Ochoa Alba, Diego deSanta María del Valtuille de Arriba (León), 1742 - Vega de Tormes/Tordesillas (Valladolid), 1807


Hijo de Mateo Ochoa y Petronila Alba nació en Santa María del Valtuille de Arriba (León) el 8 de enero de 1742 y murió en Vega de Tormes/Tordesillas (Valladolid) en junio de 1807. Presentó en 1767 junto con otros siete discípulos de la clase de Arquitectura varias pruebas copiadas y otras de su invención para ser admitido en las Obras Reales, siendo aceptado y recomendado a los jefes de Palacio en la Junta Ordinaria del 6 de diciembre.

Al año siguiente pidió por falta de medios una ayuda de costa, presentando para ello la «Planta, fachada, corte geométrico y una elevación en perspectiva del templo díptero de Vitruvio», así como el diseño de otro templo circular de su invención. La beca mensual de 450 reales de vellón le fue concedida en la Junta Ordinaria del 31 de enero de 1768, pero sin que sirviera de precedente. En este mismo año se presentó también a la ayuda del mes de abril por la 1ª de Arquitectura, beca a la que optó asimismo Manuel Machuca. De los 3 vocales, Diego de Villanueva y Miguel Fernández votaron a favor de Ochoa, discípulo de 24 años de edad y 4 años y medio de estudios, mientras que el director general lo hizo a favor de Machuca, alumno de 18 años y con 5 de estudios. En vista de los resultados obtenidos, se confirió a Ochoa la beca mensual de 400 reales (1º premio) y a Machuca la de 300 reales (2º premio) en la Junta Ordinaria del 8 de mayo de 1768.

A finales de 1768 presentó una bóveda realizada en yeso, obra que le pareció muy bien a la junta y le hizo acreedor de una ayuda de 400 reales mientras que otra de 200 reales le era concedida a Palacios, en la Junta Ordinaria del 4 de diciembre. De esta época la Academia conserva de Ochoa los siguientes proyectos: una Iglesia-templo clásico (A- 4503 (a)); el Estudio de un entablamento (A- 4503 (b)); una Iglesia-templo clásico (A- 4504 y A- 4505); una Iglesia-templo clásico (A- 4506 (a), A- 4507 y A- 4508); un Templo clásico de planta pentagonal al estilo antiguo (A- 4506 (b)) y una Iglesia- panteón (A- 4820).

En 1769 se volvió a presentar a las ayudas de costa, en esta ocasión siendo su contrincante Juan de Medina. Elaboró para este fin «un modelo de un arco cilíndrico torrecavado oblicuo y otro de un marco lineal ó à regla torre=/cavo recto», mientras que Medina «otro modelo de una boveda, y encima de ella un arco torrecavo todo de piezas de ieso trabajadas en la figura. y forma que serían las piedras». A través de la Junta Ordinaria del 5 de marzo sabemos que, reconocidas ambas obras por los profesores, la Junta Extraordinaria concedió a Ochoa la beca de 300 reales y a Medina la ayuda de 200 reales. No obstante, a finales de 1769 Ochoa presentó como prueba de aplicación «dos modelos de piezas de yeso; con la forma de un arco de 2 frentes oblicuos y la otra con una escalera de caracol» y Medina «otro modelo también de piezas de yeso figurando el cerramiento de un nicho en un muro sin romper las hiladas de piedra», ambas obras censuradas en la Junta Ordinaria el 29 de octubre de 1769.

Al año siguiente, la Junta Ordinaria del 1 de abril vio varios diseños que este discípulo había trabajado en la Academia, las ayudas de costa que había recibido y su continua asistencia a los estudios de arquitectura. Todo ello fue remitido por el interesado a fin de que la Academia le concediese el título de académico de mérito, pero no se le consideró preparado aún para este grado, ni tampoco para el de académico supernumerario, de ahí que se le comunicase que se examinase y enviase a la corporación un asunto trabajado para la junta ordinaria, a fin de ser examinado en la forma que lo practicaban los aspirantes al título de maestro de obras.

Este asunto volvió a tratarse al mes siguiente, cuando Ventura Rodríguez devolvió el memorial con el asunto que tenía de Ochoa y el viceprotector entregó otro memorial firmado por el pretendiente en el que señalaba haber presentado en la junta anterior diversos proyectos de arquitectura «de bastante trabajo», como dibujos y modelos no hechos hasta entonces por ningún alumno. También indicaba que con ellos se le podía conceder el grado de académico de mérito, ya que entre otros muchos aspirantes como Francisco Sánchez y Elías Martínez, no habiendo dado tantas pruebas de inteligencia, se les había concedido. Con estas palabras Ochoa se enfrentó a la Academia, incidente que provocó su expulsión de la propia corporación, ser borrado de los libros de matrícula, declarar sin acción las ayudas de costa mensuales que había ganado y sin derecho a los premios o grados de la Academia como denegársele el ser admitido en adelante a los estudios de ella. Ante esta respuesta de la Academia, Ochoa presentó un memorial disculpándose de lo sucedido y confesando su culpa en todo este asunto en la Junta Ordinaria del 10 de junio de 1770.

