Jareño y Alarcón, FranciscoAlbacete, 1818, - Madrid, 1892


Nació en Albacete el 24 de enero de 1818 y murió en Madrid el 8 de octubre de 1892. Ingresó muy joven en el seminario diocesano de Murcia para seguir los estudios eclesiásticos, pero en 1833 se trasladó a Madrid para cursar la carrera de arquitectura, villa en la que residió en la calle de Esparteros, nº 9, cuarto 3º.

Comenzó la carrera bajo la dirección del profesor de Matemáticas Juan Bautista Peyronnet y el 24 de septiembre de 1845 solicitó su ingreso en el 4º año de carrera en la recién creada Escuela Especial de Arquitectura dado que tenía los estudios preparatorios exigidos. Dichos estudios comprendían el 1º, 2º y 3º año de Filosofía; Geografía; Física; dos años de Matemáticas; Aritmética, Geometría descriptiva y Mecánica industrial; Descriptiva y sus aplicaciones a las sombras y la perspectiva; el Corte de las piedras y las maderas; Cálculo diferencial e integral; Mecánica racional y Arquitectura, los cuales había cursado entre 1842 y 1845. Para su ingreso presentó la certificación de todos sus estudios y la fe de bautismo, siendo matriculado en el 4º año de carrera el 13 de noviembre de 1845.

Optó a la oposición de pensionado por la Arquitectura en el extranjero (Roma) celebrada en el año 1848, concurriendo también Jerónimo de la Gándara. El examen comenzó el 15 de agosto, pero hasta el día 16 los aspirantes no elaboraron el 1º ejercicio, cuyo programa respondía a un «Capitel de la época del renacimiento». Trabajaron la 2ª prueba el día 19 que consistió en «[...] el adorno de un trozo de friso manchando sus sombras» mientras que el 3ª ejercicio respondió a «una puerta de ciudad para Atocha con registro y guardia» desarrollada los días 22 y 23 del mismo mes. Los ejercicios 1º, 2º y 3º elaborados por Jareño y Alarcón se conservan en el Gabinete de Dibujos (Sección de Arquitectura) bajo los números de inventario: A- 5851, A- 5850, y A- 3498 y A- 5335.

Para la adjudicación del premio, la Sección de Arquitectura se reunió el 24 de agosto a las 10 de la mañana, convocando a la Academia a las 12 del mismo día. Los académicos Zabaleta y Peyronnet salieron de la sala manifestando la conveniencia de no tomar parte en este asunto por haber sido los opositores alumnos particulares de ellos, delicadeza que creyó la sección justa, aunque en el reglamento académico no se reseñaba nada al respecto.

Antes que nada, se mencionó el hecho de que los pretendientes habían cumplido las condiciones del programa y desempeñado satisfactoriamente los ejercicios, para a continuación señalar cuál de los dos había sido el agraciado. El pretendiente galardonado fue Jerónimo de la Gándara, quien por la Real Orden del 25 de septiembre de 1848 obtuvo la plaza de pensionado gracias a los diseños que había elaborado bajo el lema «Bramanti»; sin embargo, ante la magnífica ejecución de los diseños de Jareño que llevaban el lema «Quod tibi non fieri alteri ne feceris», la Academia solicitó del Rey y por unanimidad de votos otra pensión extraordinaria para este discípulo en la Junta General del 24 de agosto de 1848. El 18 de octubre Antonio Gil de Zárate comunicó el acuerdo de la Reina acerca de dar con cargo al Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas la cantidad de 3.000 reales de vellón a cada uno de los pensionados para los gastos del viaje, beca que debía finalizar fel 15 de diciembre de 1852.

Jareño llegó a Roma el 29 de noviembre de 1848 con el documento que le hacía acreedor de la pensión. En ese mismo día Antonio Solá le presentó al segundo secretario de embajada por estar ausente el embajador y el primer secretario, a fin de que recibiera las órdenes necesarias para el pago de su pensión.  A falta de un reglamento que les impusiese el orden de los estudios a los arquitectos pensionados, cada uno siguió su inspiración en cuanto a la elección de sus trabajos, de ahí que veamos a Jareño emprendiendo un viaje por Sicilia y dedicando el tiempo al estudio de los grandiosos edificios griegos. Sabemos de estos trabajos a través de una carta de Antonio Solá fechada el 14 de marzo de 1851 y otra enviada por el profesor y académico de San Fernando L. Canina el 14 de abril de 1851. En esta última se hacía saber que Jareño pronto se había hecho acreedor de una gran consideración por la cantidad de diseños que había realizado mostrando en ellos su habilidad a la hora de dar a conocer la belleza de la arquitectura primitiva, es decir, la más antigua de Sicilia, como también la perteneciente a la Edad Media.

Sus dibujos respondían entre otros muchos a la copia in situ del templo antiguo griego de Hércules en Agrigento, el Sepulcro de Gerón y el campanario de la catedral de Palermo, trabajos por los que el profesor le aconsejó la ejecución del diseño de uno de los edificios antiguos más importantes de Roma: el Foro de Trajano con su basílica. El propio Canina aprovechó la ocasión para comunicar que el pensionado había elaborado recientemente una serie de ejemplos ornamentales reunidos en el primer volumen de su obra Sobre los antiguos edificios de Roma, del cual había enviado un ejemplar al librero Monier para que lo diese a conocer, y que en la página 9 del volumen del texto había realizado una compilación de los arquitectos españoles que habían estudiado los monumentos de Roma, de ahí que considerase necesario prorrogarles a los becarios la pensión en la Ciudad Eterna.

El 13 de diciembre de 1851 Jareño y Gándara remitieron una carta al ministro de Fomento haciendo presente que, habiendo concluido el tercer año de su pensión debían pasar el cuarto año viajando fuera de Roma a tenor de lo dispuesto en el artículo 3º del Reglamento y que para efectuar dichos viajes necesitaban el sobresueldo de 4.000 reales que se les había prometido. En septiembre de 1852 Jareño puso en limpio los numerosos estudios que tenía hechos en su último año de beca, entre ellos varios monumentos antiguos y la catedral de Orbieto (Umbría).

El 23 de marzo de 1853 la Academia informó al ministro de Fomento sobre el mérito de las últimas obras remitidas de los pensionados: «[…] los pensionados por la Arquitectura D. Jerónimo de la Gandara y D. Francisco Jareño han remitido trabajos de un merito muy sobresaliente y llenando superabundantemente todas las condiciones y formalidades del Reglamento, por lo que están ya en el caso de recibir con arreglo al mismo sus títulos de Arquitectos, y que con asimismo de un merito especial en su clase los dibujos del pensionado D. Domingo Inza, el cual tambien ha cumplido con lo que el Reglamento exige».

A finales de 1853 tanto Gándara como Jareño mandaron una instancia a la Reina solicitando el título de arquitecto sin previa ejecución de examen, en vista de haber sido pensionados por el Gobierno en el extranjero y haber remitido durante todos estos años sin interrupción los trabajos a que se hallaban obligados. También que la expedición tuviese efecto desde el 18 de febrero de 1851 por ser la fecha en la que habían verificado el primer envío. La Reina accedió a que fuese expedido el título a ambos aspirantes por la Real Orden del 21 de enero de 1854, previo pago de todos los derechos establecidos conforme al artículo 77 del Reglamento de la Escuela Especial de Arquitectura, pero sin opción a la antigüedad que solicitaban hasta que no se remitiesen todas las obras y trabajos que habían hecho en calidad de pensionados. Dos meses más tarde, en la Junta General del 5 de marzo de 1854, se volvieron a estudiar las solicitudes de los alumnos, por entonces profesores agregados de la Escuela Especial de Arquitectura, en la que pedían se les desestimase la petición que habían formulado a fin de que les fuese reconocida cierta antigüedad.

La Junta de Profesores se ocupó en 1853 de decidir cuál sería la ciudad donde debía dirigirse la expedición artística anual de los discípulos según prevenía la Real Orden de 8 de octubre de 1850. En esta ocasión se eligió Salamanca, siendo nombrado Francisco Jareño como profesor que debía acompañar a los alumnos, por entonces ayudante en la Escuela Especial de Arquitectura. Fueron 12 los alumnos que viajaron a la expedición, más un oficial de vaciados. De los 12, cinco cursaban el 4º año de carrera (Saturnino García, Vicente Saenz, Isaac Nessi, José Ramón Mas y Diego Manuel Molina), mientras que 7 se encontraban en el 3º año (Nicomedes Mendívil, José Díaz Bustamante, Pedro de la Hidalga, Federico Aparici y Soriano, Antonio Carnicero, José Carbonell y Anostera y Leocadio Pagasartundua).

En la expedición se adquirieron dibujos, fotografías, relieves en yeso, piezas de esculturas y tallas en madera. Figuraban plantas, alzados, secciones y detalles ornamentales de la torre del Gallo de la Catedral Vieja; otros tantos del convento de Santo Domingo, la Casa de las Conchas, la iglesia de San Adrián, el colegio del Arzobispo o de los Irlandeses; el palacio de Monterrey o del duque de Alba; la Casa de la Sal, construida por el cardenal Fonseca; la iglesia de San Martín y del Espíritu Santo; la Universidad y el convento de San Vicente. Del mismo modo, una colección de yesos de la Universidad, el convento de Santo Domingo, la Catedral Vieja, varias piedras y ornamentos antiguos recogidos en varios edificios en ruinas, bajorrelieves, artesonados del Hospital de Estudiantes y el coro de Santo Espíritu, además de numerosas fotografías.

A mediados de 1855 Jareño fue nombrado profesor de la cátedra de Historia al tiempo que Maximino de Robles y Gándara lo eran en las de Construcción y Composición respectivamente (Junta General del 10 de junio de 1855) con un sueldo anual de 12.000 reales cada uno. Por estas fechas se ocupó de formar los planos para las obras que debían verificarse en la casa de campo llamada La Flamenca con objeto de establecer la Escuela Central de Agricultura, diseños que merecieron la aprobación de la Escuela y fueron censurados por la Academia el 10 de febrero de 1856.

