguer (Junta General del 8 de junio de 1851). Antes de acabar el año, la Sección de Arquitectura celebrada el 2 de diciembre de 1851 leyó la orden comunicada por el ministro de Fomento relativa al establecimiento de una silla episcopal en Madrid. Se encargó a la Academia el nombramiento de los académicos que debían formar parte de la comisión que debía informar sobre las obras que iban a ejecutarse en la Iglesia de San Isidro El Real para establecer en ella una catedral digna de la capital, a cuyo objeto fueron  comisionados  Pascual y Colomer y Aníbal Álvarez, nombramientos definitivamente aprobados en la Junta General del 7 del mismo mes.

Al año siguiente y tras jubilarse el profesor Juan Miguel de Inclán, por entonces director de la Escuela de Arquitectura, sería nombrado en su lugar teniente director de la misma con el sueldo de 15.00 reales.

Junto con Antonio de Zabaleta y José París llevó a cabo el 22 de mayo de 1852 el informe sobre el proyecto del hospital de la Princesa, obra de Francisco Cabezuelo. Lo encontraron falto de explicación y con una de las fachadas sin relación con las plantas. Respecto a la conveniencia del edificio en relación a su objeto, observaron la mala ubicación de la capilla al encontrarse la puerta principal inmediata a ella; la falta de aislamiento de las salas de enfermos que era fundamental en este tipo de obras; el insuficiente sistema de ventilación y calefacción; la mala disposición de los comunes, faltos de luz y ventilación; la aglomeración de las partes y la falta de desahogo de todas ellas. En cuanto a la disposición artística de las partes que constituían el hospital, no pudieron entrar de lleno en este asunto porque encontraron tantos defectos que vieron necesaria la formación de un nuevo proyecto al no existir huecos centrados, ser de mal gusto y mezquino el cuerpo central e imposible reconocer el destino del edificio por la falta tan marcada de carácter de la obra. El informe emitido por Pascual y Colomer, José París y Zabaleta fue aprobado por la Sección de Arquitectura el 25 de mayo de 1852.

En estos momentos, José Jesús de Lallave redactó un escrito bajo el título «Servicio de obras civiles», que sería censurado por los arquitectos Aníbal Álvarez, Narciso Pascual y Colomer y Antonio Herrera de la Calle en cumplimiento con los dispuesto por la Sección de Arquitectura el 30 de octubre de 1852. Tuvieron el informe concluido el 20 de enero de 1853 y en el dejaron reseñado lo útil y conveniente que era su contenido, ya que en todas las provincias de España debían existir arquitectos nombrados para dirigir las obras públicas y particulares, formar planos y presupuestos, informes y reconocimientos judiciales, visitas periciales y todo tipo de comisiones, ya que muchos de estos trabajos eran conferidos por las autoridades a meros prácticos de albañilería y carpintería con el consiguiente perjuicio en cuanto al bienestar, comodidad y seguridad de los habitantes. Se habían dado muchas previsiones para acabar con este asunto y muchas habían sido las exposiciones elevadas a S.M. por los arquitectos reclamando soluciones al respecto, como la elevada por los arquitectos de Valencia, Sevilla, Barcelona y algunas otras capitales contra las disposiciones contenidas en la Instrucción del 10 de octubre de 1845. También el 13 de noviembre de 1847, cuando la Sección de Arquitectura propuso al Gobierno de S.M. la creación de plazas fijas de arquitectos en las capitales de provincia o cuando el 15 de junio de 1849 se pidió el nombramiento de arquitectos en los gobiernos políticos, a cuya datación concurriesen los pueblos sin gravamen del presupuesto general. Como esto era en base lo que Lallave ponía de manifiesto en su escrito y lo que proponía para acabar con los problemas de esta clase, los tres arquitectos nombrados por la sección estuvieron de acuerdo en todo con su exposición, por lo que su estudio fue aprobado por la Sección de Arquitectura el 1 de febrero de 1853.

El 27 de junio de 1853 llevó a cabo junto con Antonio Herrera de la Calle el informe sobre el expediente de denuncia de las fachadas de las casas nº 18 y 20 de la calle Alcalá (Madrid), al que iba unido otra denuncia de la medianería de estas viviendas con la nº 22. Ambos profesores hicieron el reconocimiento de las casas para ver el estado en que se encontraban sus fábricas, pero observaron que al levantarse en su totalidad y de nueva planta la fachada de las casas nº 18 y 20, habían dejado de existir los problemas que habían motivado las citadas denuncias.

Durante este mismo año de 1853 y por un trienio, ocupó la plaza de director general de los estudios de la Academia al estar en curso el turno de la arquitectura, mandato por el que disfrutó la gratificación de 3.000 reales anuales: «Habiendo concluido el Sr. D. Francisco Elías un trienio de Director gral. de los estudios de Bellas Artes según lo prescrito en el articulo 31 del Reglamento de esta Rl Acadª / cesó en fin de Febrero el referido D. Francisco Elias y tomo posesion de este cargo desde el dia 1º del actual el Sr. D. Narciso Pascual y Colomer, que es á quien por turno le corresponde». Debido a que la Real Orden del 1 de enero de 1854 aumentó la dotación de los directores de las Tres Artes a 18.000 reales y la gratificación del director general a 4.000, desde esta fecha Pascual y Colomer percibió 22.000 rs hasta el 21 de septiembre de 1854, fecha en que cesó en el cargo como director.

Por la Real Orden del 21 de enero de 1854 se convocó la plaza de profesor de Delineación y Topografía para la clase de maestros de obras, directores de caminos vecinales y agrimensores (1º año) en la Escuela de Bellas Artes de Valencia, con una datación de 8.000 reales anuales, plaza a la que concurrió como único opositor Juan Lozano García. El tribunal que lo examinó quedó conformado por Antonio Conde y González, Antonio Zabaleta, Narciso Pascual y Colomer, Juan Bautista Peyronnet y José Jesús Lallave, quienes vieron al pretendiente apto para la plaza, de ahí que le fuera concedida en la Junta General del 5 de febrero de 1854.

A mediados de 1854, la Sección de Arquitectura le comisionó para elaborar el informe del proyecto de fachada principal para la catedral de Las Palmas de Gran Canarias, obra de Manuel Oraá, informe que tuvo concluido el 30 de mayo. Las obras del templo habían comenzado en el año 1500 siendo paralizadas en 1570, para volverse a emprender en 1779 y paralizar en 1798. Seis años más tarde su estilo varió, momento en que se acometió la fachada que ahora se intentaba concluir.  Como la catedral estaba ejecutada en diferentes épocas y en cada momento se creía que los nuevos preceptos superaban el estilo antiguo, muchos eran las tendencias artísticas apreciadas en el monumento, no obstante, Pascual y Colomer se percató que el autor de la nueva fachada no faltaba a la unidad de la obra, una fachada de la que ya estaba construida un tercio y la torre de la derecha. Vio el proyecto de Oraá en armonía con lo que estaba ejecutado al no intentar añadir nuevos anacronismos a la iglesia, por lo que creyó era una obra digna de ser aprobada. Su informe sería aceptado por la Sección de Arquitectura el 31 de mayo de 1854.

Antes de finalizar el año de 1854 remitió a la Academia los planos para la reforma de la Universidad de Zaragoza, para cuyo examen la Sección de Arquitectura nombró como delegados a Matías Laviña y José Jesús Lallave. En el informe fechado el 27 de noviembre ambos profesores manifestaron que les parecía digno de aprobación, por lo que los planos fueron aprobados por la Sección de Arquitectura el 5 de diciembre de 1854 y por la Academia el 17 del mismo mes.

Poco antes del plan del Ensanche se había llevado a cabo el proyecto de renovación interna más importante de Madrid: la configuración de la Puerta del Sol, que había comenzado en 1852 y no concluiría hasta 1862, llevándose a cabo en 1857 la propuesta de Lucio del Valle, Juan Rivera y José Morer. La renovación de la plaza fue complicada porque llevaba intrínseca la expropiación de multitud de solares para lo que fue necesaria la promulgación de la Real Orden de 19 de septiembre de 1954. Por su promulgación, se sometió a examen del ayuntamiento el proyecto del Ensanche de la Puerta del Sol a fin de regularizar y embellecer la capital como por el interés de los propietarios, pero para ello era necesaria la opinión de la Academia Nacional de San Fernando teniendo presentes los planos de la proyectada reforma. El sitio se encontraba entonces como resultado del derribo del Buen Suceso y la casa de beneficencia. Su regularización era urgente por el «repugnante aspecto» que presentaba respecto al ornato público, ya que constituía el sitio más céntrico y concurrido de la ciudad.

El 17 de octubre de 1854 se entregó la comunicación original que la suprimida Junta Consultiva de Policía Urbana había elevado al gobierno el 19 de octubre de 1853, junto con el proyecto del ensanche de la plaza formado por el plano y la decoración de las nuevas fachadas y el coste que podría suponer la realización del mismo. Pero toda esta documentación era susceptible de ser ampliada con las alineaciones aprobadas para las calles de Alcalá, Arenal, Carretas, Mayor y demás.