No volveremos a tener noticias suyas hasta pasados seis años, momento en que presenta los diseños de una Casa palacio para un título en un trapecio que haga esquina a dos calles (del A- 1351 al A- 1355) y un Palacio o casa de arquitectura oblicua con la distribución conveniente para poder servir de habitación a un gran señor de estos reinos y con la decoración pertinente para poderse ejecutar en nuestra Imperial y demás capitales, con respecto a la autoridad, grandeza y demás circunstancias de un personaje de esta clase (del A- 1620 al A- 1623). Aprovechó la ocasión para exponer los estudios que había realizado en la Academia, las ayudas concedidas y la práctica que había hecho durante seis años en varias obras en El Escorial, al tiempo que se ofreció hacer el examen que la junta creyera más conveniente. La Junta Ordinaria del 2 de junio de 1776 acordó que se presentase al examen para el grado de académico de mérito en la junta siguiente, siéndole concedido en la Junta Ordinaria del 7 de julio de 1776 una vez realizados los ejercicios reglamentarios. Tres años más tarde se vieron dos papeles suyos en los que manifestaba algunos de sus desvelos sobre varios problemas matemáticos (Junta Ordinaria del 11 de julio de 1779).

Diego de Ochoa junto con el también académico Juan de Sagarbinaga y el arquitecto Juan Marcelino de Sagarvinaga, recurrieron al rey en 1784 solicitando las obras de los puentes y calzadas de la villa de Castrogonzalo (Zamora), ya que Juan Eusebio de la Viesca no estaba autorizado para ello. Se pidió a la Academia que informase respecto a la profesionalidad del tal Viseca, descubriéndose que los arquitectos mencionados tenían toda la razón, pues Viesca era un oficial regular de cantero que se había puesto a trabajar como ascentista de puentes y calzadas para enriquecerse, lo que causaba admiración, porque sin haber estudiado arquitectura había llegado a ejecutar obras hidráulicas y a denominarse arquitecto.

En la Junta de la Comisión de Arquitectura del 12 de julio de 1786 Ochoa fue comisionado para informar sobre el puente de Coria (Cáceres), proyectado por Sata, mientras que en la Junta de la Comisión del 7 de septiembre, momento en que reside en Valladolid, fue propuesto junto con Sagarvinaga y González de Lara para reconocer la iglesia parroquial de la villa de Arabayona de Mógica (Salamanca), cuyos vecinos habían acudido al rey exponiendo la ruina de su fábrica. Para la corporación académica cualquiera de ellos podía hacer el reconocimiento, pues Sagarvinaga residía en Salamanca, Fernando González de Lara en Burgos y Ochoa se encontraba en la villa de Villafranca del Vierzo (león). No obstante, a finales de 1786 se le encargó un informe sobre los daños sufridos en el convento de las monjas de la Concepción de Villafranca del Bierzo y se le censuraron los planos, las condiciones y la regulación de las obras que había ejecutado en colaboración con el arquitecto Francisco Alejo de Aranguren para ejecutar la reparación del puente principal de la ciudad de Logroño, como la de otros tantos sobre los ríos Iregua y Ebro.

Respecto a este puente, entre 1745 y 1774 se habían invertido más de 20.000 ducados para reparaciones, aunque concretamente en 1774 unos 191.0000 reales; no obstante, debido a que en 1775 se encontró la obra de nuevo arruinada se volvieron a invertir en 1778 otros 40.000 reales a fin de terminar con su destrucción, reedificar uno de sus arcos y hacerlo transitable. Sin embargo, con todas estas operaciones el puente continuó en muy mal estado y la ciudad obligada a seguir sufragando sus reparaciones. Está claro que si desde un principio se hubiera reedificado por completo y hubieran dirigido la obra arquitectos competentes no habría sido tan costosa. En 1785 se tomó finalmente la decisión acertada, momento en que Ochoa y Aranguren se encargan de hacer los planos estimando el coste de todas las obras en 606.298 reales de vellón. Aunque el trabajo de ambos profesores fue aprobado en 1786, la Academia dio la opción al Consejo de nombrar a Ignacio de Tomás, residente en Madrid, en caso de que no estuviera conforme con la obra de los arquitectos anteriores.

A principios de 1787 Ochoa se ocupó de llevar a cabo el reconocimiento de los reparos que eran necesarios introducir en el puente de Nájera sobre las aguas del río Nagerilla (La Rioja), sus manguardias y camino real, cuyo diseño sería visto por la Comisión de Arquitectura el 23 de marzo de ese mismo año. Pero del mismo modo, dicha comisión le encargó meses más tarde el reconocimiento del puente y el desaparecido camino de Carrepalencia en la villa de Piña de Campos (Palencia), cuyo informe fue aprobado el 15 de junio de 1787.