En 1857 se inauguró en Madrid la Exposición de Agricultura en la Montaña del Príncipe Pío en la que Jareño sería galardonado por levantar el pabellón principal, primer ejemplo de arquitectura prefabricada para exposiciones en la villa. Era de planta rectangular, de 150 pies de largo y 40 de ancho, con un pórtico en cada una de las fachadas. Debido a su estilo neoárabe no faltaban los arcos polilobulados y túmidos, la decoración de sebka y las yeserías, aunque también destacadas eran las techumbres artesonadas, las cornisas con cresterías y los escudos de todas las provincias, dentro todo de una gran riqueza cromática.

El 29 de enero de 1859, Antonio Conde y González, el marqués de Socorro, Ponciano Ponzano, Bernardo López, Matías Laviña, José París, Luis Ferrant, José y Federico de Madrazo, Joaquín Espalter, Carlos Luis de Ribera, Eugenio de la Cámara y José Piquer propusieron a Jareño para una de las plazas de académico numerario que debían preverse en la Sección de Arquitectura. Era un antiguo alumno de la Escuela Superior de Arquitectura, pensionado por oposición para el estudio del arte en el extranjero, catedrático por oposición de la referida Escuela, arquitecto general del Ministerio de Fomento y vocal de la Comisión que publicaba los Monumentos Arquitectónicos de España. Además, había obtenido premios en varias exposiciones verificadas en Madrid y en la Universidad de París, era Caballero de la Real Orden Española de Carlos III y recientemente director de las Obras de la Casa de Moneda y Timbre. En esta ocasión Jareño no obtuvo el grado de académico porque le sería concedido años más tarde.

En la Junta del domingo 6 de febrero la Academia le propuso para cubrir dicha vacante al tiempo que también fueron propuestos Juan José Sánchez Pescador, Mariano Calvo, Juan de Madrazo, Jerónimo de la Gándara, José María Guallart, Francisco Enríquez y los arquitectos no profesores Teodoro Ponte de la Hoz, José Amador de los Ríos, José de Salamanca, marqués de San Gregorio, José María Huet, Aureliano Fernández Guerra y Orche.

En este mismo año de 1859 remitió a la corporación madrileña el proyecto para la conclusión de la fachada de la catedral de Las Palmas de Gran Canaria. Las obras del templo habían comenzado en 1500 por Alonso Montande siendo continuadas bajo el mismo plan por su sucesor Palacios en estilo ojival florido del último período; no obstante, habían quedado inconclusas y sin haberse comenzado la fachada principal, objeto que se pretendía en estos momentos. Durante todos estos años se habían hecho varias agregaciones a la iglesia como las realizadas en 1779 por Diego Nicolás Eduardo, las efectuadas en 1804 por Luján Pérez que había concluido el crucero y completado la fachada posterior, o las ejecutadas en el pórtico y las torres, una de ellas concluida recientemente con arreglo a los proyectos de Nicolás Eduardo y Luján Pérez.

Para concluir la fachada principal Jareño realizó el proyecto del frontispicio que remitió a informe de la Academia el 15 de julio de 1859. Tuvo presente que las torres, el pórtico y los muros eran de granito gris sumamente resistente en todas sus alturas y dimensiones, como que la fachada que se intentaba proyectar era muy sólida, sostenida en sus costados por las dos torres y unida por medio de muros botareles al segundo muro del pórtico.  Las tres puertas que proyectó y que correspondían a los tres arcos del pórtico y las tres naves centrales las decoró con arreglo a la fachada.

Una vez censurados los diseños por la Sección de Arquitectura, se comunicó al autor que pasase por la ciudad con objeto de «poner en armonía su pensamiento con lo que exijan las condiciones de construcciones y estilos y carácter del interior y captadas de aquel templo […]». Al no enviar los suficientes datos para poder valorar la obra, la Academia sólo pudo aprobarla en calidad de anteproyecto en la Junta General del domingo 11 de septiembre de 1859, no obstante, su pensamiento sería finalmente aprobado por la Sección de Arquitectura el 7 de enero de 1860 y por la Academia el domingo 5 de febrero con las siguientes advertencias: «1ª Suprimir los ajimeces ó ventanas del 2º cuerpo, 2ª Sustituirse los frontones semicirculares con uno solo triangular».

Al año siguiente, la corporación académica recibió el proyecto de Jareño relativo a un edificio con destino a Ministerio de Fomento, Museo y Biblioteca Nacional que sería censurado el 27 de enero de 1862. Se vio que la reunión de los tres departamentos tan heterogéneos era inaceptable y muy inconveniente, ya que en la obra no podía predominar un carácter único ni tampoco una unidad artística; además, los 30 millones a los que ascendía el presupuesto daban para levantar tres edificios independientes sin un lujo costoso e innecesario. Para su elaboración Jareño había topado con muchas dificultades, pero en cuanto a la disposición interna de la obra y las comunicaciones las había vencido en general y con bastante acierto; sin embargo, se le hicieron varias observaciones: que la ornamentación elegida no pertenecía a ningún estilo y época, por lo que se componía de elementos tomados de unos y otras siendo calificada por el autor de greco-pompeyano; que la decoración del salón de retratos y bustos de hombres célebres era adecuada, aunque debían modificarse o suprimirse algunos elementos decorativos, entre ellos el acroterio de las ventanas del cuerpo de luces de la rotonda central, algunos balcones de la fachada y los casetones de la cúpula al ser demasiado pequeños y numerosos; que eran muy lujosas las columnas de los vestíbulos, antesalas y porterías del Ministerio; que era excesiva la altura de los pisos, ya que la del bajo era de 7,30 m (más de 26 pies) llegando en los salones hasta los 12 m, lo que aumentaba el gasto de la obra sin ventaja alguna; por último,  la  inexistencia de los detalles de la armadura y las grandes vigas armadas que debían constituir el piso de los salones de la Biblioteca.

Tres años más tarde, este arquitecto del Ministerio de Fomento desde 1857 remitió su proyecto de Biblioteca y Museo Nacionales, censurado previamente por el Ministerio, a fin de que, examinados los antecedentes, los planos de las mediciones y las cubicaciones, los presupuestos, los precios simples y compuestos como el memorial facultativo, la Academia fijase el valor de los trabajos y los honorarios que le correspondían por todos estos trabajos. Vistos y comparados con las prescripciones exigidas por el Gobierno para la formación de proyectos de este género y la tarifa de honorarios aprobada por S.M. el 31 de mayo de 1858, la Sección de Arquitectura celebrada el 6 de diciembre de 1865 valoró dichos trabajos en el 2% del presupuesto total del edificio.

Al año siguiente, la Junta de la Sección de Arquitectura censuró el expediente relativo al aumento de los pisos y el cerramiento de dos soportales en la casa nº 32 de la calle Mayor (Madrid). Se comprobó que en 1828 la finca había sido reedificada según resultaba de los documentos presentados y que formaban el expediente. El administrador expuso que debido al ancho de la calle y la poca diferenciación de su alineación con las demás casas de reciente construcción y lo ridículo que era el soportal, solicitaba la autorización pertinente para poder levantar dos pisos y cerrar el soportal con una puerta de tienda. Pero estudiada la solicitud por el Ayuntamiento fue del parecer que no había lugar a su concesión teniendo en cuenta la Real Orden del 9 de febrero de 1863, la de junio de 1854 y la práctica que se venía observando sobre no cerrar los soportales.

En una segunda instancia, el arquitecto municipal emitió un nuevo informe sobre este asunto manifestando que la diferencia entre lo expuesto por el solicitante y lo que resultaba del replanteo de la alineación de la calle citada no era nula como decía sino que resultaba 0,16 por el extremo derecho de la fachada y que si el dueño de la casa contigua, nº 30, alegaba lo mismo la casa en esquina a la calle de Coloreros saldría  0,64 de la alineación, por lo que de concederse la licencia  debía tasarse el valor de la mitad del soportal.

El Ayuntamiento concedió el permiso el 18 de enero de 1866, por lo que el dueño tuvo que presentar la memoria y los planos por duplicado suscritos por el arquitecto Francisco Jareño, demostrando la posibilidad de poder llevar a cabo las obras. La Sección de Arquitectura del 30 de noviembre de 1866 aprobó la concesión de la licencia mientras que la Academia lo hizo en la Junta Ordinaria del 3 de diciembre.

El nombre de Jareño volvió a reseñarse en las juntas académicas en 1867, momento en que Juan Bautista Peyronnet, por entonces secretario de la Sección de Arquitectura, comunicó que en la Junta del 3 de enero de 1867 y por fallecimiento del profesor Juan Madrazo habían sido examinadas las propuestas de los académicos profesores que podían cubrir la plaza. Una vez verificada la votación secreta, resultó Cristóbal Lecumberri en primer lugar para cubrir la vacante de académico de número y en un segundo lugar Francisco Jareño y Alarcón. Pero como la Academia tenía la decisión final para proceder a la elección de la manera acostumbrada, se dieron varias propuestas: la del 18 de diciembre de 1866  leída en la Sesión del 27 del mismo mes y suscrita por los académicos Eugenio de la Cámara, Sabino de Medina, Francisco Bellver, Carlos Luis de Ribera, Nicolás Gato de Lema, Luis Ferrant, José Peguer, Aníbal Álvarez, Leandro Ponte de la Hoz y M. de Haes a favor de Cristóbal Lecumberri, premiado en concurso público y autor del proyecto del Manicomio modelo para Madrid y de otras muchas obras y escritos científicos sobre arquitectura; y una segunda fechada el  27 de diciembre de 1866 firmada por José Caveda, Valentín Martínez de la Piscina, Juan Morán Lavandera, Domingo Martínez, el marqués de ¿Molnes?, Coromina y Joaquín Espalter a favor de Jareño. Asimismo, se dieron otras dos propuestas leídas el mismo 27 de diciembre para los académicos no artistas: una a favor del conde de Cartago y otra en pro de Manuel Cañete.