La Sección de Arquitectura reunida el 27 de octubre de 1854 formada por París, Conde y González, Sanz, Herrera de la Calle, Zabaleta, Peyronnet y Laviña sometió de nuevo a examen el proyecto del ensanche, alineación y ornato de la Puerta del Sol. Estudiado con detenimiento el expediente, la Sección comunicó al ayuntamiento que le era imposible dar su opinión al respecto debido a la escasez de datos remitidos, además de faltar uno de mucha importancia: el estudio detallado de los desniveles y rasantes, aspecto del que no había podido ocuparse la comisión encargada de la obra debido a la premura con que se había exigido la presentación del proyecto. Además, la Academia necesitaba conocer si dicho proyecto se encontraba en armonía con el pensamiento general de mejoras y reformas en el sistema de alineación de Madrid y tener a la vista las acordadas para todas las calles que desembocaban en la plaza. Por todo ello, comunicó al ayuntamiento el no poder dar un dictamen favorable a lo presentado y la necesidad de concluir el futuro plano de Madrid. El dictamen de la Sección de Arquitectura fue aprobado por la Academia en la Junta General del 5 de noviembre de 1854.

El ayuntamiento dispuso que sus arquitectos empezasen a trabajar lo antes posible en la recopilación de la información que le había pedido la Academia. El 17 de febrero de 1855 ya se habían reunido los datos suficientes y ejecutado los perfiles que se representaban en el plano, como las anotaciones de cada perfil y las acotaciones que expresaban los desniveles en los puntos principales, además de los diseños de las diez calles que desembocaban en la plaza, todo lo cual fue remitido a la Academia para su censura. Sin embargo, recibido el expediente el 19 de febrero a las 12 de la mañana y reunida la Sección de Arquitectura a las 5 de la tarde de ese mismo día, continuándola el 20 a las 8 de la mañana, se echó de menos tener a la vista la comunicación del ayuntamiento con todos los antecedentes de la obra.

Los arquitectos Matías Laviña y José Jesús Lallave fueron nombrados por la Sección de Arquitectura para examinar la reforma de la Puerta del Sol. Tras reconocer el lugar y estudiar el proyecto durante 12 largas horas tuvieron concluido el informe el 20 de febrero de 1855, llegando a las siguientes conclusiones: «1º la Conveniencia del proyecto; si bien llama la atencion pr haberles impresionado vivamente, sobre los 130 rs pr pie y 3 pr % de indemnizacion. 2º Encontrar el proyecto aceptable y estudiado bentajosamte, de una manera poco variable con escaso tiempo y medios. 3º Encontrarlo asi mismo realizable siempre que, atendiendo á ser una reforma y no un proyecto nuevo, el plano de asiento de la nueba plaza no sea un solo y mismo plano, sino una superficie compuesta de varias estudiadas con las intervenciones de diferentes planos de manera qe estas ni impidan en lo mas minimo el transito y servicio público de todo genero, antes sea mas asequible qe al presente».

El informe fue aprobado por la Sección de Arquitectura el 22 de febrero de 1855. Seis días más tarde Peyronnet llevó a cabo la redacción del mismo, poniendo de manifiesto que se trataba de un proyecto que había exigido repetidas juntas y discusiones para poder conciliar los intereses del ayuntamiento con los de los propietarios; que la población de Madrid necesitaba muchas reformas, pero una de las más importantes era ésta al ser lamentable y desdecir el aspecto de este espacio urbanístico tan reconocido en la península y en el extranjero por su posición central, el número de calles que desembocaban en él y la multitud de carruajes y personas que transitaban por sus avenidas. Por otro lado, señalaba la necesidad de corregir la desigualdad de los frentes y la asimetría de las manzanas, motivos por los que creía conveniente la ejecución del proyecto, máxime cuando la obra había sido declarada de utilidad pública, y la necesidad de que fuera estudiado desde el punto de vista artístico atendiendo a su disposición en planta y la ornamentación de sus alzados sin olvidar el cálculo del coste que debía tener.

En nombre de la Sección, Peyronnet comunicó la aprobación del ensanche proyectado, base del proyecto presentado al estar sus alzados bien entendidos y seccionados, no obstante, consideró más conveniente haber organizado un concurso público para la ocasión, a fin de haber elegido entre varios proyectos el mejor, ya que era un medio para estimular el genio artístico y obtener el mejor resultado en asuntos de tanta importancia. En cuanto a la cuestión económica, asunto que sólo pertenecía al ayuntamiento, la sección consideró oportuno señalar algunas indicaciones sobre todo en cuanto al tipo de indemnizaciones que debían ser pagadas.

La Sección de Arquitectura se volvió a reunir el 24 de febrero de 1855 para examinar la reforma de la plaza, que creyó susceptible de modificación desde dos puntos de vista: el artístico y económico, este último limitado tan sólo a la parte de la tasación facultativa para la expropiación. En cuanto al aspecto artístico, aprobó en su totalidad la planta y los alzados, aunque creyó oportuno como Peyronnet abrir un concurso público para la ocasión. Respecto al coste del proyecto, vio poco exacto el tanteo realizado por la junta porque se había señalado como tipo de indemnización la cantidad de 132 reales por pie superficial incluyendo las construcciones, cuando las casas tenían un valor absoluto y otros relativos ya que en cada finca las construcciones tenían variedad de valores según la calidad y el estado de ellas, unas más modernas otras antiguas, etc.

El informe anterior había calificado el proyecto de bueno y aceptable, pero como era susceptible de modificación la Sección de Arquitectura reunida el 7 de marzo de 1855 aprobó la forma de la planta y la alineación de los nuevos edificios, pero no los alzados presentados. Debido a este motivo se acordó la realización de un nuevo pensamiento de decoración para las fachadas, a cuyo objeto sería necesaria la convocatoria de un concurso tomando como base la planta aprobada y limitándose sólo a los alzados, o en su defecto que el ayuntamiento encargase su estudio a sus arquitectos de villa para después escoger el que mejor reuniese los requisitos exigidos.

El 20 de septiembre de 1855 se remitieron a la corporación académica 5 proyectos y 6 proporciones para el ensanche de la Puerta del Sol, a fin de escoger el que mejor reuniese las características exigidas. El primero era del conde de Hamal y D. E. Mamby, cuyos planos estaban firmados por los arquitectos Pedro Tomé, Juan de Madrazo y Aureliano Varona; el 2º, de José Antonio Font, siendo firmados los planos por el arquitecto José Acebo; el 3º de Juan Salas y Sivilla sin dibujo alguno; el 4º del marqués de Aserreta, con un solo dibujo sin autoría; el 5º de Pascual Hidalgo y Compañía, con un dibujo también sin firmar, y por último el 6º de Carlos del Bosch y Romaña, con un dibujo firmado por este arquitecto.

Los planos quedaron en la sala de la Academia a fin de que fuesen estudiados por los académicos y más tarde pasasen la censura de una comisión de tres individuos de su seno.  Como miembros de esa comisión fueron elegidos por votación secreta en la Junta de la Sección de Arquitectura del 24 de septiembre Antonio de Zabaleta, José París y Antonio Herrera de la Calle, quedando como suplente Eugenio de la Cámara, no obstante, tras la renuncia de Zabaleta al cargo, Eugenio de la Cámara tomó posesión del cargo en su lugar. Los miembros debían emitir un informe sobre los proyectos presentados, pero también sobre la exposición dirigida a la Academia por Modesto Gozálbez en su nombre y el de sus hermanos Gonzalo y Francisco en calidad de propietarios de la casa nº 7 moderno y 3 antiguo en la expresada Puerta del Sol, a fin de que la corporación tomase en consideración los perjuicios que le ocasionaría de aprobarse el proyecto del conde de Hamal y Mamby si en el futuro eran despojados de su propiedad.

El dictamen adoptado por la mayoría de los vocales asistentes a la Junta General del 6 de octubre de 1855  fue el siguiente: no tomar en consideración los proyectos cuyos planos no fuesen firmados por un arquitecto, de lo que se deducía que quedaban anulados los de Juan Sala y Sivilla, el marqués de Asarreta y Eugenio Pascual Hidalgo, limitándose el examen de la Academia sólo a los proyectos del conde de Hamal y Mamby, José Antonio Font y el arquitecto Carlos del Bosch y Romaña al reunir los requisitos legales.

Tres fueron los puntos principales que se examinaron en los proyectos: la figura de la planta, la decoración de los alzados y el espacio franco resultante para el público. Respecto a las plantas, la Academia halló mayor regularidad y simetría en el proyecto de Hamal y Mamby y mayor amplitud en el de Font, sin embargo, no dejaban de necesitar alguna que otra ratificación. En cuanto a las fachadas, encontraron desafortunados los arcos que algunos arquitectos habían levantado en la entrada de la calle del Carmen y Preciados por ser inútiles y quitar las vistas, luces y desahogo a las casas de dichas vías, por lo que fueron aprobadas las fachadas elaboradas por Hamal y Mamby que habían sido firmadas por los arquitectos Aureliano Varona y Juan de Madrazo. De los dos se prefirió la de este último, siempre que la severidad de la ornamentación que presentaba fuese completada a la hora de su ejecución. Por último, respecto al espacio reservado para uso público, la Academia entendió que el proyecto del conde de Hamal y Mamby era el que más se acercaba al objetivo a seguir por llevar hasta 157 pies la seguridad transitable.