Mientras tanto, la Academia le había comisionado el 16 de mayo de 1787 para efectuar el reconocimiento del puente de piedra sobre el río Caudal en el lugar de Cariseda (León) y la reedificación del puente de Pazos de Arenteiro (Orense) sobre el río Avia cuyo informe elaboró el 20 de junio de 1788 tomando como base el proyecto que había realizado sobre esta obra José Pérez Machado. Dicho puente se hallaba fundado a unas cuatro leguas río arriba en una garganta apretada de fuertes y grandes peñascos próximo a un arroyo rápido. Hecho el reconocimiento se percató que el puente tenía una antigüedad de unos 40 años según el estado de su fábrica y que su ubicación era errónea en vista de que existían aguas abajo unas aguas corrientes a distancia de unos 700 pies. Del mismo modo, poseía las características previstas por tratadistas tales como León Bautista Alberti o Paladio para que permaneciera intacto para siempre, lo que se lograría tan sólo planificando unas cepas sobre unos duros y sólidos peñascos, no sobre una mayor profundidad y en la mayor extensión del río como se había hecho.

Aparte de la mala disposición natural de los terrenos, observó que uno de los arcos era mediano mientras que otros muy pequeños, lo que se asemejaban a simples alcantarillas. Asimismo, que se había construido la obra sin arreglo a la piedra de sillería, mal concertada y destrabada, con muchos tacos mal colocados y su asiento como relleno en seco y sin cal.  Aunque a su entender, el proyecto de Pérez Machado estaba en parte bien dispuesto para arreglar la obra, ya que pretendía el aumento de dos arcos nuevos de mayor extensión y altura así como la reforma de las cepas viejas y su reducción a tajamares para dar mayor solidez y comodidad, creía necesario deshacer el puente viejo aprovechando los materiales de piedra útiles y construir uno nuevo más abajo, cuyo coste calculó en 154.000 reales de vellón, ejecutándolo a jornal  y no a destajo como se había levantado. A continuación puso de manifiesto como obras admirables por su majestuosidad los dos puentes de Orense: el mayor y principal que atravesaba el caudaloso río Miño en ángulos rectos con 7 arcos bastante grandes, pues tenían 90 pies de diámetro de luz y el del medio 134, y el segundo formado por tres arcos no muy grandes, ya que el mayor no sobrepasaba los 40 pies de luz, el cual se trataba de un «canal grande no directamte y sirve pª pasar á aquel en un bagio ú hondonada que alli hace el terreno, quando este es montado de las aguas de las avenidas del rio».

En mayo de 1788 llegó a informe de la Academia su estudio sobre el estado del puente de la villa de Montalbo (Cuenca), el cual distaba a legua y media de dicho lugar. Ochoa explicó que se había trasladado a «Tudela de Duero y Piña de Campos para dar debido cumplimiento a los dos reconocimientos que se me han encargado Por la Academia; pero por ahora no es posible su execucion enteramente, á causa de las muchas aguas que lleva el rio Duero, sin embargo que se practicaron todas las diligencias precisas, por medio de barcos, y hombres chapucinos, ó Nadadores, de ninguna manera fue posible el registro de la planta de los cimientos de las cepas del Puente, pues la suma corriente de las aguas ni aun pudo permitir á los hombres desnudos el llegar á ellas, si sumergiendose pudieron registrar ni dar razon de lo que habia debajo del agua, pues los arrastrava con velocidad, y les quitaba todo conocimiento, y especulacion, yo no me atreví entrar dentro del barco, ni debia ponerme en peligro conocido, por lo que he tomado las medidas de todo lo visible que esta fuera del agua, pues lo demas se queda para el mes de Setiembre, que es el tiempo oportuno para la practica de semejante reconocimiento, pero tengo lo suficiente para el levantamiento de Planos, y solo quedara para añadir entonces lo que debe executarse debajo del agua, que añadire aunque por orden invertido. En esta ciudad permanecere hasta setiembre trabajando unos y otros Planos con lo demas respectivo, en donde podra Vmd. Havisarme por si algo se ofreciere [...]. En quanto a la labranza del importe de las dietas tengo escrito à los de Arenteiro, y los de las Monjas de Villafranca para que me reintegren, sino cumplieren dare parte à Vmd en el ultimo expediente que le remita [...]. Los de Tudela me han pagado 12. dias con ida y buelta, toma de medidas, y reconocimiento de cabteras y demas materiales. Los de Piña tres y quedaron, que concluido todo se me pagara lo demás».

El 9 de junio de 1788 fue nombrado por la Academia para pasar a la villa de Langa de Duero (Soria) a fin de efectuar el reconocimiento del puente sobre el Duero, como la formación de la planta y las condiciones de los reparos que le eran necesarios para poder efectuar su coste, trabajos que serían vistos y censurados en años sucesivos.