En la Junta Extraordinaria celebrada para tal efecto el 17 de enero de 1867 y previas las formalidades correspondientes, Francisco Jareño fue nombrado individuo de número de la Academia para cubrir la vacante de Martín López Aguado, por cuyo nombramiento dio las gracias el 19 del mismo mes. Para este fin desarrolló el discurso académico «De la arquitectura policromata», estudio sobre la aplicación de los colores en la arquitectura griega y las razones que habían impulsado a los artistas helenos a adoptar dicho sistema en columnas, capiteles, frisos, frontones, remates y cubiertas casi siempre al fresco, es decir, aplicando la pintura siempre que el revoco está aún fresco, de ahí su nombre. Expuso que el uso de los colores en los monumentos griegos se ejecutaba de diversas maneras en función de la piedra que debía ser revestida. Si era calcárea y porosa se disponía sobre ella un estuco blanco o de color paja para recibir la pintura; cuando era de grano más fino el estuco se disponía en capas más delgadas, mientras que cuando la fábrica era de mármol blanco la pintura era aplicada directamente sobre él, dando a la labra de la piedra la conveniente preparación. A la hora de meditar sobre el carácter de la arquitectura de su tiempo, opinaba que el arte carecía de un pensamiento que lo fecundase, que se buscaba en las épocas del arte más floreciente los ejemplos a imitar y que era necesaria una rehabilitación histórica. Por ello, se cuestionaba si esta decoración griega podría reinar en las obras decimonónicas, de ahí que desarrollara un estudio sobre el tipo de revestimientos empleados según las fábricas tradicionales y las que serían aptas en los nuevos materiales como el hierro (pintura al óleo y el esmalte).

Mientras tanto, las obras de la catedral de Las Palmas seguían su curso y el 13 de abril de 1867 la Junta de la Sección de Arquitectura examinó los diseños de Jareño para el frontispicio del templo, cuyas obras se estaban ejecutando bajo la dirección del maestro de obras Francisco de la Torre. La Academia pudo observar que la cornisa del frontón no enlazaba con la general del cuerpo en donde apeaba; que se echaba de menos la unidad artística que era esencial e indispensable en toda obra de esta importancia y que el autor debía estudiar la conveniencia, o no, de colocar una balaustrada sobre las cornisas como otros miembros arquitectónicos por detrás del frontis, a fin de que produjesen buen efecto desde los diferentes puntos de vista de la ciudad y concretamente desde su entrada viniendo desde el mar.

Pronto la Junta de la Sección estudió el expediente relativo al proyecto de un teatro que en Las Palmas de Gran Canaria intentaba levantar una sociedad particular. El proyecto estaba suscrito por Jareño y se componía de una memoria facultativa con los planos de las plantas, los alzados, las secciones, la armadura, la planta del taller de pintura y varios detalles, aunque no así del presupuesto de gastos ni las condiciones para la subasta. La memoria recogía las consideraciones que el autor había tenido en cuenta atendiendo a la localidad y ubicación de la obra, como la descripción exacta de la construcción que debía emplearse demostrando las condiciones de estabilidad de los muros y las armaduras de una manera elemental y satisfactoria, por lo que el proyecto fue aprobado en la Junta de la Sección de Arquitectura el 22 de mayo de 1868. Se trataba del Teatro Pérez Galdós, cuyas obras no concluirían hasta 1888.

Al año siguiente se remitió a censura de la Academia el expediente relativo a la adquisición por parte del Estado del edificio conocido como Platería de Martínez. Se trataba de uno de los establecimientos más importantes del reinado de Carlos III, ubicado en el Salón del Prado y levantado en estilo neoclásico, en 1792. Durante la Guerra de la Independencia se cerró  y en 1836 se ampliaron sus instalaciones bajo la dirección del arquitecto Juan José Sánchez Pescador, siendo finalmente clausurado en 1865. En este momento, el Estado adquirió el inmueble y fue cuando solicitó de la corporación académica un informe sobre la tasación del terreno, las construcciones existentes y las apreciaciones peritales que había llevado a cabo el arquitecto del Ministerio de Instrucción Pública.

En respuesta a dicha solicitud, la Junta de la Sección de Arquitectura reunida el 2 de enero de 1869 observó que el edificio se hallaba en la calle Trajineros, que el arquitecto había levantado el plano de la referida finca por la Real Orden del 1 de agosto de 1868 y que el propietario era Pedro Bosch. Asimismo, que el arquitecto había descrito de forma somera las fábricas, los pavimentos, la distribución general de la planta como la carpintería de taller de las puertas, ventanas y vidrieras, por ello, veía conveniente devolver el expediente para que el arquitecto añadiese los datos que se echaban de menos en la tasación, ya que eran indispensables para llevar a cabo un informe razonado.

Por la Real Orden del Ministerio de Hacienda del 23 de abril de 1879, la Dirección General de Propiedades y Derechos del Estado volvió a remitir el expediente a la Academia para su censura, en esta ocasión con la memoria, el plano, el presupuesto y las condiciones facultativas y económicas elaboradas por Joaquín de la Concha y Francisco Jareño, este último arquitecto de Hacienda desde 1864. El Rey, de acuerdo con la junta creada por la Ley del 21 de septiembre de 1876 sobre la construcción, reparación y venta de edificios del Estado, y en concordancia con el Consejo de Ministros resolvió:

 1º) Remitir el expediente a la Academia con el resto de los documentos para que emitiese su parecer sobre si las obras correspondían al objeto a que se destinaban y en caso afirmativo que fuese aprobado.

 2º) Que si en caso de que la superficie destinada en los planos no tuviera la capacidad necesaria, podrían tomarse los locales destinados a los vestíbulos y salas de espera del público.

 3º) Que en caso de existir la necesidad de mayor superficie podrían suprimirse los ante despachos proyectados para los jefes del departamento de la dirección, dejando únicamente el despacho del jefe superior.

 4º) Que a fin de alejar el edificio de todo peligro de incendio se hiciesen en el mismo y en la parte superior varias habitaciones para el conserje y dos dependientes a fin de que uno de ellos cuidase siempre de la finca.

 El 10 de junio de 1979, la Academia emitió dos dictámenes, uno firmado por la mayoría de sus miembros y otro ejecutado por los académicos Antonio Ruiz de Salces y Francisco de Cubas.  En el primero, la mayoría fue de la opinión que el edificio con 2.456 m2 de superficie no era apto para acoger las oficinas teniendo en cuenta que estas ocupaban entonces 10.695 m2 en tres plantas.  Respecto a los ingresos, uno proyectado en la fachada principal para el personal y otros dos destinados para el público por las calles de la Alameda y Trajineros, creían más conveniente aprovechar el de la calle de la Alameda como entrada y el de la calle Trajineros como salida. En cuanto al estado de las fábricas, los espesores eran insuficientes para soportar las nuevas cargas como ocurría en alguno de los cimientos, lo que hacía necesaria obras de consolidación «recalzando y construyendo puntos de fábrica en cimientos y reforzando los muros de fachada y traviesas con entramados verticales adosados en unos, é incrustando en otros». Por otro lado, los muros proyectados eran entramados de madera de diferentes marcos, ya aislados o refrentados de fábrica de ladrillo como generalmente se construían en Madrid. Además, se observó que los arquitectos habían aprovechado al máximo las construcciones existentes con el menor gasto, lo que les había obligado a establecer las crujías de forma irregular oscilando sus anchos entre los 3 y 8 m, siendo la mayor parte de ellas muy reducidas e impropias de un edificio público. Se apreció también desproporción en las escaleras como irregularidades en las puertas y los huecos de las fachadas de las calles Alameda y Trajineritos al conservarse la distribución antigua. Por último, se echó de menos, entre otras cosas, el aprovechamiento de los materiales procedentes del actual edificio, la fecha de comienzo y conclusión de las obras, la garantía del contratista y el tiempo de su responsabilidad civil.

En cuanto a la opinión de Antonio Ruiz de Salces y Francisco Cubas, emitieron un voto particular para ampliar el dictamen de la mayoría de los miembros al juzgarlo insuficiente. Lo que más les llamó la atención fue la diferencia entre la tasación dada al edificio de la Platería y la del ex convento del Carmen, ocupado entonces por las oficinas de la Deuda Pública. A ello cabría añadir el mal estado de las fábricas y la necesidad de recalzarlas; la mala ubicación de las oficinas en el edificio de la Platería dado el desarrollo de la capital hacia su principal ensanche como la estrechez de las calles que lo circundaban, poco apropiadas y estrechas para el tránsito público y de carruajes. Por todo lo expuesto, más el coste definitivo que tendría la adquisición del inmueble y su reforma, creían más conveniente el levantamiento de un edificio de nueva planta.

El dictamen de todos los académicos puso de manifiesto la mala conservación y duración de lo proyectado, similar a la de las casas particulares de ligera y barata construcción. Esto, unido a que el edificio entero como el Archivo eran susceptibles de destruirse por un incendio debido a que casi la totalidad de su armazón era de fábrica entramada de madera, la Academia estimó oportuno volver a reconocer el proyecto con una mejor distribución y construcción, aunque resultase más cara. Curiosamente, aún con todos los estudios realizados, el edificio de la Platería Martínez fue sede de la Delegación de Hacienda, posteriormente de la Junta de Pensiones Civiles y sala de exposiciones antes de ser derribado en 1920. En su lugar se erige desde 2001 una fuente conmemorativa del que fue uno de los establecimientos industriales más importantes del Madrid Ilustrado. 

A la vez que se llevó a cabo el estudio de la obra anterior, la Dirección General de Rentas remitió a la Academia el 26 de agosto de 1869 el proyecto de las obras ejecutadas por Ramón Menéndez en la parte del edificio de la Fábrica de Tabacos (Madrid) destruida por un incendio el 5 de diciembre de 1864. Dada la poca uniformidad observada en los informes emitidos por el arquitecto director de las obras Francisco Jareño y el encargado de su recepción, Joaquín Mª Vega, la Dirección General de Rentas solicitó de la Academia el nombramiento de  tres arquitectos para que con los planos, la memoria, el pliego de condiciones facultativas y económicas, además de las copias de los informes del inspector facultativo de las Salinas de la Nación, Manso Serret, reconociesen el estado de las obras ejecutadas para compararlas con las que debían haberse realizado. A dicho reconocimiento debían asistir Francisco Jareño en calidad de director de las obras, el inspector Serret, el arquitecto Vega y el contratista de las obras Ramón Menéndez.