Los estudios pusieron de manifiesto que el proyecto de Hamal y Mamby satisfacía las necesidades y las condiciones requeridas tanto en planta como en los alzados; que debía darse a la plaza 570 pies en su lado mayor y 158 pies en su lado menor según se había marcado con tinta encarnada en el plano de los señores antes citados; no obstante, la Sección fue muy parca a la hora de tratar las condiciones económicas al ser ajenas a la índole de su instituto.

En estos momentos se censuró también el proyecto de ornamentación elaborado por Castro, que se halló carente de unidad y distribución en sus adornos porque unas partes estaban recargadísimas y otras portaban una ornamentación muy sencilla, pobre y mezquina. Se observó que no existía correspondencia entre la planta y las fachadas, lo mismo que entre los arcos de las puertas de las tiendas y el resto del conjunto, los vanos y las alturas. Además, respecto al pliego de condiciones facultativas e higiénicas, la Academia estaba de acuerdo en que la utilización del hierro en los suelos era conveniente, pero aún no factible en España debido a que existían excelentes maderas de buena calidad a un módico precio y la industria de la fabricación del hierro estaba poco desarrollada en nuestro país.

El 11 de abril de 1857 se dieron las condiciones higiénicas a las que debían sujetarse en su construcción los nuevos edificios de la Puerta del Sol: la alineación de los edificios sujeta a la traza señalada en los planos aprobados por el Gobierno de S.M. y la decoración exterior aprobada por la Academia; la obligatoriedad de los constructores de presentar al Gobierno la forma y el modo de las plantas y las secciones de los edificios (la altura total de los edificios, el nº de pisos y sus alturas respectivas relacionadas con el ancho y situación de las calles); hacer posible que en los proyectos de decoración las líneas horizontales de cada fachada corriesen en lo posible como continuación de las fachadas laterales; tener presente la proximidad del Canal de Isabel II en las nuevas edificaciones y la distribución de sus aguas en el interior de la población; la ejecución de los cimientos de las nuevas construcciones a la profundidad conveniente y sobre suelo firme a base de mampostería ordinaria o ladrillo recocho con mezcla de cal de Valdemorillo (Madrid) o en su defecto cales grasas combinadas con polvo de teja o ladrillo; la cubrición de los sótanos con bóvedas de ladrillo a rosca, dejando lumbreras necesarias para la iluminación y ventilación;  el empleo de la sillería en las fachadas exteriores prevenida por la Ordenanza y en las interiores o de patios con un zócalo de 0,56 m (2 pies); la construcción de las medianerías con ladrillo, nunca con madera; la ejecución de los muros de fachadas exclusivamente de fábrica, pudiendo ser sustituidos en algunos casos por pies derechos u otras construcciones de hierro laminado, forjado o fundido, pero de ningún modo con madera excepto en los sotobancos, como la posibilidad de ejecutar los tabicones de carga o de crujía con entramados de madera y los entramados horizontales de viguería espaciadas con marcos que exigiesen los anchos de crujía.  Sobre este asunto se especificó el buen resultado que el hierro estaba dando en los pisos en el extranjero y que entonces se estaba introduciendo en España, por lo que era conveniente que su uso se fuese generalizando en sustitución de la madera como normalmente estaba ocurriendo en nuestro país.  En cuanto a las armaduras, debían construirse con la solidez que exigían las distribuciones cubriéndolas con teja a la romana cogidas con mezcla en sus boquillas, limas y caballetes; de plomo o zinc los canales para recoger las aguas de lluvia, dirigiéndolas a los tubos de bajada y éstos de los mismos metales en toda su longitud en los patios hasta la altura de 3 m por lo menos desde el piso de las calles en las fachadas exteriores, desde donde debían descender empotrados en el muro siendo de hierro fundido. Por último, el piso de la planta baja debía quedar elevado cuanto menos 0,50 m sobre el de la acera contigua al edificio.

De la superficie de cada solar, se destinaba 1/6 parte para los patios de iluminación y ventilación, pudiéndose disminuir a ¼ parte cuando se estableciesen patios comunes a dos o más casas. Asimismo, se reglamentaba el volumen de los dormitorios (12 metros3), las escaleras, retretes y comunes, estos últimos inodoros conocidos con el nombre de bombillos con bajadas de hierro fundido, además del servicio de aguas comunes dispuesto con arreglo al sistema aprobado y publicado por el Consejo de Administración del Canal de Isabel II.

La Junta de la Sección de Arquitectura celebrada el 23 de abril de 1857 examinó y aprobó el proyecto de decoración arquitectónica para la Puerta del Sol formado por el ingeniero de caminos Carlos María de Castro. La aprobación fue unánime a excepción del marqués del Socorro, que manifestó no estar conforme en poner como centro de las alineaciones el edificio ocupado por el Ministerio de la Gobernación.  El 1 de mayo de ese mismo año la comisión de académicos nombrada para informar sobre esta obra emitió el correspondiente informe, reseñando primeramente que el proyecto debía ser asequible y realizable sin que exigiera sacrificios superiores a los que era posible hacer, por lo que no era viable hacer la reforma completa de la barriada inmediata a la Puerta del Sol dado que la topografía del terreno obligaba a realizar numerosas y costosísimas expropiaciones. Esto significaba que la reforma debía ceñirse a ensanchar y mejorar la Puerta del Sol sin tomar de sus accesorias nada más que la zona puramente precisa para regularizar las embocaduras de las calles. Otros de los puntos aprobados fueron los siguientes:

2º) Que el antiguo edificio de la Casa Correos, entonces Ministerio de la Gobernación, se tomarse como centro y base de la reforma por la importancia de su destino, solidez, buen aspecto y grandes dimensiones.

3º) La necesidad de variar la dirección de la calle de Preciados desde el punto de su confluencia con la de la Zarza, sacándola perpendicularmente a la fachada del Ministerio en su centro.

4º) Que no se hallaba inconveniente en cerrar la calle del Carmen con un arco al proporcionar regularidad en la extensión de las fachadas y disimular la divergencia de las direcciones de las calles, aunque por otro lado tuviese el inconveniente para la salubridad y ventilación.

5º) En cuanto a la curvatura adoptada por la Junta Consultiva de Policía Urbana en su proyecto y aceptada posteriormente, se encontró muy conveniente al salvar con las menos expropiaciones la dificultad de divergencia de las calles de Montera, Preciados y del Carmen evitando los ángulos agudos.

6º) La necesidad de tener en cuenta el encarecimiento y los notables desniveles que presentaban las calles afluentes respecto al centro de la plaza, singularmente la de Montera. También, que ninguna de las plantas que se habían visto llenaban sus deseos y que la remitida juntamente con el proyecto de fachada de Castro era una de las que más se separaba de las condiciones que la comisión deseaba tuviera la Puerta del Sol.  Por este motivo, la comisión formuló un pensamiento en planta ejecutado con elementos de varias de las presentadas, tomando como centro la Casa de Correos y dando mayor extensión a la línea de Oriente a Poniente. En cuanto a la decoración de las fachadas, la comisión fue de la opinión que al no constituir la Puerta del Sol una plaza cerrada sino lo que en Italia se denominaba un «largo», es decir, un sitio donde la principal carrera o avenida de la población recibe un ensanchamiento para dar entrada a otras tantas calles principales, no era conveniente adoptar un sistema uniforme de decoración al producir monotonía y ser difícil el poderla acomodar bien a la distribución de los solares y la disposición de las medianerías.

En cuanto a la elección de los materiales, la utilización de piedra era muy costosa para los propietarios, lo mismo que el empleo de hierro fundido o laminado, pero si se empleaban otros más económicos como las yeserías, barros cocidos o las composiciones hechas con cales hidráulicas, la construcción tendría poca duración. De este modo, era preferible dejar libertad a los propietarios en adoptar el estilo de ornamentación que más les conviniese, siempre que perteneciese a alguna buena época del arte o formasen una nueva, presentando los planos a la aprobación de la corporación. No obstante, la comisión fue del parecer que debía fijarse la altura total y parcial de las fachadas como sus pisos en relación con el ancho de la calle.

En cuanto al empleo del cinc para las bajadas de las aguas pluviales, no se encontraba conveniente por su poca durabilidad y resistencia a las influencias atmosféricas. Tampoco se veían convenientes algunos puntos tocantes a la escalera, como la proscripción absoluta de las espirales y señalar como tipo mínimo para el ancho de los tramos 1,50 m, cuando en muchas ocasiones bastaba con 1m. Este dictamen sería aprobado por la Academia en la Junta General del 3 de mayo de 1857.

La Sección de Arquitectura se volvió a reunir en sucesivas ocasiones para tratar las obras de reforma de la plaza. Lo haría el 10 y 18 de junio y 5 julio de 1857, momento en que atendiendo a la necesidad que tenía el director facultativo de las obras en tomar copias de los planos de los solares de Madrid contenidos en los libros que poseía la Academia, a fin de tomar los datos necesarios para llevar a cabo la medición de dichos solares y la tasación de las fincas que debían expropiarse, la corporación académica acordó poner a disposición de este funcionario y su ayudante, el arquitecto Antonio Ruiz de Salces, los citados libros que se encontraban custodiados en el Archivo de la institución.