En la Junta de la Comisión de Arquitectura del 3 de julio de 1788 fue designado junto con Juan de Sagarvinaga para reconocer cuatro puentes ruinosos en las villas de Castrogonzalo y Benavente (Zamora), mientras que en octubre de este mismo año lo fue para practicar el reconocimiento y los diseños de la presa del río Najerilla en el termino de la villa del Pedroso al ser residente en la ciudad de Nájera (La Rioja). Respecto a esta última obra, el arquitecto de Santo Domingo de la Calzada, Pedro Vicente Monasterio, había elaborado anteriormente el plano, la memoria y el calculo de la misma, pero tras pasar la censura de la Comisión de Arquitectura se acordó el 21 de junio que Ochoa practicase el correspondiente reconocimiento, cuyos trabajos pasarían a informe de la Comisión de Arquitectura el 5 de noviembre de 1788.

El 11 de marzo de 1790 la corporación madrileña examinó siete expedientes, de los cuales, el 6º respondía a los «Reparos de un Puente en la Villa de Langa-siete piezas de autos con un dibujo de Dn Diego de Ochoa y carta del escribano Revoles», que sería censurado el 30 de marzo. No obstante, en la década de los años noventa otras tantas obras de Ochoa fueron evaluadas: la Junta de la Comisión de Arquitectura del 21 de abril de 1792 le aprobó en su totalidad el nuevo diseño para los zampeados y otras obras en el puente de la villa de Arnedo (La Rioja). Posteriormente, en octubre de 1792 y diciembre de 1793 fue remitida una pieza con 223 hojas, así como un plano formado a instancia de la ciudad de Calahorra (La Rioja) para la construcción de un puente de piedra sobre el río Cidacos. La ruina de esta última obra venía dada por las grandes crecidas del río acontecidas el 3 de junio de 1755, momento en que quedaron arruinados sus machones y dos arcos con los lienzos de manguardias de ambos costados, cuyas obras de reparación fueron tasadas por los maestros Tomás Martínez y Sebastián Sáenz en 30.000 reales. Debido a que el maestro elegido por el alcalde mayor de Calahorra había faltado a lo mandado, se comunicó a José de Savania que reconociese las obras, reconocimiento que se dio por bueno con 10.150 reales de mejoras entregadas el 16 de febrero de 1758. Sin embargo, una nueva crecida del río el 20 de junio de 1762 obligó al Consejo a acudir nuevamente a Calahorra el 17 de agosto, debido a que uno de los machones del primer arco había desaparecido con la riada y amenazaba ruina el resto del puente. En esta ocasión, los reparos fueron realizados y calculados por Antonio de Barinaga en 33.863 reales y otros 112.000 reales más por otros dos arcos que tuvo que añadir a los contiguos del ruinoso puente. Estas disposiciones fueron aprobadas por Vierna pero, aunque reducía su tasación total en 120.000 reales, lo cierto en que la obra quedó rematada por Mateo Ibarrola en 113.400 reales, cediéndola a Antonio Barinaga, siendo ejecutada y entregada el 7 de marzo de 1771.

Años más tarde y con ocasión de hallarse Alfonso Regalado Rodríguez en Calahorra dicho arquitecto reconoció el puente por comisión del corregidor, declarando el 2 de abril de 1787 que el tercer arco estaba todo quebrado en su concavidad debido al poco cuidado que se había tenido en su ejecución y los malos materiales que habían sido empleados, hecho por el que debía hacerse de nuevo y ser reparados los seis arcos viejos con sus machones, cuyas reparaciones había calculado Regalado Rodríguez en 191.636 reales. El mal estado del puente y la caída de dos de sus ojos se debieron a la crecida del río el 23 y 24 de febrero de ese año, motivo por el que Cipriano de Miguel tuvo que hacer un nuevo reconocimiento de la obra. En este estado pasó el expediente a informe de la Academia siendo censurado por la Comisión de Arquitectura el 21 de junio de 1788. No obstante, en 1792 sería remitido a la Academia el proyecto de Diego de Ochoa para este mismo puente, siéndolo nuevamente el 13 de diciembre de 1793.

Aparte del proyecto anterior, el 16 de septiembre de 1793 fueron censurados varios diseños que Ochoa había ejecutado para la reparación del puente de Langa y el 13 de junio de 1798 su plano e informe para la reparación del puente situado sobre el río Lara en el pueblo de Ribafrecha (La Rioja). Respecto a la reparación de esta última obra, se había aprobado en 1790 lo presentado hasta la fecha, pero la Comisión volvió a observar la necesidad de hacer nuevos reparos conducentes a apartar de la vanguardia del puente las corrientes del río, con la idea de evitar cualquier espacio entre aquello y el fuerte donde las aguas no se detuvieran y se arremolinasen mediante la unión de dicha vanguardia con el ángulo más saliente del fuerte en la dirección y forma que se había indicado.