Como por estas fechas la Academia se encontraba de vacaciones, se tuvo que convocar a la Sección de Arquitectura de manera extraordinaria el 28 de agosto de 1869 para el nombramiento de los tres arquitectos, saliendo elegidos Juan José Sánchez Pescador, Bruno Fernández de los Ronderos y José Ortiz y Sánchez. En la Sesión Ordinaria celebrada la noche del 14 de marzo de 1870 la Academia acordó que la inspección de las obras a las que quedaba obligado Ramón Menéndez correspondía realizarlas al primero y más antiguo de los tres arquitectos que formaban parte de la comisión facultativa, es decir, a Juan José Sánchez Pescador, pudiendo ser reemplazado por Bruno Fernández de los Ronderos según la antigüedad o  a José Mª Ortiz en caso de no poder llevarlo a cabo el anterior.

Las obras de la Fábrica de Tabacos continuaron su curso durante los siguientes años, incluso volvieron a ser estudiadas por la Academia en enero de 1874, fecha en la que se remitió el proyecto para la reparación de los pisos y la instalación de las aguas en el edificio junto con el pliego de condiciones facultativas y económicas y el cuadro de precios formado por Manso Serret. Este ingeniero solicitó al mismo tiempo los honorarios que le correspondían por sus trabajos, pero la Academia no pudo dárselos al desconocer la tarifa a la que estaban sujetos los ingenieros industriales.

A comienzo de 1870 Jareño se ocupó también de la dirección de las obras del edificio del Tribunal de Cuentas del Reino. El contratista era José Abascal, quien había concluido las obras de albañilería ejecutadas en virtud de la R.O. de 22 de noviembre de 1862 y terminado las de albañilería y cantería marcadas en el presupuesto adicional aprobado por R.O. de 20 de junio de 1865. Jareño procedió a la finalización de todas ellas y a la consiguiente liquidación general el 12 de diciembre de 1866, pero en vista de que el contratista no había dado su conformidad al creer que no se le habían abonado algunas cantidades de derecho que le correspondían, estuvieron pendientes hasta 1870. Además, el propio contratista señaló algunos errores cometidos por Jareño relativos al haber dejado de medir parte de la obra que debía haber sido incluida en la liquidación final y asignado a las diversas unidades precios distintos a los que realmente les correspondían, causas principales que perjudicaban al contratista y daban origen a las fundadas reclamaciones.

A mediados de 1870 se organizó un concurso público para el levantamiento de un edificio de nueva planta destinado a Monte de Piedad y Caja de Ahorros en la capital, debiendo ser dos de los miembros del tribunal académicos designados por la Academia de San Fernando. Enterada la corporación de la solicitud, la Sección de Arquitectura reunida el 2 de septiembre de 1870 acordó nombrar como vocales para el tribunal a Francisco Jareño y Alarcón y Juan Bautista Peyronnet. Dichos nombramientos fueron comunicados al director del Monte de Piedad el 29 de noviembre, como también el no existir inconveniente en que se celebrase en las salas de la Academia la exposición pública de los proyectos presentados al concurso, ofrecimiento por el que el Consejo del Monte de Piedad dio las gracias a la corporación el 1 de diciembre.

La instalación en 1724 del Monte de Piedad se había debido a Francisco Piquer, capellán titular de las Descalzas Reales. El edificio que debía acoger a esta institución se construyó para atender las demandas de las clases sociales más desfavorecidas a través de la concesión de préstamos garantizados por alhajas y ropas, de ahí que se le conociese asimismo con el nombre de la Casa de las Alhajas.

En 1838 se creó la Caja de Ahorros de Madrid dentro del edificio del Monte de Piedad, organismos que acabaron fusionándose en 1869. Pero el inmueble sufrió varias modificaciones y ampliaciones al promoverse la construcción de un nuevo edificio sobre el solar del derribado monasterio de San Martín en la bajada del mismo nombre para la realización de las subastas de los objetos empeñados. Ubicado en la calle de las Hileras esquina a San Martín y plaza de San Martín tenía comunicación con el convento de las Descalzas Reales a través de un pasadizo exterior derruido en 1870 al abrirse el concurso que nos ocupa, a fin de que el nuevo edificio reuniese las condiciones de seguridad exigidas, pero salvando como único elemento la portada barroca de Ribera ejecutada en granito, en 1773.

El viernes 15 de julio de 1870 salió publicado en el Diario Oficial de Avisos de Madrid el programa del concurso y las condiciones a las que debían sujetarse los opositores. El edificio, Casa de las Alhajas, debía contener con la debida separación e independencia la Dirección; la Contaduría, compuesta de tres departamentos; la Depositaria, con dos secciones (una destinada a las alhajas y objetos de gran valor, y la otra a ropas y demás artículos; la Tesorería y Archivo General, además de una capilla pública con entrada independiente, una sacristía y habitaciones para el director, el capellán, el conserje, dos porteros, etc. Pero respecto a la Caja de Ahorros, debía contener un despacho para el jefe, un local para cuatro oficiales y los departamentos de imposiciones.

Las dependencias debían estar comunicadas con facilidad según el número de personas que se tenía previsto que acudiesen; la agrupación de los servicios debía ser análoga; era necesario contemplar la seguridad del edificio, las medidas higiénicas y procurar la incompatibilidad de las fábricas componentes aislándolas de las casas ejecutadas en los terrenos contiguos. También se debía prever la ubicación de las habitaciones de los empleados en el último piso y una decoración poco lujosa en las fachadas como corresponde a un establecimiento benéfico, debiendo caracterizar la época de su erección y el objeto de su instituto.

Los proyectos debían comprender plantas, fachadas y secciones, así como escalas de 5 mm/m; detalles de la construcción y decoración en escala de 2 mm/m; los presupuestos, el pliego de condiciones facultativas y económicas, además de la memoria descriptiva. Dichos proyectos se presentarían a la dirección del actual Monte de Piedad hasta las 3 de la tarde del día 15 de septiembre, prefiriéndose el proyecto que mejor satisfaciese las prescripciones indicadas y que resultase a su vez el más económico. Dichos proyectos debían reconocerse por un lema, exponiendo el mismo autor en el sobre su nombre, título y domicilio. En cuanto a los proyectos no aprobados se quemarían ante el Consejo.

Se tenían previstos dos premios: al premiado en primer lugar se le encargaría la dirección de la obra mientras que al segundo se le indemnizaría con 6.000 reales por los trabajos ejecutados. Dichos premios serían concedidos por un tribunal compuesto por los dos académicos de San Fernando antes mencionados, dos consejeros y como presidente el ministro de la Gobernación que era también del Consejo del Monte de Piedad.

El nuevo edificio se construyó bajo el proyecto de los ganadores del concurso, Fernando Arbós y José María Aguilar, en el terreno conocido vulgarmente como derribo de San Martin. Los arquitectos introdujeron materiales incombustibles para mayor seguridad de los objetos que debían ser custodiados. Diseñaron la obra aislada y distribuida en torno a un patio de operaciones, con soportes metálicos, una cubierta de hierro y vidrio, fábrica de ladrillo visto y una portada principal de gusto italiano.

A partir de 1874 se llevó a cabo la mejora de las condiciones artísticas para el revoco exterior de la fachada del Ministerio de Fomento, a cuyo objeto se remitiron varios planos y documentos a censura de la Academia: el 3 de febrero de 1875 el proyecto de Juan Sánchez Pescador y el 7 de mayo dos presupuestos adicionales elaborados por Francisco Jareño en calidad de arquitecto encargado de la obra. Este último no había enviado plano alguno por lo que la Sección de Arquitectura reunida el 12 de mayo no pudo verificar las cantidades de la obra, pero atendiendo al celo de este profesor acordó su aprobación, no sin antes indicarle la deplorable actitud que había tenido a la hora de criticar y calificar el trabajo de sus predecesores como lo incompleto e inexacto que era su presupuesto al no haber incluido la reparación del empizarrado de los chapiteles cuando se consideraba de urgente necesidad.

El 22 de junio de 1875 Jareño fue designado por la Sección de Arquitectura junto con Francisco Cubas para reconocer el nuevo edificio destinado a establecer las oficinas de la Dirección de la Caja General de Depósitos del Ministerio de Hacienda, cuyas obras estaban a punto de concluir. Ambos individuos emitieron su informe el 1 de julio, una vez realizado el reconocimiento de la obra y el examen de los planos. Apreciaron su acertada distribución y decoración a pesar de la limitación del local y la construcción especial e irregular del mismo, a la vez que describieron la caja de caudales con las siguientes palabras: «construida de planchas de hierro forjado de 2 milímetros de espesor apoyadas sobre bigas de hierro de doble T que á su vez descansan sobre ocho columnas de hierro casi empotradas en los muros, formando el piso de bóvedas tabicadas de ladrillo y yeso  de forma á forma y cubiertas por su parte superior con chapas de palastro iguales en espesor á las anteriores unidas con roblones, sobre el cual descansa el pavimento de pizarra y alabastro de debil espesor». También observaron que los muros de la caja lo formaban chapas análogas de palastro unidas con roblones separadas de los pasos y muros que las circundaban unos 10 cm, cuyo espacio debía estar relleno de arena; los muros de los lados Este y Sur eran de ladrillo mientras que los de Norte y Oeste de entramado de madera de 14 cm de espesor, siendo el relleno de sus cuarteles fábrica de ladrillo y yeso; el techo estaba formado por hierros de T que sostenían palastros análogos a los muros sobre los cuales existían dos tongadas de ladrillo labrado con yeso en sentido horizontal quedando en su centro una apertura cerrada con rejas; además, las cubiertas se habían ideado con armadura de hierro y cristal para dar luz cenital e iluminar la caja durante el día.

Tanto Jareño como Cubas fueron de la opinión que la caja estaba bien estudiada para el servicio diario, pero en cuanto a su seguridad dejaba mucho que desear por varios motivos: el espesor de los muros que la rodeaban, algunos de ellos entramados de madera; la estrechez de la puerta de acceso a la caja; no existir correspondencia con las escaleras y la introducción de armaduras de madera, que en caso de desatarse un violento incendio se propagaría más rápidamente que el uso de armaduras metálicas.