El 18 de julio se remitieron a informe los planos de los solares que debían tener las casas a construir y el 29 de julio fueron examinados el pliego de condiciones generales y facultativas, particulares y económicas para la subasta del derribo de las casas. Lógicamente, solo podían intervenir en esta fase grandes capitalistas, lo que significaba que se privaba a los pequeños de tomar parte en la subasta porque los plazos en los que se debían hacer los cobros eran muy cortos y perentorios. Antes de acabar el mes,  la Sección de Arquitectura reunida el 31 de julio opinó que no tenía nada más que informar sobre este asunto, ya que la figura y las dimensiones de la nueva Puerta del Sol estaban establecidas, como la dirección y el ancho de las calles afluentes a la misma, incluso las alineaciones a las que debían sujetarse en lo sucesivo las casas contiguas a las expropiadas por la Administración; no obstante, podían hacerse algunas modificaciones  en las líneas que marcaban su perímetro y en la colocación de algún recuerdo histórico, fuente, arco u otra construcción decorativa que diese un aspecto más monumental a su espacio y pudiera  corregir la excesiva longitud de la plaza respecto a su ancho.  En cuanto a las rasantes, la alineación de las fachadas y las condiciones higiénicas, la Academia estaba conforme con lo presentado, incluso con la decoración adoptada en sus fachadas porque, aunque no podía calificarse de esencialmente artística ni monumental, era apropiada a las casas de alquiler que era su objeto.

Por orden del ministro de la Gobernación se le encargó al arquitecto Juan Bautista Peyronnet la realización de una serie de adiciones al mismo proyecto de reforma, cuyos honorarios correspondientes a los planos, memoria y demás trabajos efectuados fueron aprobados en la Junta General del domingo 7 de noviembre de 1858. A finales de año sería remitido el proyecto y el plano de reforma para el embellecimiento de la plaza firmados por el arquitecto Juan Rom. Fue examinado por la Sección de Arquitectura el 14 de diciembre de 1858, junta que observó como la obra de Rom se reducía a variar la dirección de las calles de Preciados y del Carmen desde el punto que lo permitían las expropiaciones practicadas sacándolas perpendicularmente a la fachada que miraba al Mediodía y suprimiendo la calle de la Zarza conservaba intactas las líneas generales de la planta aprobada por las Cortes. Con ello conseguía una forma más regular de los solares enajenables aumentando su extensión, pero su proyecto fue desechado por varios motivos: primero, porque cambiaba la dirección de algunas calles y no lograba ninguna euritmia en la distribución de las masas y la correspondencia de las bocacalles; segundo, porque no era acertada la supresión de la calle de la Zarza y tercero, porque disminuía el desarrollo de las líneas de fachada y destruía en parte el objeto comercial de este espacio urbanístico. A todo esto, cabría añadir la imposibilidad de realizar por ahora un proyecto de reforma mientras que no se formase una nueva ley, en cuyo caso se anunciaría un concurso público al que pudieran presentarse todos los profesores de arquitectura.

En vista de lo expuesto, la Sección de Arquitectura no pudo considerar el pensamiento de Rom «[...] como una de esas modificaciones que mas ó menos oportunas, se ocurren facilmente al que examina un proyecto formado y estudiado por otra persona, y entiende que comparado con el que se está preparando para su ejecucion, reconocido generalmente como poco adecuado basta por el mismo Consejo de Admon en su informe no desmerece nada, pues los inconvenientes que presenta estan quiza compensados con otras ventajas, como con algunas mayor regularidad en los angulos y en la forma de los solares, la apertura de la calle del Carmen y el aumento de terrenos enagenables; pero no cree que en el estado á que han llegado las cosas sean estas ventajas de tal magnitud que por ellas solas deba intentarse la derogacion de la Ley vigente y formacion de otra nueva».

El 18 de junio de 1859, la Junta formada por Eugenio de la Cámara, José Jesús Lallave, Morán y Narciso Pascual y Colomer bajo la presidencia de Aníbal Álvarez como académico más antiguo, se reunió para proceder a nombrar al presidente y secretario de dicha comisión, cargos que recayeron respectivamente en Aníbal Álvarez y Pascual y Colomer. En estos momentos S.M. encargó a la Academia el estudio y la propuesta de las modificaciones que tuvieran que llevarse a cabo en la planta ya aprobada de la Puerta del Sol, motivo por el que era necesario tener a la vista todos los datos geométricos y topográficos del terreno, el estudio de los niveles, rasantes y demás que estuviesen realizados para el mejor desempeño de su cometido, así como disponer de uno o dos hábiles delineantes.

Mientras tanto, la Sección de Arquitectura reunida el 8 de mayo de 1857 censuró y aprobó la concesión de licencia a Manuel de Santayana para edificar conforme a los planos aprobados por el Gobierno de S.M. para la reforma de la Puerta del Sol, la casa situada en la Carrera de San Jerónimo, nº 2, Puerta del Sol números 1 y 3, dictamen que sería aprobado por la Academia en la Junta General del 7 de junio de 1857. Veinte días más tarde se censuró también el expediente sobre las condiciones higiénicas y la distribución de las casas números 5, 7, 9 y 11 de la Puerta del Sol esquina a la calle de Carretas, nº 1, cuyos planos encontró la Sección de Arquitectura perfectamente entendidos y arreglados el 28 de mayo, tanto en su distribución como decoración; no obstante, respecto a la casa nº 11 esquina a la de Carretas propiedad de Maltrana, debía llegar el gabinete proyectado de la esquina hasta la fachada de la calle Carretas, suprimiéndose el tabique divisorio de la pieza sin nombre y recibir mayor amplitud la alcoba de en medio procedente de la supresión del pasillo de al lado que debía desaparecer.

El 22 de junio, el consejo acordó remitir a la Academia todos los estudios que la corporación había solicitado, entre ellos el plano topográfico de la citada reforma hecho con arreglo a la Ley de 28 de junio de 1857 y reales órdenes posteriores, con la aprobación de las modificaciones del trazado de la calle de la Zarza y las rasantes de las calles afluentes a la plaza. Ese mismo 22 de junio la Sección de Arquitectura se volvió a reunir excusando su asistencia Juan Bautista Peyronnet. Se procedió al examen de los diferentes proyectos remitidos por el Gobierno y tras haberlos estudiados se halló como más aceptable el propuesto por la Junta Consultiva de Policía Urbana, no sin antes manifestar los defectos advertidos en el trazado aprobado por la citada ley de 1857. 

Debido a la premura con que se exigía la resolución del asunto, la Academia acordó realizar un croquis a modo de anteproyecto de la reforma que se proponía junto con un informe que expresase las razones que le habían motivado el llevarlo a cabo de esa manera. El trazado propuesto por la Academia tenía «la inmensa ventaja de ser mas sencillo, de aprovechar mas en beneficio del arte y de la conveniencia publica el inmenso derribo practicado; toma por base la fachada del Ministerio de la Gobernacion, reduce la longitud de la plaza á 544 pies la ensancha hasta 273, es decir, 100 pies mas que la actual trazada, produce con estas dimensiones una razonada proporcion en su area y dirigiendo el eje de la calle de preciados al medio de la fachada del ministerio permite dar tan oportuna direccion á las demas calles afluentes que se produce una simetrica correspondencia entre estas y las manzanas de casas determinando lineas de fachada mucho mayores que las actuales, particularmente en las tres que hacen frente al Ministerio, lo cual producirá masas de edificacion de un carácter mas monumental y mas digno del pensamiento que ha debido conducir a esta reforma. Esta importante variación no exije ni mas expropiacion ni mas gasto al presentado y solo toma de la actual superficie vendible la insignificante cantidad de 4500 pies propiamente, cantidad qe no duda la Comision sera algo menor al hacer el estudio definitivo [...]». Otra de las reformas que la comisión veía factible, no como parte integrante del proyecto sino como de utilidad y para poder ser ejecutada paulatinamente, era la apertura de una calle que condujese a la plaza de las Descalzas desde la Puerta del Sol y proporcionase salida a la calle Peligros.

La memoria descriptiva del proyecto del Ensanche y de sus calles afluentes propuesta por la dirección facultativa de las mismas obras como modificación del proyecto aprobado por la Ley de 28 de junio de 1857, quedó concluida el 9 de julio de 1859. En ella quedaron reseñadas las condiciones principales que se habían procurado satisfacer en el proyecto, este basado en los principios siguientes: que la reforma y ensanche debían satisfacer y subordinarse para facilitar el tránsito tanto de carruajes y caballerías como de la gente de a pie, mejorando los medios de comunicación entre las calles principales de la población que vertían y se cruzaban en dicha plaza; que la reforma debía sujetarse estrictamente a la expropiación verificada hasta ese momento; que debía satisfacer igualmente la simetría y el ornato de las fachadas que daban a la plaza regularizando sus avenidas y por último, que debía aprovecharse al máximo el suelo expropiado.

Tras señalar los principios de la reforma, la memoria se centró en la explicación del proyecto, comenzando con la elección del centro, su forma y ejes, continuando con la necesidad de suprimir los callejones de la Tahona, las Descalzas y Preciados como vías públicas, aunque conservando sus entradas por las servidumbres que prestaban y los servicios que presentaban a las casas contiguas, y finalizando con la necesidad de ejecutar chaflanes en la intersección de las calles del Carmen, Zarza y Negros. Finalmente, la memoria introducía la ejecución del proyecto y una comparación de las áreas que habían quedado disponibles para la edificación, con objeto de señalar las ventajas que tenía este nuevo proyecto sobre el ejecutado por la Academia y el aprobado por la ley:

- Área correspondiente a la edificación expropiada:  16.108, 98 m2 (207.478,47 pies2).