Antes de acabar los años noventa Ochoa intervino en la dirección de la fábrica de la colegiata de Ribadeo (Lugo), cuyos diseños y expediente ejecutados por el teniente director de la Academia, Manuel Machuca Vargas, fueron aprobados por la Comisión de Arquitectura el 2 de octubre de 1798. Se insistió a Machuca en «el señalamiento de sitio para la abertura del conveniente numero de puertas que ademas de la principal, convienen á aquel templo respecto del numero de Vecinos y otros concurrentes que particularmente se juntan en el con motivo de mayores fiestas». Debido a esta corrección el autor acordó abrir otras tres puertas en el templo para facilitar el desahogo que se le había pedido, pero no en la fachada principal sino dos en los costados del edificio donde estaban las torres y otra en la parte posterior de él, dejando la fachada tal y como estaba proyectada. A la hora de hacer alusión a las modificaciones de las puertas, Machuca expuso que «[...] las dos de ellas en la fachada al plomo de las Torres dando comunicación al Portico, y Ornacinas primeras del Cuerpo de Yglesia, y la otra à la expalda de ella; la que siendo capaz, como se figura, puede servir para el uso diario (por un postigo) de entrada y salida de los Presbiterios, y tambien, abierta toda, para los fieles en los dias del mucho concurso que sè expone. Todas van demostradas en los diseños qe formé de planta y alzados que rigen la construccion, y en el de la planta nº 1º por el particular agregado, o sobre puesto, sè demuestra la bariacion de la colocacion de la Pila Bautismal, y la Escalera de Caracol qe hay que hacer en el muro para subir à la Tribuna de los pies, desde cuyo piso para subir à las Torres dispondrá el Arquitecto Director las que tenga por conveniente. Me ha parecido convendra hacer nichos para las pilas de Agua bendita en los huecos de puertas laterales, que en el Proyecto salian al Portico, pero si acomodasen mas las Puertas pueden dejarse abiertas a la Construccion de esta parte. En la Espalda hè puesto una sola Puerta, en lugar de las dos que dice el Arquitecto Ochoa, por que asi hace mejor Aspecto; es de mas comodidad por el deshaogo del transito à que sè comunica; de menos direccion del Aire que perjudicaria si estubiesen al frente, ó enfiladas con las de las Ante Sacristias por la Yglesia; y por que habiendo de tener peldaños por la mayor elevacion del piso interior de el exterior combiene haya menos estorbos en la calle». Esta modificación fue aprobada por la Comisión de Arquitectura el 29 de diciembre de 1798.

Por entonces,  se habían reprobados los planos elaborados por Lesmes Gavilán para la reparación de la iglesia parroquial de Santa Cruz de Medina de Rioseco (Valladolid), hecho por el que la Comisión de Arquitectura celebrada el 27 de junio de 1799 acordó que se asociase con un arquitecto académico de la Real de San Fernando para que juntos, o por separado, levantasen los planos de todo el edificio manifestando el estado de lo arruinado y en diseño aparte el modo en que debía quedar después de hecha la reparación, ya que así lo exigía esta magnífica obra que era una de las mejores del reino. Fue nombrado para este objeto el académico Juan Marcelino de Sagarvinaga, vecino de Salamanca, que practicó el reconocimiento oportuno, las medidas y demás que tuvo por conveniente para evacuar el encargo que se le había solicitado. Formó también 6 planos manifestando el estado en que se encontraba la parroquia y las obras necesarias para su reparación, los cuales fueron remitidos a censura de la Academia el 27 de febrero de 1800 junto con dos diseños de Lesmes Gavilán vistos anteriormente por la Comisión de Arquitectura.

El 17 de mayo fueron examinados los 8 planos, de los cuales, la junta eligió los formados por Sagarvinaga, pero el 3 de mayo de 1801  Diego de Ochoa comunicó a la Academia que «habiendosele por ahora finalizado los caudales, con los quales de orden de vuestro Supremo Tribunal dirigía la construccion del Puente, Vanguardias y camino de Peñascalera de la ciudad de Najera; se retiraba à su patria La Villa de Villafranca del Bierzo, y transitando por la ciudad de Rioseco, con el motivo de enterarse de la Grande quiebra y ruina acaecida en una de sus tres Parroquias el mui noble templo titulado de Santa Cruz, por ser uno de los mas magnificos y dela mejor Arquitectura de quantos se han construido en España: Como tambien para cerciorarse de sus medidas, levantar una traza para mayor estudio, por ser esta una obra magistral, y de un merito tan grande que se puede recibir por uno de los modelos de exquisita Arquitectura. Y principiando por esta razon las operaciones y apuntalamientos necesarios, notó que ciertos trabajadores estaban desmontando el texado de dicho Templo, y quitando las Armaduras de madera de la mitad de èl, á causa, según me informaron, de haberse pocos dias antes rematado la obra de su reedificacion, y compostura, en un oficial de canteria llamado Martin de Miave Ansorena, en la cantidad de Trescientos seis mil Reales de vellon, no habiendo concurrido al remate ningun Arquitecto, ni Academico aprobado por V.R. Academia, y solo este oficial Miave Ansorena, y otro llamado Manuel Cabezas: Y asimismo averiguò que el reparo y reedificacion de dicho Templo habia sido Grandemte delineado por el Academico de merito D. Juan de  Sagarvinaga y abanzada la obra en la cantidad de quatrocientos setenta y cincomil Reales de vellon, cuyos planos y abanzamiento aprobó V.R. Academia, y sacado á remate ha sido baxada Ciento sesenta y nuevemil Reales de vellon [...]».