El 11 de octubre de 1875, la Junta de la Sección de Arquitectura censuró y aprobó el proyecto de restauración y pintado de la verja de hierro, el labrado de la piedra de las pilastras y las portadas de cantería del Jardín Botánico y Museo de Ciencias Naturales de Madrid, cuyo importe se elevaba a 14.414 pesetas. Se había remitido también la copia del oficio que había presentado en la Dirección General de Obras Públicas (Construcciones Civiles) Francisco Jareño, a quien se le había encargado las obras por la R.O. del 23 de junio anterior.  El arquitecto propuso las obras de labrado y limpieza de toda la cantería porque contando con la totalidad de la superficie equivalente a 202 pilares, si se hubieran de labrar y rehundir de nuevo esta operación supondría 12.120 pesetas, gasto que se podía evitar al existir un procedimiento químico e inusual que limpiaba la cantería de piedra blanca, calcárea y berroqueña. En cuanto al pintado de la verja se habían hecho varias pruebas, escogiéndose el color aplomado con toques de reflejo al blanco que era el más acertado para que destacase del fondo oscuro de los árboles y las plantas del jardín. Tanto el pintado como el lavado de los pilares de los modelos que existían en el ángulo de la verja que daba frente a la Plaza de Murillo y al Paseo los ejecutaría el pintor y decorador Alejandro Rodríguez, pero además de estas operaciones era necesaria la reposición de todos los hierros y la restauración de los desperfectos de los pilares y capiteles para cuya ejecución era necesaria mucha habilidad técnica.

En el mismo año de 1875 Jareño fue nombrado director de la Escuela de Arquitectura de Madrid y en 1876 llevó a cabo la reforma y ampliación del Instituto San Isidro, antiguo Seminario de Nobles (Madrid), por entonces y desde 1847 sede de la Escuela de Arquitectura. Asimismo, el 25 de noviembre fue nombrado junto con José Jesús Lallave para formar parte de la comisión que, en virtud de la R.O. de 27 de octubre, debía reconocer el edificio denominado de los Consejos que formaba una manzana aislada lindante con la calle Mayor, Ventimilla, el Pretil de los Consejos y la calle Procuradores (Madrid). Ambos arquitectos debían emitir el informe correspondiente al proyecto de reparación del edificio, trabajo que presentaron a censura en diciembre de 1876 siendo examinado por la Sección de Arquitectura el 21 de ese mismo mes. 

Desde hacía décadas se estaba construyendo el Teatro Real sobre el antiguo teatro de los Caños del Peral próximo al Palacio Real y muchos habían sido los arquitectos que durante años habían intervenido en la obra. Antonio López Aguado había sido el autor del proyecto original, Custodio Teodoro Moreno introdujo modificaciones en el edificio sin variar el proyecto de su antecesor en tiempos de Isabel II y su dimisión en la dirección de las obras llevó a Francisco Cabezuelo a sustituirle en la dirección de las obras. Éste llevó a cabo la estructura de madera de la cubierta, muy criticada a raíz del incendio acaecido en el salón del teatro destinado a Escuela de Música el 20 de abril de 1867, obligando a la Dirección General de Obras Públicas a remitir a la Academia en 1871 las obras de restauración que debían realizarse.

La Sección de Arquitectura reunida el 7 de julio de ese mismo año conformada por el presidente Peyronnet, el secretario Cubas y los vocales Cachavera y Ruiz de Salces fueron los encargados de examinar el proyecto propuesto por el arquitecto Sánchez Pescador. Observaron que el salón de conciertos tenía 4 m de longitud, 12 m de ancho y 10, 40 m de altura y que contando con que al autor se le había concedido un presupuesto escaso respecto a la restauración que se precisaba no había podido hacer más que una composición sencilla adaptando para el techo la forma plana y para los muros una decoración a base de un orden de pilastras completo en la parte inferior con basas áticas y capiteles compuestos de alegorías apropiadas al destino de la estancia, así como jambas y sobrepuertas en los balcones. En cuanto a la parte superior, se elevaba sobre un primer cuerpo un ático con pilastras de orden jónico de cuya cornisa arrancaba un gran esquife o escocia que enlazaba los muros con el techo.

Dado que la Sección observó que el presupuesto con el que contaba el autor era muy reducido, le pareció acertada dicha decoración, no obstante, creyó conveniente la sustitución de la basa toscana de las pilastras del atrio por otras más apropiadas a este orden, como hacer un estudio más profundo del capitel jónico proyectado. Pero al igual que se creyó aceptable la decoración, no así la solidez del techo. En este punto, Sánchez Pescador expuso que «por más ligero que ha querido hacer este techo agregado á la armadura, este no podía sostenerse en unas condiciones de construcción demasiado ligera y económica, [y] se hace preciso adicionarla con piezas que la consoliden y den mayor resistencia».

También se echó de menos el cálculo de resistencia de los cuchillos de la cubierta, el cálculo del peso del teatro con una construcción, como otras operaciones que no se apreciaban en los planos o en la memoria del arquitecto, las cuales eran imprescindibles. Asimismo, era necesario conocer si era posible andar por encima del techo, colgar de él una araña o ejecutar alguna maniobra sobre el mismo. Además, aparte del cañizo propuesto para la ejecución del cielo raso, la Sección de Arquitectura creyó más oportuno conformarlo con un enlistonado para su mejor conservación y por estar menos expuesto a desconchados y roturas.

En calidad de secretario de la Sección de Arquitectura, Francisco de Cubas resumió el 8 de julio de 1871 la censura de este proyecto en los siguientes puntos: 1) Debían ejecutarse las obras exteriores del salón de conciertos correspondientes a la fachada de Prim, hoy plaza de Isabel II, antes que las interiores; 2) Las obras debían componerse en una sola subasta; 3) Debían reflejarse los cálculos de resistencia de los cuchillos de la armadura colgando el techo de ellos, al tiempo que se debía marcar detalladamente su construcción y el colgado de la araña/ arañas si al final eran introducidas en el salón; 4) La decoración podía admitirse, pero completándola más adelante con la pintura decorativa de los muros y el techo. Las observaciones de Cubas fueron aprobadas por la Academia en la Junta Ordinaria celebrada el 10 de julio de 1871.

La Sección de Arquitectura reunida cuatro días más tarde examinó todos estos trabajos y viendo que necesitaban de algunas reformas los devolvió al arquitecto para que corrigiese los defectos que se habían observado. Aparte de ello, se acordó que antes de ejecutarse las obras interiores debían hacerse las correspondientes a la fachada exterior del teatro de Oriente a la Plaza de Prim, obras que debían comprenderse en una sola subasta. Por otro lado, debían realizarse los cálculos de resistencia de las formas o cuchillos de la armadura colgándose de ellas el techo del indicado salón y marcando más detalladamente la construcción de éste. Por último, quedó admitida la decoración proyectada por Sánchez Pescador, pero con la condición de que más adelante la completase con la decoración de los muros y los techos ejecutada por artistas nacionales. Este fue el motivo por el que el arquitecto tuvo que remitir de nuevo el proyecto con la memoria descriptiva ampliada y el cálculo de resistencia de los tirantes de la armadura de tejados que debía sostener el techo del salón; el razonamiento de las péndolas de hierro, la modificación de la construcción del techo y la redacción de los pliegos de condiciones facultativas y económicas a fin de que las obras saliesen a licitación pública en una sola subasta en lugar de las dos que al principio proponía.

El nuevo proyecto fue censurado de nuevo y aprobado por la Sección de Arquitectura el 20 de junio de 1872, bajo ciertas condiciones: 1) Que los parecillos que debían formar el techo se asegurasen con ristreles cosidos a los tirantes, no sólo con simples ensambladuras sino además con cortes de cola de milano. 2) La introducción de varias modificaciones, entre ellas la sustitución de la palabra encañizado que aparecía en el precio compuesto como «cielo raso encañizado», por la palabra enlistonado. 3) Que en el pliego de condiciones económicas no apareciese como importe del presupuesto de la subasta 46.234 pesetas y 53 céntimos sino la de 52.245 pesetas y un céntimo. 4) Que se ejecutasen sólo las obras fundamentales de los muros y los techo, dejando enteramente libres los espacios que tuvieran que ser decorados.

Respecto a la decoración del salón, no sería hasta el 19 de abril de 1877 cuando el director de la Academia designase a los académicos Carlos Luis de Ribera, Francisco de Cubas y Elías Martín para formar parte de la comisión mixta que debía informar sobre el proyecto arquitectónico de decoración interior de esta estancia. La ausencia de Cubas fuera de Madrid y la urgencia del asunto hizo que fuese nombrado en su lugar Ruiz de Salces.

Los profesores asignados al caso examinaron con atención los planos y los documentos, unos suscritos por Francisco Jareño y los bocetos para las pinturas del techo por José Vallejo y José Marcelo Contreras. En su informe dejaron constancia que en lo que respecta a la arquitectura y dadas las condiciones del local era admisible la decoración propuesta, pues la documentación y la memoria descriptiva estaban bien redactadas. También los planos, los precios simples y compuestos, como bien conformados el presupuesto y el pliego de condiciones. Sin embargo, se echaron de menos el cálculo de resistencias de la galería voladiza de uno de los hemiciclos del salón, el techo y los cuchillos del mismo como los cuchillos de la cubierta, la cual era de teja plana y tenía que ser sustituida por otras de planchas de plomo según se adjuntaba en la memoria. Por otro lado, los bocetos de la decoración de la escocia y el techo se hallaron muy admisibles, pero «habiendo de ejecutarse al óleo la pintura del techo y escocia, y la del gran basamento de la decoración arquitectónica, será conveniente para la buena conservación, usar esta misma clase de pintura en los miembros lisos intermedios que se presuponen pintados al temple». 

Curiosamente, en mayo de este mismo año de 1877 la Academia recibió un segundo proyecto de decoración para el mismo salón, en esta ocasión firmado por el pintor escenógrafo Francisco Plá, a fin de que fuera censurado a la vez que el de Jareño, arquitecto que  había ejecutado un primer proyecto compuesto de una colección de planos representando la planta, la sección, los detalles de la decoración y de la armadura de los tejados del salón; una memoria descriptiva y un presupuesto fechado el 28 de febrero de 1871, además de una segunda memoria descriptiva y el pliego de condiciones facultativas y económicas para la subasta de las obras.

La Academia acordó que la comisión mixta que debía informar sobre este segundo proyecto fuese la misma que había informado sobre el primero, como así se hizo. Los miembros de la comisión mixta verificaron y estudiaron con detenimiento los cuatro diseños que representaban la decoración de los dos trozos de muro, el techo y el telón de la embocadura del teatro, como la instancia de Plá y la ligerísima descripción de las alegorías del techo que los acompañaba. Emitieron su informe el 6 de mayo de 1877, habiendo escusado Martín su asistencia a la junta por hallarse enfermo. El parecer de la comisión fue que los diseños presentados no parecían suficientemente detallados para poder emitir un juicio crítico y razonado; además, la memoria descriptiva era pobre y no existía el presupuesto de las obras correspondientes a la decoración arquitectónica y escultural. Por todo ello, se comunicó a Plá que debía presentar nuevos bocetos de las alegorías del techo, más claros y determinados.