- Área de la plaza antes de la reforma era: 9.069 m2 (65.289 pies2).

- Ídem. en el proyecto aprobado por la ley de 28- 6 - 1857: 10.361 m2 (133.450 pies2).

- Ídem. en el proyecto de la Academia de San Fernando: 10.135 m2 (130.542 pies2).

- Ídem. propuesta por la Dirección de la Junta Facultativa:  12.320 m2 (158.686 pies2).

- Exceso de superficie de la plaza:

. según el proyecto aprobado por la ley sobre el que tenía la plaza antigua: 5.292 m2 (68.163 pies2).

. Ídem.  según el proyecto de la Academia: 5.066 m2 (65.250 pies2).

. Ídem. según el proyecto propuesto por la Dirección Facultativa de las obras: 7.251 m2 (93.396 pies2).

- Exceso de la superficie de la plaza: según el proyecto aprobado por la ley sobre el de la Academia de San Fernando: 226 m2 (2.911 pies2).

. Ídem. según el proyecto de la Dirección Facultativa de las Obras sobre el de la Ley: 1.959 m2 (25.233 pies2).

. Ídem. sobre la del proyecto de la Academia: 2.185 m2 (28.143 pies2).

- Las áreas que quedaban disponibles para la enajenación eran:

. En el proyecto aprobado por la ley: 10.488 m2 (135.089 pies2).

. Ídem. en el proyecto de la Academia: 9.843 m2 (126.778 pies2).

. Ídem. en el propuesto por la Dirección Facultativa: 9.263 m2 (119.310 pies2).

- Pérdida de terrenos para la enajenación:

. Proyecto de la Dirección Facultativa de las Obras respecto al aprobado por la Ley: 1.999 m2 (25.232 pies2).

. Ídem. respecto del proyecto aprobado por la Academia: 420 m2 (540916 pies2).

Respecto a la memoria elaborada por la junta facultativa de las Obras del Ensanche, la Sección de Arquitectura reunida en Junta Extraordinaria el 17 de julio creyó poco afortunados los términos, los calificativos y los agravios en ella encontrados contra la propia sección, sobre todo cuando la Academia, no estando obligada a intervenir en este tipo de cuestiones, había formulado en muy poco tiempo un croquis que no debía dársele más importancia que la de un anteproyecto. Por estas consideraciones y la conveniencia del servicio público, la corporación académica solicitó de S.M. ser relegada del cargo que le había confiado sobre este asunto, pues deseaba «evitar todo conflicto y ulterior desabrimiento, conservando intacta la dignidad de su carácter y no decayendo de la consideracion que las leyes le conceden [...]».

La súplica de la Academia no fue concedida, pues el 20 del mismo mes la reina Isabel II dispuso que el informe de la Academia fuese evacuado sin demora porque así lo exigía la conveniencia pública y ningún conflicto podía entorpecer este objeto dado que las observaciones del croquis hechas por la dirección facultativa habían sido expuestas con ánimo de acertar en lo posible en esta obra de tanta importancia y sin pretender agravio alguno del cuerpo académico.

Obedeciendo las órdenes de S.M., la Sección de Arquitectura se reunió el 31 de julio de 1859 para emitir un extenso informe sobre el proyecto presentado por la dirección facultativa de las obras, el cual sería aprobado por la Academia en la Junta General del 31 de ese mismo mes. El informe quedó dividido en dos partes claramente diferenciadas: la parte artística y la económica, esta última acompañada de un documento, letra A, que recogía los errores y contradicciones advertidas en los datos numéricos de la memoria, junto con las correcciones que debían hacerse en la memoria desarrollada por la dirección facultativa. 

Por un lado, con la renovación de este enclave se reforzó su valor representativo atrayendo las actividades comerciales y financieras de la ciudad y por otro, la uniformidad de las fachadas definió su espacio sirviendo de modelo a la arquitectura que se levantaría posteriormente en sus alrededores. Sobre la obra del Ensanche de la Puerta del Sol, el Archivo de la Academia conserva los siguientes planos: del Pl-214 al PL-225).

Dejando aparte las obras de la Puerta de Sol retomaremos de nuevo la actividad profesional desarrollada por Pascual y Colomer en la segunda mitad de la década de los cincuenta. Tenemos constancia que una vez comunicada a la Academia la Real Orden de 6 de julio de 1858 relativa a  la designación de dos arquitectos de mérito que reconociesen la catedral de León y que manifestasen las obras necesarias para su restauración, la Sección de Arquitectura celebrada el 12 de junio de 1858, formada por Aníbal Álvarez (presidente), Antonio Conde, Atilano Sanz, Matías Laviña, Eugenio de la Cámara y José Jesús Lallave (secretario), acordó elegir unánimemente al académico Narciso Pascual y Colomer con el arquitecto que el mismo designase para cumplir este cometido. Tanto el cabildo de la catedral como los diputados de la provincia creían conveniente que uno de los arquitectos fuese el monje Echano porque además de reunir el título de arquitecto había intervenido en algunas obras del edificio, sin embargo, Pascual y Colomer elegiría para que le auxiliase al arquitecto José Díaz Bustamante. El 25 de octubre de 1858 el propio Pascual y Colomer remitió a la Academia el resultado de su reconocimiento en cumplimiento del encargo que le había sido encomendado, comunicando el hecho de que lo había tenido que hacer solo en vista de que Bustamante se encontraba ocupado en las obras del ferrocarril de Zaragoza y no le había sido posible realizar la comisión.

El reconocimiento tenía como objeto conocer la solidez que presentaban las fábricas y las causas de inseguridad que presentaban algunas de ellas, para así poder estudiar y proponer la clase e importancia de la reparación que debía ejecutarse para devolver al edificio la seguridad que le era necesaria y el uso al que se hallaba destinado. Comenzando por el estudio de los cimientos, que halló sólidos, observó un notable desplome en el tímpano de cantería que cerraba la nave central del templo y que constituía el frontis de la fachada principal. Este mismo desplome se encontraba en el cuerpo saliente de la fachada sur que constituía la entrada al testero del ala derecha del crucero, cuyo movimiento y consecuencias habían sido la causa de dicho reconocimiento. Asimismo, atisbó inminente ruina y la pérdida de la curvatura cóncava de la arista que descansaba sobre los dos machones de la derecha, de los cuatro que conforman el crucero, y de entre ellos particularmente el mas inmediato al coro y sobre el órgano. Del mismo modo, vio extremadamente ligeros los espesores de las fábricas y la mala calidad de la piedra con que estaban construidos los machones y el muro del crucero. Por todo ello, Pascual y Colomer era del parecer que el deterioro era fácilmente reparable si la fábrica se devolvía a su primitivo estado, sin ser necesario derribar nada de lo existente ni hacer grandes apeos, aunque tomando las precauciones necesarias, estudiar detenidamente el modo de ejecutar las obras de sostenimiento y realizarlas despacio y parcialmente para no aumentar el movimiento que sufrían. A su entender, la restauración debía llevarse a cabo en dos partes bien diferenciadas: la primera, la mas pequeña pero urgente, consistente en el apeo de las dos bóvedas de la nave principal contiguas al crucero y a los dos arcos torales que habían sufrido movimientos, y la segunda, de mayor importancia y mas costosa, consistente en el levantamiento de los planos del crucero derecho, dando diferentes secciones en proyecciones horizontales y verticales para encontrar los asientos de los nuevos apoyos y consolidar la obra. El arquitecto insistía en que para la mayor rapidez de las obras era necesario adquirir cuanto antes las maderas necesarias para realizar el apeo de las bóvedas indicadas y de los andamios que eran indispensables como autorizar el pequeño gasto para el levantamiento de los planos y el estudio preparatorio de la restauración.

Por la Real Orden de 3 de mayo de 1859 el arquitecto Matías Laviña reconocería y dirigiría finalmente las obras de restauración de la catedral de León, remitiendo la memoria de este proyecto el 22 de diciembre de 1860. En dicha memoria recogió las causas del estado ruinoso del templo, las medidas adoptadas para contener los progresos de ruina, los medios de restauración (sistemas de restauración y conservación), así como el presupuesto razonado de la cúpula y la restauración total de la iglesia. El proyecto sería examinado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 3 de mayo de 1861, no sin antes advertir «que hubiera deseado ver en la memoria del Sr. Laviña algun cálculo de los que sin duda habrá hecho pª comprobar y ayudar las deducciones del raciocinio y de la experiencia; pues ciertamente pocas cuestiones pueden presentarse en la práctica de la Arquitª que mas materia ofrezcan á las investigaciones cientificas; pero no se crea que por esto hace un cargo formal á este apreciable Profesor en quien reconoce la laboriosidad, inteligencia y experiencia suficientes para añadir á los estudios profundos de observacion y criterio que ya tiene hechos sobre este templo todos los cientificos y de cálculo que son necesarios para la completa y feliz resolucion del árduao problema que se le ha encomendado».