Ante esta disparidad de precios, Ochoa se cuestionó la solidez de la obra con el rebaje del precio o si, por el contrario, Sagarvinaga se había equivocado tanto en el cálculo de reparación. A su entender, el académico no se había equivocado y el error lo había cometido el maestro contratante, es decir, este último profesor ignorante, desconocedor de los principios de la arquitectura, la geometría y la aritmética que, junto con otros de su especie, hacían de continuo que se perdiesen obras y caudales públicos destinados para ellas, como también los particulares de los fiadores que los afianzaban; de hecho, el propio Ochoa hablaba de este maestro como aquel que tras aparejar un arco en la ciudad de Palencia había provocado su caída y la muerte de siete hombres. Con ello denunciaba por un lado este tipo de irregularidades en las obras que se levantaban sin dirección de arquitecto, con el consiguiente detrimento de seguridad y hermosura de las mismas, y por otro solicitar de la Academia que la conclusión de la iglesia de Santa Cruz fuese realizada por un académico de mérito u otro de su satisfacción previo informe de la corporación académica, para que fuese reedificada de nuevo y vuelta a su primitivo estado.

Enterada la Academia de lo expuesto por Ochoa acordó en su junta celebrada el 5 de junio de 1801 que se separase de esta obra al cantero Martín de Miabe dando por nulo su remate debido a que la rebaja que había hecho era muy considerable y perjudicial para la solidez de la obra y la exactitud de su ejecución, pero a su vez separarle de la obra dado que no era un profesor aprobado por la Academia. Por último, se acordó también confiar la dirección de la obra a jornal y no por remate al mismo arquitecto Sagarvinaga por ser el profesor que había formado los planos aprobados por la corporación madrileña. No obstante, a principios de 1803 la Academia comisionó al director Juan Francisco Rodrigo para practicar el reconocimiento de las reparaciones que se habían efectuado en el templo, por lo que se trasladó a la ciudad de Medina de Rioseco, remitiendo el correspondiente informe a la Academia el 12 de agosto de 1803.

Ejecutó las operaciones que prescribía el arte en presencia de los interesados a fin de poder asegurar la buena y sólida construcción de las partes nuevamente reparadas. El edificio del que se trataba era invención y construcción del arquitecto Herrera y el material de su fábrica era la piedra de cantería y mampostería arreglada hasta la altura de la cornisa principal. Las bóvedas eran tabicadas de dos roscas de ladrillo sentado con yeso y su distribución estaba resuelta a través de una nave principal y dos laterales más pequeñas en las que se ubicaban las capillas, el crucero y el presbiterio, con las oficinas adyacentes de sacristía, juntas, depósitos, almacenes, etc. 

Los daños del edificio provenían de la quiebra de los dos últimos machones de la nave principal, lo que había ocasionado su desplomo y por consiguiente los daños en los dos arcos de las capillas de los lados, las paredes que lo circundaban, las bóvedas, la cornisa principal y la bóveda de la nave mayor hasta el segundo cincho. Todas estas partes fueron demolidas con sumo cuidado bajo la dirección de Sagarvinaga, aprovechándose el material de la antigua obra. Del mismo modo, se relabraron y limpiaron los paramentos externos sin alterar el orden y la belleza de las proporciones que tenían antiguamente y se asentaron las piedras de la nueva construcción, las mamposterías de los nuevos machones como las paredes y las bóvedas que estaban necesitadas de ello, llevándose a cabo obras de blanqueos, cielos rasos, etc. Juan Francisco Rodrigo aprovechó la ocasión para comunicar a la Academia que en el acto de este reconocimiento se había personado un sujeto llamado Bonifacio Muñoz, vecino de Valladolid, que le había asegurado ser arquitecto de la Academia y haber estado bajo su dirección la construcción de las citadas reparaciones.

Volviendo a retomar las obras realizadas por Diego de Ochoa durante 1800, se tiene constancia que el 24 de octubre de ese mismo año remitió a la Academia un informe sobre las obras que se estaban acometiendo en la única iglesia parroquial de la villa de Cárdenas, a una legua de la ciudad de Nájera (La Rioja). Se habían sacados las piedras y demás materiales para su construcción, la nueva bóveda y el tejado del templo con una nueva espadaña de piedra para la colocación de las campanas. Para comprobar si la Real Orden de 28 de febrero de 1787 y la Circular de la Academia del 26 de julio de 1800 se habían cumplido debidamente, Ochoa pasó a dicha villa con objeto de enterarse también de cómo era el diseño de la iglesia, si estaba aprobada y quién era el maestro que dirigía las obras. Con poca sorpresa por su parte comprobó que se estaba construyendo sin plano alguno y que corría a cargo de dos oficiales de cantería y albañilería, por lo que denunció enseguida el hecho en el juzgado ordinario de Cárdenas, ya que no tenían potestad para ello y aún menos para apropiarse de la obra, pues sólo tenían el privilegio de demandar los individuos de la Academia para exhortar e impedir los pleitos que podían arruinar a los artistas aprobados (J. Particular del 7 de junio de 1801).