Finalmente, el 25 de mayo de 1877 S.M. acordó aprobar el proyecto del arquitecto Francisco Jareño con las modificaciones indicadas y estipuló que las obras fuesen ejecutadas por Administración bajo el presupuesto de 76.165 ptas. También, la necesidad de crear una junta encargada de dirigir la obra no arquitectónica con la atribución de designar los bustos de los medallones, distribuir los trabajos de pintura entre los artistas y su retribución.  Dicha junta quedó conformada por Emilio de Arrieta (presidente), director de la Escuela, académico de San Fernando y consejero de Instrucción Pública; Manuel de la Mata (secretario), secretario de la Escuela Nacional de Música, además de los vocales Federico de Madrazo, presidente de la Academia de San Fernando; Manuel Cañete, individuo de número de la Real Española, y el académico Francisco Jareño, arquitecto y director de las obras.

Por estas mismas fechas, Jareño remitió el proyecto de la Escuela de Veterinaria para Madrid formado por una memoria descriptiva, los estados de cubicaciones, los cuadros de precios simples y compuestos, el pliego de condiciones económicas y facultativas, un plano del perímetro de la Huerta del antiguo Casino de la Reina con la indicación del sitio donde debía emplazarse el nuevo edificio; un plano de la planta baja, otro de la principal, la sección longitudinal y dos diseños de las fachadas. Fueron censurado por la Sección el 3 de julio de 1877, momento en que se aprobó el proyecto, aunque modificando en algo los planos para mejorar la estructura, el aspecto, el uso y los servicios del edificio.

Al año siguiente se ocupó de la ampliación de la Universidad Central establecida en Madrid, cuyo proyecto fue censurado por la Sección de Arquitectura el 6 de noviembre de 1878. Constaba de 9 cuadernos: uno con la memoria descriptiva, cuatro con las cubicaciones totales y parciales, y el presupuesto pericial; uno con los precios simples y compuestos; otro con el presupuesto general, otro con el pliego de condiciones facultativas y económicas, y finalmente el noveno con los planos, este último formado a su vez por 15 hojas en papel tela de las cuales las siete primeras representaban las plantas, los alzados y las secciones del estado en que se encontraba el edificio mientras que las ocho restantes las obras de reforma que debían acometerse.

La Sección estuvo de acuerdo con los 7 cuadernos de documentación porque estaban arreglados a la legislación vigente, pero en cuanto a la memoria descriptiva, los planos y la sección, acordó que el autor introdujera ciertas modificaciones que, sin alterar el presupuesto, podrían mejorar el proyecto: «1ª La escalera de ojo que se proyecta en el centro de la nueva fachada á la  calle de los Reyes es de ingrato efecto arquitectónico; y sin desatender á ninguno de los servicios que presenta, podría mejorarse haciendola con un grandioso tramo central y dos laterales de vuelta [...] podría darse, haciendo à la derecha del pórtico y enfrente a la de la izquierda otra escalera donde ahora se establece la habitacion del portero, la cual se colocaria entonces con vistas al jardin botánico [...]. 2ª El encuentro de la segunda pared paralela a la fachada que dá á la calle de los Reyes con la que revuelve á la plazuela de Capuchinas es desagradable y hace que en planta principal no se utilice el terreno en una forma tan grandiosa y cómoda como puede hacerse sin alterar ningun servicio. Esto se lograría con hacer avanzar el hemiciclo del salon de actos de la Escuela Diplomatica hasta la fachada de la calle de los Reyes [...] En la distribucion de esta misma planta opina la Seccion debe hacerse alguna modificacion mudando los sitios de dos retretes y suprimiendo en los cuartos que han de servir para ejercicios de oposicion los montantes o ventanas que dan al corredor general, pues no son absolutamente necesarios para la ventilacion [...]. 3ª Observase en la planta de la Biblioteca que se establecen estanterias normalmente á los muros de fachada y fondo, y no se indica de una manera bastante clara la formacion de los suelos, para hacer ver que tienen la necesaria resistencia. La Seccion opina que en toda esta parte carece el proyecto de algunos estudios de detalles. 4ª Por último echa de menos la Seccion el estudio detallado en la composicion de los suelos de hierro y de las armaduras de cubierta, siendo insuficiente (por falta de los necesarios datos) las indicaciones que se hacen en la memoria descriptiva, para poder calcular su conveniente resistencia [...]». No obstante, aún con todo lo expuesto la Sección aprobaría el proyecto en su totalidad.

El nombre de Jareño volvió a reseñarse en las juntas académicas en 1877 y 1878 con motivo de las obras de reforma del Museo Nacional de Pintura y Escultura, obra del insigne Juan de Villanueva, como las acometidas en la Torre y Casa de los Lujanes. En vista de que era necesario ejecutar obras de reforma en el Museo Nacional del Prado, la Sección de Arquitectura reunida el 27 de abril de 1877 examinó el proyecto de Alejandro Sureda consistente en la construcción de una escalera que, partiendo del piso principal del Museo, comunicaba con el piso segundo dando ingreso a las salas llamadas de las Floras, así como la reforma de las mismas situadas en la fachada y extremo sur del edificio con objeto de destinarlas a Museo Coreográfico. Los miembros de la comisión fueron de la opinión que no llenaba los requisitos prevenidos en la legislación vigente, de ahí que el 20 de junio lo volviera a censurar siendo aprobado en esta ocasión. Sin embargo, el 28 de junio la misma Sección de Arquitectura vio otros dos proyectos de escalera para el Museo ejecutados por el arquitecto Francisco Jareño, siendo una de ellas la escalera principal que había quedado sin uso a raíz de los desmontes ejecutados delante de la fachada norte, su principal entrada y escalinata de ingreso para la apertura de las calles contiguas al Museo.

Como la Academia debía escoger el proyecto más conveniente dada la importancia y belleza arquitectónica del edificio, comisionó en la Junta Ordinaria del 2 de junio de 1879 a los arquitectos Madrazo, Medina y Sanz para que elaborasen el dictamen sobre ambos proyectos. De acuerdo con la Sección de Arquitectura, Pintura y Escultura agregadas a ella, la Junta de la Sección de Arquitectura celebrada el 28 del mismo mes examinó con detenimiento los estudios elaborados para la escalera principal del Museo del Salón del Prado. Los dos pensamientos que se presentaron consistían en: 1º) Formar en la fachada norte una escalinata magnífica hasta la altura del pórtico que servía de entrada principal antes de ejecutado el desmonte, pensamiento a su vez dividido en otros dos, y 2º) Construir una gran escalera en el salón de forma absidial situada sobre el eje transversal del edificio al lado del Este.

De las dos propuestas se optó por la primera idea porque resultaba más armónica con la composición, distribución y carácter del edificio; su ejecución era fácil y nada costosa; dejaba toda la parte utilizable del Museo tal y como se hallaba sin restar espacio a los salones y las galerías de pintura y escultura, incluso tenía la ventaja de dejar a la derecha e izquierda del ingreso las oficinas y los locales destinados a secretaría, conserjería y portería.  Esta propuesta tenía como inconveniente dejar la escalera a la intemperie y en uno de los extremos del edificio, cuando para dirigirse a sus diferentes partes era más cómodo su establecimiento en el centro, aunque esta disposición no era un inconveniente para el servicio del Museo dado que las salas se hallaban unas detrás de otras y el visitante no tenía que retroceder porque en el lado opuesto se hallaba otro ingreso y escaleras. A todo lo expuesto cabría añadir el hecho de que en el Museo del Prado las oficinas se establecieron desde un comienzo en la parte norte, lo que excluía cualquier otro emplazamiento para la escalera principal de ingreso.

El proyecto que diseñaba la escalera en el centro del edificio, arrancando en el vestíbulo de la gran fachada de poniente y desembocando en la sala de la Reina Isabel, se habría visto aceptable en caso de haber tenido el desarrollo conveniente, dado que daría mayor amplitud y majestad al Museo, pero sería rechazado porque convertía el Salón de la Reina en una caja de escalera y porque no solucionaba el arreglo de la fachada norte, lo que llevaba implícita la ejecución de dos obras en vez de una y por consiguiente un mayor coste y una duración mayor de las obras.

La Sección de Arquitectura fue partidaria del primer proyecto, siempre que se repartiesen los tramos de manera que todos tuviesen los mismos escalones o gradas sin exceder cada uno de ellos de 12 a 13 y se diese a los tramos de frente la misma anchura que entonces presentaban los laterales y mesetas, es decir, una anchura no menor de 4,50 m libres entre los pedestales y pasamanos de la escalera. Asimismo «Las huellas y alturas de los escalones, deberán ser las mismas en todos los tramos; sus escalones moldados; la huella libre de bocel á bocel, no deberá bajar de 36 centimetros, ni la altura esceder de 13 centimetros». En cuanto a la decoración de la escalera debía buscarse la severidad de las líneas que reinaba en todo el edificio imitando sus fajas y recuadros como omitirse los colgantes alrededor de los tarjetones conservando para éstos el carácter y la decoración que poseían en la fachada Oeste.

Respecto a las obras de reforma de la Torre y Casa de los Lujanes realizadas en 1878, debemos indicar que en 1861 y a petición del director de Instrucción Pública, la Academia había ejecutado un estudio exhaustivo de las Casas de Ocaña, posteriormente de D. Álvaro Luján, situadas en la plaza de la Villa, n.º 3, antigua de San Salvador, en su momento el centro de la capital. Levantadas entre 1460 y 1490 fueron diseñadas sobre un solar rectangular entre medianerías y un patio central distribuidor de las distintas dependencias.

En septiembre de este año de 1861 se solicitaron de la Academia la respuesta a varias preguntas: si la torre como las casas contiguas estaban ejecutadas por el mismo arquitecto; si el interior de los edificios o parte de ellos eran de la misma época que la fachada y si la torre de la casa o las dos juntas debían considerarse de mérito arquitectónico. El arquitecto encargado de hacer el estudio e informe sobre estas obras fue Enríquez Ferrer, arquitecto que tuvo el estudio concluido en 1868, a tenor de lo dispuesto en la Real Orden de 24 de abril.