Las obras de la catedral siguieron su curso durante los años siguientes. El 28 de noviembre de 1862 Laviña remitió a la Academia la marcha de sus trabajos y comunicó el haber desmontado todo el brazo Sur; el 15 de febrero de 1863 propuso algunos medios para la restauración y adquisición de vidrieras esmaltadas;  el  18 de octubre de 1863 comunicó las vicisitudes de las obras y el estado en que se encontraba el templo,  no obstante, a finales de 1863 se dio la voz de alarma sobre el inminente peligro de ruina en que se encontraba la iglesia a consecuencia del errado sistema de restauración que se seguía.  La noticia salió publicada en el Boletín del Arte en España el 19 de noviembre de 1863 por G. Cruzada Villamil, proponiéndose al arquitecto francés Violet-le-Duc la dirección de la restauración al considerársele como el único artista que por entonces en Europa podía dirigirla con inteligencia y acierto. Enterada la Academia del hecho, creyó necesario el nombramiento de una comisión que examinase todos los antecedentes del asunto y contestase al Gobierno sobre esta obra, a fin de aclarar la acusación tan injustificada para el que había dirigido la obra y terminar con las vergonzosas injurias a las que se había enfrentado un profesor de tan buena reputación. Esta comisión quedó conformada en la Junta General del 15 de febrero de 1864 por los académicos de número Aníbal Álvarez, Juan Bautista Peyronnet y Francisco Enríquez Ferrer, quienes se trasladaron a León a verificar e inspeccionar el edificio emitiendo el correspondiente informe el 20 de marzo de 1865. Sin embargo, Laviña continuó mientras tanto enviando diseños a la Academia para su censura, como el ejecutado el 16 de enero de 1865 relativo a la planta y perfil de la 3ª portada con la altura de la portada primitiva y la parte existente. Los honorarios devengados por este trabajo fueron solicitados por estos arquitectos a principios de 1871.

Muerto Laviña en 1868, S.M. solicitó continuar esta obra de suma importancia bajo la dirección del arquitecto Andrés Hernández Callejo. Al poco tiempo de hacerse cargo de la obra tuvo desavenencias con el prelado diocesano, su cabildo y la junta de diócesis al denunciar el estado ruinoso de parte de la antigua fábrica de la catedral. La alarma levantada por el arquitecto tuvo como consecuencia el nombramiento de otra comisión que inspeccionase y reconociese el estado de la restauración y las obras practicadas. La Academia nombró en su Junta Extraordinaria del 26 de julio de 1866 a los miembros de su Sección de Arquitectura, José Amador de los Ríos, Antonio Cachavera y Langara y Juan Bautista Peyronnet para llevar a cabo dicho cometido. Los vocales remitieron sus trabajos el 28 de septiembre de 1868  y una vez interrogados por separado a todos los interesados se percataron de que contra Andrés Hernández y Callejo se elevaban varios cargos: desde los administrativos y económicas hasta el haber pretendido alterar el plano adoptado por Laviña; haber intentado demoler ciertos departamentos, miembros arquitectónicos y bóvedas con el pretexto de su estado ruinoso; haber pretendido deshacer parte de la obra ya verificada por su antecesor y  no haber asentado ni una sola piedra en la obra desde su nombramiento como director de la misma. La Comisión experta fue de la opinión de que el arquitecto se había extralimitado en muchas de sus atribuciones por lo que estaban fundados todos los cargos que se le achacaban, de ahí que desaprobase su conducta, su inacción por espacio de 6 meses y la alarma que había provocado al cabildo y a la población entera de la ciudad. Por otro lado, desaprobaba la conducta de Hernández y Callejo respecto al ejercicio de su cargo, hecho por el que se creía conveniente que no siguiese al frente de las obras.

La incomunicación y los problemas acaecidos entre el arquitecto y el resto de los interesados en las obras de la catedral obligaron a Hernández y Callejo a cesar como director de las mismas el 5 de enero de 1869. La actuación del arquitecto extrañaba a todo el mundo por cuanto que su amor al arte se había constatado a la hora de llevar a cabo la restauración de la iglesia de San Vicente de Ávila, pero era cierto que en la catedral leonesa había demostrado su total incertidumbre respecto a la verdadera idea de la construcción y repetidas contradicciones que le llevaron a pretender destruir varias fábricas antiguas y miembros arquitectónicos como a no añadir un solo sillar a la obra.

A fin de nombrar a un sustituto la Sección de Arquitectura acordó la noche del 15 del mismo mes la formación de una terna con los arquitectos mas aptos para desempeñar el cargo, proponiendo a Juan Madrazo y Kuntz, Francisco Enríquez Ferrer y Demetrio de los Ríos. El primero de ellos, Juan de Madrazo, fue nombrado director facultativo de dichas obras, de ahí que el 24 de marzo de 1874 remitiese a la Academia el proyecto del encimbrado para las bóvedas altas del templo. El mismo arquitecto llamaba la atención a finales de 1875 sobre la necesidad de ejecutar a la mayor brevedad la restauración del edificio y asegurar su estabilidad, empezando por terminar las construcciones comenzadas en el crucero central con todo el brazo Sur, la fachada, contrarrestos y respaldos correspondientes, además de las cuatro bóvedas contiguas a dicho crucero, dos sobre el coro y otras dos sobre el presbiterio. A continuación o simultáneamente era necesario reconstruir el hastial de Poniente de la nave mayor o lo que es decir, la parte central de la fachada principal comprendida entre las dos torres; asimismo, construir de nuevo las armaduras de cubierta con todos los emplomados en cresterías, el chapitel central, los pináculos, los remates y planos de cubierta en sustitución de los defectuosos tejados que entonces cubrían toda la extensión de la catedral; restaurar el cuerpo de campanas de la torre Norte de la fachada principal y rehacer la mayor parte de los arbotantes, la totalidad de la línea de cornisa de coronación y las partes en donde la cantería se presentaba descompuesta.

Un escrito fechado el 8 de abril de 1876 señala el haber sido designados los académicos Espalter, Amador de los Ríos y Barberi para formar parte de la comisión que debía presentar a los ministros de Gracia y Justicia y de Fomento las exposiciones que la Academia les dirigiese, solicitando fondos para restaurar la iglesia catedral. El proyecto suscrito por el arquitecto Madrazo para la reconstrucción del hastial Sur en la zona ocupada por el triforio fue censurado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 22 de junio de 1876. Estaba constituido por una memoria descriptiva, nueve grandes planos, el presupuesto y los pliegos de condiciones económico-facultativas, trabajos que fueron muy alabados por su acertado estudio.

Tres años mas tarde y con motivo del fallecimiento de Deogracias López Villabrille, por entonces individuo de la Junta de Obras de reparación de la catedral, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de León solicitó de la Academia de San Fernando el nombramiento de un individuo que cubriese su plaza, cargo que recayó en el vocal Juan López Castrillón en julio de 1879. Al año siguiente falleció Juan de Madrazo dejando vacante su cargo en la dirección de las obras, cargo que debía ser cubierto a la mayor brevedad. Tras su muerte, la Sociedad Central de Arquitectos, fundada en 1849 y reorganizada en 1878, elevó un escrito el 20 de marzo de 1880 proponiendo como homenaje a la memoria del arquitecto la realización de una exposición en la que se exaltase sus estudios, concretamente los referentes a la iglesia-catedral, su laboriosidad y buen hacer profesional. No obstante, en enero anterior había sido remitido su proyecto de obras de terminación del hastial Sur que sería examinado por Francisco de Cubas en octubre de 1880.

Mientras que se acometieron las obras de restauración y reposición de la catedral de León durante la década de los años cincuenta, Pascual y Colomer fue nombrado junto con Espinosa Serrano para llevar a cabo el informe relativo al estado ruinoso en que se encontraba la basílica de Santa Cruz en Medina de Rioseco (Valladolid). En vista de la divergencia de pareceres entre estos dos profesores, la Sección de Arquitectura reunida el 30 de mayo de 1859 acordó que prevaleciese la de Pascual y Colomer por ser más facultativa, razonada y de mejor resultados que la de Espinosa y también porque no desfiguraba el edificio, aspecto que era sumamente importante sobre todo teniendo en cuenta la importancia artística del templo.

El 5 de febrero de 1860 Pascual y Colomer propuso a la Academia mediante una suscripción nacional o por los medios que se considerasen oportunos erigir un monumento a la memoria del insigne pintor Diego de Velázquez de Silva, príncipe de los artistas españoles. La idea no era novedosa ya que se había intentando en el antiguo liceo artístico y literario de Madrid sin éxito. La Academia recibió con alegría la propuesta y acordó nombrar una comisión que preparase y propusiese el mejor modo de realizar el pensamiento, comisión de la que formarían parte los académicos marqués de Molins, Colomer y Camarón.

Por entonces, el templo de estilo ojival más importante de Madrid y al que desde la época de Felipe II hasta el reinado de la reina Isabel II se habían verificado las Cortes del reino y las juras de los príncipes de Asturias se hallaba en un estado de conservación deplorable, incluso se había perdido el claustro plateresco y algunas galerías de su entorno. Este fue el motivo por el que en 1861 se decidió su reparación a expensas de S.M el rey Francisco de Asís bajo el proyecto de Francisco Pascual y Colomer. Más que una restauración fue una modificación porque se hicieron de nuevo todas las molduras de las ventanas, las cresterías, torrecillas, pináculos y las torres adosadas al ábside, elementos inexistentes en la obra original. Todos estos elementos fueron tomados de la iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo, de donde se sacaron los moldes para vaciar la ornamentación de las fachadas y hacerlas con barro cocido y cal hidráulica. Pascual y Colomer demolió las partes inservibles del complejo reduciéndolo a lo que hoy existe, la iglesia y el claustro, y sustituyó la antigua fachada respetando la portada primitiva, aunque añadiendo una nueva decoración escultórica.