En 1802 la Junta de la Comisión de Arquitectura celebrada el 29 de abril examinó el expediente y dos diseños elaborados por este académico para la reparación de la cárcel arruinada en la villa de Ponferrada (León), cuyo juicioso arreglo y su informe facultativo fueron aprobados en su totalidad. Pero la Comisión de Arquitectura reinida el  27 de junio de 1799 ya había despachado el plano y el informe facultativo propuesto por este académico sobre  el estado en que se encontraban las obras de la cárcel, «variaciones que en ella ha hecho el Director Facultativo de ella Dn Pedro Castellot, y lo que falta para su conclusion con el avance de su coste».

Al año siguiente lo fueron dos proyectos diferentes para la reparación del puente de la ciudad de Calahorra (La Rioja) sobre el río Cidacos: uno diseñado por Ochoa, que había sido aprobado por la Academia en 1792, y el otro ideado por el maestro de obras Ramón Sierra. La Comisión de Arquitectura aprobó completamente el plano de Ochoa el 2 de marzo de 1803, desaprobando el de Sierra por haberse olvidado de lo principal, es decir, «conducir las aguas del Rio por donde ellas mismas han tomado ya su curso y declinación natural».

El 24 de febrero de 1803 Ochoa había efectuado un informe reservado sobre la parroquial de Santa Cruz de Rioseco, en virtud de lo acordado por la propia Academia, cuya fábrica era a su entender «la mejor, y mas magnifica, y de una excelente arquitectura griega de quantas se han construido en los Reynos de Castilla la Vieja, Leon, Asturias, y Galicia». Comunicó que se estaban efectuando las obras por prácticos y no por arquitectos o académicos como marcaba la ley; que la dirección de las obras le correspondía a Juan de Sagarbinaga al ser el que la había reconocido, proyectado y avanzado, y por último, que la diversidad de los costes calculados por varios prácticos, muchas de ellas pujas muy bajas, ponían de manifiesto la «chapucería y bastardía  de los materiales, pocos lechos, y menos tizones á las piedras, mucha arena, y casi ninguna cal, mal yeso, maderas faltas de marco, y sin condicion, peor labra y asiento de las piedras, mal uso de toda casta de materiales, son el Calculo y Cantidad con que finalizan, y concluyen malamente, y contra las reglas del Arte qualesquiera obra tal paradero tienen». 

Continuó su escrito mencionando que si hubiera reconocido la obra y dispuesto el establecimiento de este templo habría utilizado las mezclas aconsejadas por Vitrubio, usadas por Juan de Herrera y las introducidas en el Palacio Nuevo (Madrid) como en otras obras reales. A pesar de que por su gusto exquisito bien pudieron ser los autores originales del templo Juan de Herrera o Juan de Mora, lo cierto en que debieron de tener poco conocimiento de la estática o dinámica, pues no estaba bien resuelto el grueso de los pilares en los que apoyaban los arcos y las bóvedas, lo que había dado origen a la quiebra y el desplome de la fachada. A su entender, los autores que mejor habían resuelto este problema eran el francés Velidor y el inglés Muller, pero para conocer la flaqueza de la fachada, tantas veces mencionada, no era necesaria otra cosa «que recurrir al décimo libro de León Baubtista Alberti, en donde trata de la reparación de los Edificios, y define mui bien y cumplidamente en que consisten las quiebras, y desplomos de los Edificios, y las causas motrices de ellas, cuales proceden de los pies, y cuales de la cabeza, y como muchas Fabricas por falta de robustez, se trastornan por no tener fuerza o peso bastante para resistir al esfuerzo de los arcos y bobedas. Esto es quanto puedo comprender en razon de la infirmeza de esta obra, que la ruina qe promete no consiste de vegez, ni vicio alguno, sino de defecto de naturaleza, del poco grueso de la pared de la fachada.” Para afianzar el templo aconsejaba tres únicos remedios: “1º Deshacer toda la fachada y volverla erigir de nuevo aumentándole todo el grueso que le falta, procediendo antes al Apeo de las bobedas grandes de la Nabe, Lunetos, Arcos, y Capillas colaterales. 2º Ponerle por lo esterior los Crismas o Antarides de Vitrubio, dándoles la misma forma, y perfiles que guarda el Colosal Orden Corintio, que adorna la hermosa Fachada, y haciendole delante un Portico guardando las Monteas con iguales molduras [...]. 3º El tercero es el mas varato pero el menor hermoso, que es reduciendo las dos Capillas opuestas, ensanchando los Pilares, [...] hasta que sean suficientes à recibir el peso de todos los Arcos y Bobedas, sin que estas causen empuxe alguno contra la fachada desplomada, y movida hacia fuera: embolsonando esta, con tirantes de fierro, metidos y encaxonados en los nuevos muros». Dicho informe sobre la parroquial de Santa Cruz de Rioseco fue examinado por la Junta de la Comisión de Arquitectura el 16 de abril de 1803.