Tras el informe elaborado por Enríquez Ferrer, la Comisión de Arquitectura comunicó al director de Instrucción Pública que se habían realizado los ensayos pertinentes, tanto en uno como en otro edificio, los cuales habían dado como resultado la existencia de construcciones pertenecientes a tres épocas diferentes, siendo la más antigua la torre cubierta por una capa de revoco que no respondía a la decoración de la puerta primitiva de la calle del Codo. Levantado cuidadosamente el revoco y destruido el muro que cerraba la puerta hasta el arranque del arco se descubrió una portada mudéjar de influencia mahometana. Este arco túmido tenía desde el batiente a la clave 2, 62 m, de pilar a pilar 1,22 m y 1,14 m entre las escocias que apeaban el arco. Del arranque a la clave 0,95 m mientras que las dovelas, nueve a cada lado más la clave, ofrecían 0,61 m de largo. Todas las dovelas presentaban como marca constructiva la inscripción «JL» grabada en la piedra y coloreada de bermellón, lo que significaba que la construcción de la torre era la más antigua porque pertenecía a la primera mitad del siglo XV. A todo ello cabría añadir que las hojas de la puerta parecían de nogal, chapadas de hierro y adornadas con clavos en punta de pica o en forma piramidal presentando un aspecto propio de la construcción militar, carácter al que pertenecía la torre en origen. Además, la construcción del muro que tapiaba el arco respondía al siglo XVI, dado el estado de los tendeles o las llagas que tenían 0,035 de grueso, siendo las dimensiones de los ladrillos: 0,34 de largo, 24 de ancho y 0,06 de grueso.

Respecto a la portada de la Casa de los Lujanes, segunda construcción que la comisión estudió, respondía al estilo ojival y había sido levantada por Pedro Luján en 1494. A esta época, aunque no del mismo estilo, pertenecía la techumbre descubierta en el gran salón principal de la torre, lo que significaba que cuando se hizo la portada la fortaleza de los Lujanes había sufrido una primera restauración para hermanarla con la casa. Se vio que esta techumbre formada por gruesas alfardas y tirantes que iban de lado a lado de la estancia estaba enriquecida con frisos, follajes y pinturas de colores brillantes al tiempo que existían diferentes gruesos en los muros del salón, pues se observó que sus frentes tenían diferentes espesores, ya que en el de la Villa, la calle del Codo y su frontero mantenían 1,57 por 1,91 mientras que en el restante sólo ofrecía 1,47. Por último, el patio general de la casa pertenecía al siglo XVII, lo que unido a lo anteriormente expuesto indicaba que la torre y la Casa de los Lujanes no pertenecían al mismo arquitecto; además, las antiguas casas de los Lujanes se habían dividido sucesivamente en varias habitaciones, por lo que habían perdido su primitivo carácter haciendo más complicada su datación.

En cuanto a si debían considerarse las obras monumentos de mérito arquitectónico, la Academia contestó que ni la torre ni la casa «son uno de aquellos monumentos que pueden ofrecerse cual modelos á la juventud estudiosa que se consagre al cultivo de la arquitectura; ni aun puede servir su construccion en general á ejemplo digno de ser imitado. Pero teniendo en cuenta, que nó por su belleza intrínseca, sino por la relación que ofrecen con las costumbres de la época en que fueron edificados y con los demás elementos de cultura cobran su mayor estima en la historia de la civilización los monumentos de las bellas artes […]».

A tenor de lo dispuesto en la Real Orden de 24 de abril de 1868, se estudió en junio el proyecto de revoque de la Torre de los Lujanes, ya declarada Monumento Nacional, para restituir la obra a su primitivo estado. Hay que indicar que con la compra de las casas por parte del Ministerio de Fomento en 1865 se habían enfoscado sus muros, introducido adornos en las ventanas y cornisas, así como almenas rematando la torre, de ahí que se creyera necesario levantar los sucesivos revoques que envolvían la primitiva fábrica hasta dejarla al descubierto y reconocer la ornamentación original que se conservaba; sustituir o añadir lo destruido; reconocer el sistema defensivo de la fortaleza y hacer desaparecer «las ventanas y el balcón que ahora presentaba en el frente de la Plaza de la Villa, macizándose para fortificar los cimientos, la ventana del sótano y sustituyéndose la del piso bajo, el balcon del principal y la ventana del piso segundo con ajimeces de arcos angrelados ó túmido-ojivales ornados de sus correspondientes parteluces de mármol y encerrados en cuadrangulares arrabaes. El espacio que media hasta la imposta que termina el primer cuerpo ó zona, podría decorarse con una arcada ornamental […] determinar su remate por una corona de almenas, proporcionadas á su total altura […]».

La ejecución de esta obra debía ser la misma que la utilizada por los arquitectos mudéjares, es decir, paramentos de ladrillo de primera calidad; también de ladrillo cortado a propósito el trazado de los arcos de los ajimeces y la arcada de la segunda zona; de mármol las columnas o parteluces de los ajimeces y las columnillas de la arcada ornamental, pudiendo decorar con aliceres o azulejos las enjutas de los ajimeces e introducir escudos y ornamentaciones, incluso leyendas conmemorativas en torno al arrabá.

El proyecto de reforma, revoque y decorado de la Casa y Torre de los Lujanes ejecutado por el arquitecto de Fomento Francisco Jareño fue examinado por Antonio Ruiz de Salces, cuyo informe fue aprobado por la Sección de Arquitectura el 22 de febrero de 1878. Se observó que la torre se caracterizaba enteramente por su estilo mudéjar y se hallaba en armonía con las torres del mismo género conservadas en Toledo y Sevilla, las cuales habían servido de guía y modelo a Enríquez Ferrer para la ejecución de la obra. También que quedaban bien definidas en el proyecto las distintas épocas en que se habían edificado la torre y las casas, así como su construcción y los distintos elementos arquitectónicos que caracterizaban las dos partes en que se componía el conjunto; no obstante, se advirtió la mala fábrica de la obra, la necesidad de suprimir la decoración abultada y que el revoque utilizado fuese ordinario y sencillo en relación con las características constructivas del edificio. Por otro lado, se vio que la primitiva construcción no tenía la importancia decorativa ni el carácter que se le quería dar; que la torre y el palacio debían considerarse aisladamente porque poseían materiales y estilos diferentes, debiendo conservar ambas obras su primitivo carácter, y por último, que se debía estudiar a fondo la arqueología para conservar el carácter del edificio primitivo para no alterar la verdad histórica y dar una idea errónea de lo que había sido el edificio.

A partir de entonces, la Casa y Torre de los Lujanes se convirtieron en sede de distintos organismos e instituciones con el paso de los años (Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales). La desfiguración del aspecto original de las casas y las numerosas obras parciales introducidas en los inmuebles llevaron en 1910 a volver a restituir parte de sus características originales en la reforma general de la plaza acometida por Luis Bellido y González, arquitecto del Ayuntamiento desde 1905. En este momento se rescató parte de la estructura y se dejó vista la fábrica original compuesta por cajones de mampostería y ladrillo, lo que no debe extrañarnos por cuanto que Bellido no era partidario de falsear y simular absurdamente con «elementos huecos de escayola y deleznables estucos de cal y arena grandes edificios de arquitectura monumental […]», como lo dejó constatado en su en su discurso de entrada como académico en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1925.

A mediados de 1979, la Academia censuró el proyecto suscrito por Lorenzo Álvarez Capra para los edificios del Ministerio de Fomento y Museo de Ciencias Naturales y Escuela de Artes y Oficios que se intentaban construir en el Paseo de Atocha ocupando parte del terreno que comprendía el Jardín Botánico o el Museo de Ciencias Naturales (14 de junio de 1879). Uno de los aspectos del proyecto del Ministerio que mas llamó la atención y que no pareció satisfactorio a la corporación fue «el empleo de cariatides sobre estípites y menos adosadas al punto medio de uno muro: ni la cornisa y sus modillones bien estudiada bajo el punto de vista de la construcción, tiene la correccion y elegancia propia de esta clase de edificios: ni mucho menos es admisible la ornamentacion de los antepechos de las ventanas del piso principal».

Respecto al proyecto del Museo y la Escuela, si bien para el primero la ubicación elegida era muy apta por la cercanía del Jardín Botánico no lo era así para el segundo debido a su alejamiento de los barrios más habitados por los obreros y el difícil acceso a ellos. Atendiendo a este punto, se creyó conveniente estudiar la manera que el edificio proyectado fuese destinado en su totalidad a Museo y erigir otro para Escuela de Artes y Oficios en mejores condiciones de situación y magnitud.

El 29 de diciembre de 1879, el Ministerio de Fomento solicitó el parecer de la Academia acerca de otro asunto: qué es lo que debía conservarse del patio llamado de Honor en el ex convento de Santo Tomás de Madrid, motivo por el que se encargó a los arquitectos de Hacienda Francisco Jareño y Joaquín de la Concha que manifestasen su parecer acerca de si había procedido correctamente al derribo del mismo. Ambos arquitectos comunicaron que por la Real Orden del 5 de abril de 1878 habían llevado a cabo el reconocimiento, la medición y la tasación del ex convento. También que el Estado había acordado subastar el derribo del mismo con el aprovechamiento de sus fábricas y que por la Real Orden de 28 de enero de 1879 Jareño se había encargado de proceder al derribo con los propietarios colindantes como de formular el oportuno presupuesto y pliego de condiciones para contratar de inmediato dicho derribo.