Llegado el año 1865, la parte baja del coro se destinó a parroquia del Buen Retiro por la demolición de la pequeña capilla existente en el patio de entrada a dichos jardines cedidos por el ayuntamiento después de la Revolución de 1868 y el templo pasó a manos del Estado. Transcurridos unos años, el deterioro del complejo fue tan evidente que obligó a la reparación de las armaduras de cubierta y tejados, obras comenzadas el 8 de septiembre de 1879 y terminadas el 7 de febrero de 1880, además de la restauración general del templo que dio comienzo a principios de septiembre de 1880 y finalizó a finales de este mismo año.

Por decreto de 16 de mayo de 1883 la iglesia fue erigida en parroquia y Enrique María Repullés y Vargas comenzó ciertas obras de restauración para las que tuvo que hacer un estudio exhaustivo de la obra poniendo de manifiesto que los materiales empleados habían sido la mampostería, el ladrillo y hasta el tapial, siendo solo de piedra las pilastras, nervios, claves, bóvedas del coro y algún que otro elemento. Observó que la fachada principal tenía un porche en arco rebajado que albergaba una portada ojival sin más ornato que unos pequeños escudos en sus enjutas. Encima de la fachada existía un vano apuntado y sobre él otro pequeño cuadrado. La fachada terminaba en una cornisa sencilla coronada por una almena árabe y a ambos lados se erguían contrafuertes rematados con pináculos.

El templo tenía la fachada principal al oeste siguiendo la tradición cristiana y un testero formado por un ábside poligonal con una torre a cada lado para cerrar el perímetro. La única nave de la iglesia medía 10, 50 m de ancho por 47 m de longitud hasta el arco de la capilla mayor, flanqueado por 5 capillas a cada lado de 4, 10 m de fondo. En cuanto a las alturas interiores contadas desde el pavimento: 19, 25 m a la clave superior de la bóveda del crucero; 17, 60 a la de la nave principal; 12,40 m a la parte superior de la imposta y 8 m al piso de coro.

Las bóvedas de las capillas eran dos de crucería estrellada, pero hubo que derribar una por su avanzada ruina, quedando solo como bóveda de crucería la primera entrando al templo por la derecha. El resto de las bóvedas eran baídas y sobre las seis capillas fuera del coro existían tribunas. El estilo del templo seguía siendo ojival del último periodo característico de la época de los RR.CC. y tenía similitudes con el templo del convento de Santo Tomás de Ávila, fundación de los mismos monarcas.

Adyacente al templo se levantaba un claustro que rodeaba la construcción, el monasterio estaba unido al palacio del Retiro del que tan solo quedaba el Museo de Artillería y por detrás lindaba con las alamedas del Retiro. El acceso desde el templo al claustro se realizaba a través de la segunda capilla y el crucero. La sacristía ocupaba a oriente del claustro el mismo lugar de la antigua derruida por su mal estado de conservación y estaba formada por muros de tierra cubierta con alfarjes. Tan solo quedaban de este claustro de piedra berroqueña bien labrada cinco arcos de medio punto en cada uno de los lados, divididos por columnas monolíticas sobre pedestales sosteniendo un cornisamento. Por encima de ellos se disponían otros tantos arcos más rebajados coronados por una cornisa con canecillos. A su vez, constató la desaparición de todo el forrado de plomo de las limas de los tejados, por lo que las aguas pluviales recalaban en la parte superior de los muros separando sus revoques, como la podredumbre de algunas maderas de la armadura. Por el contrario, no vio quiebras en muros y bóvedas, ni tampoco descomposición en los materiales. Los muros construidos de mampostería de pedernal y machos de ladrillo conservaban su aplomo, las bóvedas cuyos nervios y claves eran de piedra caliza como los pilares no tenían movimiento alguno y la armadura de cubierta se hallaba sólidamente construida y atirantada.

Teniendo en cuenta el estudio previo y el estado del templo que vio en mejores condiciones de lo que esperaba, creyó necesaria su consolidación y la introducción de obras en los ornatos. De este modo, las obras consistieron en la introducción de una nueva cubierta en las capillas del costado sur, la reposición de algunas maderas en otras y la consolidación de la única nave con maderas, gatillos y tirantes de hierro. También el repaso del tejado y la reposición de nuevas limas, el revestimiento del vuelo de las cornisas con plomo, la construcción de varios arbotantes en el costado norte, la preservación de los muros frente a los agentes atmosféricos y el cese de la humedad existente en el interior y la parte baja de los muros del ábside debidas a filtraciones de antiguas canalizaciones subterráneas.

Por otro lado, la armadura de la sacristía, cuyos antiguos muros de tapial habían sido sustituido por otros nuevos con mejores materiales a partir de un zócalo de cantería, estaba en mal estado como también la escalera de subida a las tribunas. En estos momentos la nueva sacristía y las habitaciones para el cura y dependientes quedó conformada por una crujía contigua al crucero del templo por el lado de la Epístola y por el claustro a Oriente, quedando destinada a un establecimiento de enseñanza.

En cuanto a las obras de decoración efectuadas por Repullés, el arquitecto pretendió decorar su interior acorde con el estilo y la época de su construcción al percatarse de la existencia de numerosos postizos añadidos a lo largo de los siglos. Por este motivo, su proyecto consistió en ornamentar las claves de las bóvedas con hojas y flores de lis en recuerdo de la dinastía que reinaba, al tiempo que con castillos y leones las que sostenía el piso del coro por formar el escudo real de España. Adoptó en los huecos de las tribunas el arco conopial formado por una moldura cubierta de follaje apoyada en ménsulas, huecos que al interior quedaron divididos en tres partes iguales a través de parteluces que eran haces de columnas con basas y capiteles con el ábaco corrido, coronados por arcos ojivales equiláteros decorados con trazados geométricos.

Respecto a las puertas, el esquema ideado fue parecido al anterior, excepto que fueron diseñadas a través de un arco deprimido cóncavo y una moldura en forma de arco conopial rodeando todo el hueco al exterior portando un pináculo y frondas. Todas las ventanas del templo se cubrieron con vidrieras pintadas en París por J.B. Anglade y tanto los muros del templo como las bóvedas y escayolas se pintaron al temple y óleo imitando sillares con anchas juntas según se construía en la época de la fundación del templo, utilizándose los tonos característicos de la piedra caliza. La imposta que recorría todos los muros bajo el arranque de las bóvedas se pintó con una inscripción que resumía la historia del edificio, utilizándose un carácter de letra similar a la de otros templos de su misma época.

Aun con todas estas obras acometidas, el claustro se halló dos años más tarde hundido como las construcciones adyacentes, motivo por el que S.M dictó la Real Orden de 24 de septiembre de 1885 para la reparación de los claustros y las obras de nueva planta de un edificio destinado a Seminario Conciliar de la diócesis, obras encomendadas a Francisco Cubas y González Montes. Para su ejecución tuvo que realizar los planos pertinentes, el presupuesto, el pliego de condiciones y la memoria del proyecto en la que dedicó una parte a relatar la historia del edificio con las reparaciones sufridas y los usos que había poseído hasta la fecha. 

A consecuencia de la Real Orden de 1885 promulgada con motivo del hundimiento que se había producido en el claustro debido a las construcciones adyacentes, Cubas pretendió salvar la diferencia de nivel entre las calles Moreto y Alarcón con muros de contención coronándolos con antepechos y aprovechar el momento para cegar las aguas perdidas de las cubiertas del templo dándolas la conveniente salida. También utilizar las últimas alineaciones que habían dejado un espacio considerable alrededor de la obra para proyectar una crujía que circundase los claustros e introducir una escalera situada en las dos plantas que se trataban de edificar para salones, cátedras, bibliotecas, diversas dependencias para los altos estudios eclesiásticos y dos viviendas para el rector-director, a fin de dejar independientes los servicios parroquiales y los del seminario.

Reseñó la altura de estas plantas que debían ser iguales a las de las arcadas que circundaban el patio para no restar importancia al templo, así como el estilo que debía adoptarse en el nuevo edificio, el cual debía ser igual a la de los primeros años del siglo XVI, pero conservando la decoración del patio que era de fecha posterior y de «peor gusto», creyendo conveniente su «refundido, limpieza y arreglo [...], cerrando sus arcos en las dos plantas con grandes vidrieras pues el claustro á que dan es el único paso de servicio para la independencia de todo el edificio». También la necesidad de llevar a cabo la restauración de algunos elementos decorativos que habían sido dañados por el paso del tiempo, teniendo presente los malos materiales con los que habían sido ejecutados, además de la revisión de toda la cubierta del templo sobre las limas y canalones dada la cantidad de goteras que destruían las armaduras y las bóvedas del edificio.