Dado el estado en que se encontraba el Puente de Alcántara debido a una rotura advertida en el estribo, el intendente de Extremadura solicitó de la Academia el 30 de marzo de 1803 el nombramiento de un arquitecto de su satisfacción que practicase un detenido reconocimiento de la obra, formase los diseños exactos de su estado y el modo con que debería procederse a su reparación, además del correspondiente informe facultativo y el calculo de su coste. Para este cometido fue nombrado José Agustín de Larramendi en la Junta Particular del 5 de junio de ese mismo año, ya que era académico de mérito e individuo de la Inspección General de Puentes y Caminos del Reino. Ante este nombramiento, el propio Larramendi hizo presente el 12 de junio que: «1º que siendo dependiente de la Junta de Direccion de Correos y Caminos á las inmediatas ordenes del Ynspector gral no puedo ocuparme en ninguna comision particular sin orden superior. 2º que como tal estoy ocupado en la direccion de las obras de la carretera de Valencia á Barcelona y establecimiento de los correspondientes portazgos, todo lo qual se debe llevar á su total conclusion á la mayor brevedad y si puede ser en todo este año, como lo tiene mandado el Superintendente gral: por cuyas razones me es absolutamte imposible desempeñar la comision del reconocimiento del Puente de Alcantara que la Rl Academia se ha dignado confiarme [...]». 

Como Larramendi no pudo evacuar el reconocimiento, la Academia nombró en su lugar a Juan Pedro Arnal en la Junta Particular del 3 de julio de 1803, dándole potestad para nombrar a su vez a un profesor experimentado que lo acompañase. Muy agradecido por el nombramiento, Arnal comunicó el 6 de agosto su imposibilidad de llevar a cabo el encargo en vista de que se encontraba con una orden de los directores generales de la Renta de Correos, quienes le habían mandado la rápida ejecución de las obras de reparación de la Real Casa de Postas de los Ángeles que se hallaba arruinada por un incendio ocurrido en el mes de abril. No obstante, propuso a los académicos Juan Marcelino de Sagarvinaga y Diego de Ochoa, residente el primero en Salamanca y el segundo en Nájera (La Rioja) para ejecutar la comisión.

Diego de Ochoa era un profesor con más de treinta años de experiencia en «Edificios del agua» tal y como él decía, pero desde hacía cuatro años no trabajaba ni dirigía edificio alguno, de ahí que este nombramiento fuese sumamente importante para el arquitecto. Dio las gracias por este honor el 20 de abril de 1804, momento que aprovechó para comunicar que no se había procedido al reconocimiento del puente en 1803 debido a que no había recibido la real orden del Consejo hasta finales de octubre y en esas fechas comenzaban las lluvias de invierno, motivo por el que había dejado su reconocimiento para el verano de 1804. Por otro lado, Juan Marcelino de Sagarvinaga comunicaría su aceptación el 2 de mayo de 1804.

El puente de Alcántara volvió a ser noticia en 1817 al ser necesaria la reparación de uno de sus ojos, destruido en la Guerra de la Independencia. En esta ocasión se nombró a Antonio López Aguado para el desempeño de este cometido junto a un académico de mérito de su confianza para que le ayudase. Este académico de confianza fue Bernardo Badia, profesor que propuesto a la Academia por López Aguado el 13 de agosto de 1817.

Según algunas fuentes Ochoa murió en 1805, pero lo cierto es que su fallecimiento fue notificado a la Academia en la Junta Ordinaria del 21 de junio de 1807.


Fuentes académicas:

Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1751-1790. Sig. 2-33-1; Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1790-1801. Sig. 2-33-2; Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1801-1816 y 1824. Sig. 2-33-3; Arquitectura. Presas, canales y molinos, 1779-1833. Sig. 2-31-5; Arquitectura. Puentes, 1780- 1790. Sig. 2-31-6; Arquitectura. Puentes, 1788- 1792. Sig. 2-31-7; Arquitectura. Puentes, 1793-1820. Sig. 2-31-9; Comisión de Arquitectura. Arquitectos, 1758-1846. Sig. 2-23-6; Comisión de Arquitectura. Informes, 1758-1794. Sig. 1-28-5; Comisión de Arquitectura. Informes, 1788-1797. Sig. 1-28-1; Comisión de Arquitectura. Informes, 1798-1804. Sig. 1-28-2; Comisión de Arquitectura. Informes, 1802. Sig. 1-28-3; Comisión de Arquitectura. Informes, 1803. Sig. 1-28-4; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas,  1776-1785. Sig. 3-84; Libro de actas de juntas ordinarias, generales y públicas, 1757-1769. Sig. 3-82; Secretario general. Académicos. Arquitectos, 1750-1831. Sig. 1-44-2; Secretario general. Académicos. Notificaciones de fallecimiento de consiliarios, académicos de honor y presidentes, 1814-1862. Sig. 1-40-1; Secretario general. Varios. OCHOA, Diego de., sin fecha. Sig. 1-16-3.


Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM


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