Verificada en su mayor parte la demolición del indicado patio, la Academia vio que los arquitectos habían cometido una falta gravísima en su proceder al no haber informado previamente sobre el valor artístico que poseía el edificio. Los arquitectos contestaron que el patio constituía realmente una obra artística notable, pero no lo suficiente como para sacrificar la gran pérdida que para los intereses de la Administración hubiera representado la conservación de una parte del edificio que no tenía cómoda adaptación para ninguna de las dependencias del Estado. Tampoco estaba declarado Monumento histórico o artístico y tanto la iglesia como su fachada habían sido ya demolidas mientras que el convento se hallaba para muchos en estado de ruina, lo que para su reparación tendría que haber invertido el Estado una gran cantidad de dinero del Tesoro Público. Para que se conservase al menos un recuerdo de esta obra de arte Jareño había mandado a Laurent que fotografiase el patio y fuesen repartidos con profusión ejemplares como medio para dar a conocer la obra maestra de José Donoso. A su vez, había tratado con otros particulares y corporaciones para que adquiriesen el patio, incluso había mandado llamar a los duques de Santoña con objeto de que lo trasladasen al hospital de niños cuya construcción había comenzado detrás de la tapia del Retiro.

Al final, la Administración acordó la venta de los materiales aprovechables de todo el edificio y los contratistas enajenaron a la duquesa de Santoña las piedras berroqueñas del patio para emplearlas como sillarejos en la construcción del hospital. En su desmontaje los contratistas no conservaron fragmento alguno de su decoración destruyendo así toda la ornamentación existente y causaron roturas en los vuelos de la cornisa, guardapolvos y plantas inferiores, por lo que tristemente fue imposible conservar trozo o testigo alguno del que había sido el patio del ex convento.

En 1880, un oficio remitido por la Diputación Provincial de Albacete llegó a la corporación académica para que nombrase a un arquitecto que reconociese las obras efectuadas en el edificio de sus oficinas y dependencias. La Academia nombró para dicha comisión a Francisco Jareño el 5 de julio de 1880, mismo año en que el arquitecto elaboró su obra Importancia de la Arquitectura y sus relaciones con las demás Bellas Artes.

Años más tarde, Jareño se ocupó de modificar el piso de la Sala de la Reina Isabel en el Museo Nacional de Pintura y Escultura, cuyo proyecto sería aprobado por la Sección de Arquitectura el 10 de septiembre de 1885. Constaba de una memoria descriptiva ilustrada en tres planos, el presupuesto general de las obras y el pliego de condiciones.  En su estudio, el arquitecto cubría el piso bajo del salón con vigas de hierro armadas de 16, 40 de longitud por 0,64 de alto y 0,40 de ancho cada una, dejando un vano de 14,96 entre los muros. Esta disposición presentaba varios inconvenientes: por un lado, se cargaban demasiado los muros de carga y por otro, se dejaba el salón alumbrado por luces laterales opuestas, lo que era perjudicial para la exposición de los objetos de escultura que iban a quedar instalados en él.

Del mismo modo, proponía la creación de «[...] un tabicón en el sentido del eje longitudinal de la sala, formado por columnas de fundición, que se utilizarán de la construccion antigua, fábrica de ladrillo y una carrera ó viga tubular de hierro que descansará sobre las columnas». Con esta disposición reducía el vano del techo a la mitad de lo que tenía el proyecto anterior y ofrecía muchas ventajas, ya que daba al salón un pequeño vestíbulo de entrada y salida a las dos secciones en que quedaba dividido, ingresando por una de ellas y saliendo por la otra. A su vez,  dotaba a las esculturas de la luz que necesitaban y sólo por un lado; aumentaba la superficie con las dos caras del tabicón divisorio para objetos que tuviesen que colgarse o adosarse, como la solidez de la construcción con un menor coste (43.836 pesetas), ya que reducía el vano a 7,23 en cada sección y los muros laterales experimentaban la mitad de carga respecto al proyecto primitivo, lo que permitía utilizar vigas sencillas de doble I, de 0m 235 de altura por 0m 095 de cabeza y 0m 011 de alma.

Posteriormente, el arquitecto trabajó en la reforma y arreglo de varios locales del Colegio de San Carlos de Madrid (Facultad de Medicina), a fin de cumplir con lo dispuesto en el artículo 2º del Real Decreto del 15 de enero de 1886 (Dirección General de Instrucción Pública. Construcciones Civiles). El proyecto constaba de 7 planos que pasaron a informe de la Academia el 31 de marzo de 1886. Una de las dependencias más importantes que debía reformarse era la nueva instalación del departamento de hidroterapia, que pasaría al patio y al lugar ocupado anteriormente por la cocina. También importante fue el estucado y pintado de las dos escaleras principales, el arreglo del gabinete histoquímico, la supresión de vertederos de agua en el patio y su sustitución por bajadas de cinc, como otras obras menores, entre ellas los entarimados y el arreglo de los retretes. Los diseños fueron aprobados por la Academia al representar perfectamente Jareño las necesidades del edificio, lo mismo que lo mismo que lo fueron el presupuesto y el pliego de condiciones facultativas y económicas de la obra.

Jareño y Alarcón obtuvo las medallas de oro en las Exposiciones de Amberes (1886), París (1886), Londres (1887) Viena (1887) y Barcelona (1888). A partir de 1888 fue inspector facultativo de Construcciones Civiles del Distrito Central y hasta 1889 continuó ejecutando las obras en el Museo del Prado.

Aparte de las obras citadas, el Gabinete de Dibujos conserva de este autor cuatro dibujos de la serie Monumentos Arquitectónicos de España para ser grabados que responden a la Universidad de Salamanca (del MA/297 al MA/300). Los Monumentos Arquitectónicos de España fue un proyecto de 1850 de la Escuela Especial de Arquitectura dependiente de la Academia de San Fernando que se hallaba bajo la protección legal y económica del Gobierno a través del Ministerio de Fomento. Tuvo como objeto el estudio y la publicación de los edificios de todos los estilos, épocas y regiones siguiendo un orden geográfico, estilístico, de usos y aplicaciones, peero en 1872 la Academia se encargó de su edición, perdiendo la Escuela las prerrogativas que había tenido antaño.


Fuentes académicas: Arquitectura. Arcos, escuelas, edifícios para exposiciones, fábricas de tabacos, alcantarillas, acueductos, edifícios para oficinas de Tesorero de rentas, aduanas, circos, teatros, cementerios, colegios, casinos, 1863-1885. Sig. 2-42-4; Arquitectura. Asilos, audiencias, bibliotecas y museo nacional, bolsas, capillas, casas consistoriales y capitulares, casas de caridad, calles, casas de correos, embovedado, casetas, diputaciones provinciales, edificios de los consejos, siglo XIX. Sig. 2-42-8; Arquitectura. Cajá de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, 1870. Sig. 2-28-13; Arquitectura. Casas, siglo XIX. Sig. 2-42-6; Arquitectura. Catedrales, 1766-1862. Sig. 2-32-5; Arquitectura. Catedrales, siglo XIX. Sig. 2-42-2; Arquitectura. Conventos, siglo XIX. Sig. 2-42-3; Arquitectura. Edificio de las Platerías Martínez de Madrid, siglo XIX. Sig. 2-43-7; Arquitectura. Hospitales y Orfanatos, siglos XVIII y XIX. Sig. 2-29-5; Arquitectura. Jardines, siglo XIX. Sig. 2-43-8; Arquitectura. Madrid: Torre de los Lujanes, 1861-1878. Sig. 5-70-1; Arquitectura. Monumentos públicos, siglo XIX. Sig. 2-28-5; Arquitectura. Monumentos públicos, siglo XIX. Sig. 2-28-5bis; Arquitectura. Plazas de toros, mercados, puertas, puentes, observatorios, hospitales, teatros, torres, murallas, museos, institutos, ministérios, siglo XIX. Sig. 2-43-1; Arquitectura. Tribunales de cuentas. Universidades (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Salamanca, Granada), siglo XIX. Sig. 2-43-3; Arquitectura. Universidades, institutos y escuelas, 1789-1861. Sig. 2-29-2; BELLIDO, Luis. Discurso académico leído en el acto de su recepción pública el día 25 de enero de 1925 y contestación del Excmo. Sr. D. José López Sallaberry. Madrid: Mateu Artes Gráficas, S.A., 1925; Comisión de Arquitectura. Pleitos, 1853. Sig. 2-14-4; JAREÑO Y ALARCÓN, Francisco. De la arquitectura policrómata. Discurso leído en la recepción pública en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid: Real Academia de San Fernando, 1867; JAREÑO Y ALARCÓN, Francisco, «De la Arquitectura Policrómata», en Discursos leídos en las recepciones públicas y actos públicos celebrados por la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Fernando desde el 19 de junio de 1859. Tomo I. Madrid: Imprenta de Manuel Tello, 1872; JAREÑO Y ALARCÓN, Francisco. Importancia de la Arquitectura y sus relaciones con las demás Bellas Artes. Madrid: Imprenta de Manuel Tello, 1880; JAREÑO Y ALARCÓN, Francisco. Memoria facultativa sobre los proyectos de escuelas de instrucción primaria premiados en concurso público por Decreto de S.A. el Regente del Reino de 7 de Abril de 1883. Madrid: Imprenta del Colegio de Sordomudos y Ciegos, 1871; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1848-1854. Sig. 3-91; Sección de Arquitectura. Informes. Edificio las Platerías de Martínez en Madrid, siglo XIX. Sig. 2-43-7; Sección de Arquitectura. Informes sobre proyectos de obras, 1884-1885. Sig. 4-70-4; Sección de Arquitectura. Informes sobre proyectos de obras, 1884-1886. Sig. 4-70-1; Secretario general. Académicos, 1854-1859. Sig. 1-40-2; Secretario general. Académicos por la Sección de Arquitectura, siglo XIX. Sig. 1-53-5; Secretario general. Enseñanza. Arquitectura, 1845-1851. Sig. 132-16; Secretario general. Enseñanza. Arquitectura, 1847-1853. Sig. 1-32-15; Secretario general. Enseñanza. Expediciones artísticas de los discípulos de la Escuela Especial de Arquitectura a: Toledo (1849), Salamanca (1853), Guadalajara (1854) y Granada (1856), 1849-1856. Sig. 1-32-5; Secretario general. Solicitudes de ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura, 1845. Sig. 5-67-3, nº 16; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, siglos XVIII y XIX. Sig. 1-50-1; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, siglos XVIII y XIX. Sig. 1-50-3; Secretario general. Enseñanza. Pensionados. Arquitectura, 1802-1867. Sig. 1-49-7; Secretario general. Enseñanza. Pensionados. Arquitectura, 1832- 1855. Sig. 1-50-2; Secretario general. Enseñanza. Pensionados. Arquitectura, 1848-1861. Sig. 1-48-4;

Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM


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