Cubas completó la memoria con el pliego de condiciones de los contratistas y los materiales que eran necesarios utilizar, entre estos últimos la cal pura que debía provenir directamente del horno y ser apagada en la obra por fusión; el yeso puro bien cocido y proveniente directamente del horno; la arena exenta de partículas terrosas y preferentemente de ría; el ladrillo, las tejas y las baldosas de la clase y dimensiones usadas en la localidad, así como la madera procedente de Cuenca. A continuación, procedió a describir la ejecución de las obras para después señalar una serie de disposiciones generales relativas al contratista, los operarios, el arquitecto director de la obra y la contrata. Finalmente, incluyó las condiciones económicas y el presupuesto de la obra, calculada en 315.459 pesetas con 99 céntimos.

El proyecto y la memoria facultativa de estas obras conservadas en el Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando no debieron llegar a buen término por cuanto que el texto de los apartados «Ejecución de las obras» y «Presupuestos de las obras» aparecen tachados. A ello cabría añadir el hecho de que el Ministerio de Fomento solicitó de la Academia en 1993 ante la Real Orden del 22 de diciembre último la realización de un informe para ejecutar las obras necesarias en el claustro. La corporación académica a través de su Comisión Central de Monumentos respondió que era intolerable el deplorable estado en que se hallaba la obra, pero que el 12 de noviembre de 1885 se le había remitido a la junta diocesana de construcción de templos el proyecto ejecutado por Cubas, haciéndolo la Junta diocesana al Ministerio de Gracia y Justicia el 19 del mismo mes, sin que hasta la fecha hubiera existido resolución alguna al respecto. Por tanto, en vista de estos antecedentes y la existencia del proyecto de Cubas, el cual respondía perfectamente a lo dictado en la Real Orden del 22 de diciembre de 1892, la Comisión Central de Monumentos y la propia Academia no tuvo más que aportan sobre este tema, solo que el ministro de Gracia y Justicia lo aprobase definitivamente.

En la década de los sesenta del siglo XIX Pascual y Colomer fue asimismo nombrado por la Academia junto con José Caveda y Pedro de Madrazo para propagar la publicación y venta de las obras de la corporación, así como de las que se fueran realizando en estampa para reimprimir las que se hubiesen agotado como sucedía con las Antigüedades Árabes de Granada y Córdoba que debían corregirse para mejorar el grabado de las láminas. Este nombramiento fue acordado en la Junta General del 10 de noviembre de 1861, siendo comunicado a los interesados el 20 del mismo mes.

Es interesante destacar como en la Junta General del 12 de enero de 1863 la corporación académica acordó nombrarle junto con José Amador de los Ríos para formar parte de la Comisión que debía informar y proponer las variaciones y  modificaciones que eran necesarias en los Reglamentos de los Pensionados y Exposiciones Públicas de Bellas Artes, debido a los abusos e irregularidades que eran cometidos en la concesión de pensiones extraordinarias y prórrogas de las ordinarias, como en el nombramiento y las funciones de sus jurados.

El 8 de abril de 1863 fue remitido a informe de la Academia el expediente relativo a la pintura y decoración interior de la iglesia parroquial de San Francisco de Paula (Barcelona), suscrito por el arquitecto José Limó y Fontcuberta y el pintor José Mirabent. El templo había sido construido de nueva planta en 1854 después de que un incendio acabase el año anterior con el edificio primitivo y en estos momentos tan sólo faltaba concluir la decoración de la capilla del Santísimo Sacramento, ya que su decoración arquitectónica estaba completamente terminada.  La forma de la capilla era un rectángulo y su entrada se hallaba situada en el centro de uno de sus lados menores mientras que en su opuesto se ubicaba el altar aislado en el centro de un ábside. Estaba cubierta con bóvedas baídas separadas por arcos y en los colaterales al altar existían dos puertas que daban comunicación a varias dependencias, entre ellas la sacristía. Se empleó en su decoración arquitectónica la típica del Renacimiento, revestimientos policromos que no alteraban en nada la osamenta de la construcción, alicatados en los entrepaños, una trenza en los macizos colaterales a los ventanales y el fondo de la bóveda del ábside se hallaba sembrado de estrellas de oro. Cada una de las partes de la construcción de la capilla se limitaron sus perímetros por fajas de adornos simples a manera de marcos y por último se dio preferencia a los detalles ornamentales vegetales y los atributos que tenían mayor analogía con el destino de la iglesia.

Para poder hacer una censura correcta de la obra, la Junta General celebrada el lunes 20 de abril de 1863 acordó nombrar a una comisión mixta de las Secciones de Pintura y Arquitectura, la cual quedó conformada por los académicos Narciso Pascual y Colomer, Francisco Enríquez y Ferrer y Carlos de Haes. Examinados los diseños detenidamente, la comisión los aprobó en su totalidad, aunque reemplazando el dibujo menudo de los recuadros del muro vertical representado en la sección por una sola tinta de un color templado a fin de no interrumpir la tranquilidad y armonía que presentaba todo el conjunto de la composición, y emplear con buen efecto una imitación de mármol de un color suave y poco recargado de vetas.

Aparte de las obras mencionadas, ejecutó varias obras en el Museo del Prado entre 1844 y 1848 a raíz de ser nombrado arquitecto real; restauró el Observatorio Astronómico de Villanueva entre 1845 y 1847 añadiendo dos garitas cupuladas sobre el pórtico corintio y la barandilla de hierro que hace las veces del ático; terminó la plaza mayor de Madrid en 1846; ejecutó el palacio del duque de Riánsares en la capital entre 1846 y 1847 y en 1854 solicitó de la reina su jubilación como arquitecto real debido a su delicada salud.


Fuentes académicas:

Arquitectura. Catedrales, 1766-1862. Sig. 2-32-5; Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1857-1868. Sig. 2-33-7; Arquitectura. monumentos públicos, siglo XIX. Sig. 2-28-5; Arquitectura. Puentes, 1820-1859. Sig. 2-31-10; Arquitectura. Templos. S. XIX. Sig. 2-43-2; Arquitectura. Universidades, Institutos, Escuelas, 1789-1861. Sig. 2-29-2; Comisión Central de Monumentos. Comisiones Provinciales de Monumentos. Madrid y Subcomisión de Monumentos de Alcalá de Henares, 1880-1906. Sig. 4-47-1; Comisión de Arquitectura. Informes, 1818-1852, 1858. Sig. 1-30-4; Comisión de Arquitectura. Informes, 1829-1838. Sig. 1-30-3; Comisión de Arquitectura. Informes, 1839-1850. Sig. 1-30-5; Comisión de Arquitectura. Informes, 1846-1855 Sig. 1-30-2; Comisión de Arquitectura. Informes, 1846-1855 Sig. 1-30-2bis; Comisión de Arquitectura. Informes. Urbanismo. Monumentos conmemorativos, 1787-1876. Sig. 2-28-8; Comisión de Arquitectura. Informes. Urbanismo. Ordenanzas de policía urbana de Madrid, etc., 1788-1857. Sig. 2-22-2; Comisión de Arquitectura. Informes. Urbanismo. Puerta del Sol de Madrid, 1855-1859. Sig. 2-28-12; Departamento de Archivo-Biblioteca. Trabajos de encuadernación (¿Pascual y Colomer, Narciso?), 1822-1826. Sig. 5-58-5; Distribución de los Premios concedidos por el Rey N.S. a los Discípulos de las Tres Nobles Artes de S. Fernando en la Junta Pública del 27 de marzo de 1832. Madrid: por Ibarra, 1832; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1839-1848. Sig. 3-90; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1848-1854. Sig. 3-91; Libro de actas de juntas ordinarias, generales y públicas, 1831-1838. Sig. 3-89; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1816-1900. Sig. 3-154, nº 144; PASCUAL Y COLOMER, Narciso. Programa sobre la historia de la Arquitectura, demostrando su utilidad, la necesidad que hay en toda república bien ordenada de edificios correctos, cuáles sean indispensables y qué carácter y orden requieren, Madrid, 1843. Sig. 3-326; Sección de Arquitectura. Informes. Catedral de León, siglo XIX. Sig. 2-42-1; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, restauraciones, etc., 1885. Sig. 5-192-2; Secretario general. Académicos. Arquitectos, 1750- 1831. Sig. 144-2; Secretario general. Académicos directores, 1834-1847. Sig. 1-41-3; Secretario general. Académicos. Relación de académicos y profesores, 1846. Sig. 1-19-13; Secretario general. Borradores de actas de las reuniones celebradas por la Escuela, 1849. Sig. 5-80-2; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1848-1867. Sig. 1-48-4; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, siglos XVIII y XIX. Sig. 1-50-1; Secretario general. Enseñanza. Planes de estudios y Reglamentos, 1843-1846. Sig. 1-19-11; Secretario general. Oposiciones y concursos. Palacio del Congreso de Diputados (Madrid), 1825. 1842-1868. Sig. 2-7-4; Secretario general. Relaciones con otras Academias. Academia de San Carlos de Valencia, 1836-1860. Sig. 2-35-5; Secretario general. Solicitudes de ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura, 1845. Sig. 5-67-3; Secretario general. Solicitudes de nombramiento de profesores para reconocimiento de obras de arquitectura, pintura, escultura y grabado, 1779-1862. Sig. 2-27-5;


Otras fuentes: Otras fuentes: Obras. Sección de Administración. La obra de cerramiento con verja de la Plaza de Armas del Real Palacio, 1892-1910. Sig. Legajo 5183 (AGPRM); REPULLÉS Y VARGAS, Enrique María, «II. Descripción», en Restauración del templo de San Jerónimo el Real. Madrid: Fortanet, 1883.

Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM


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